Teólogo de la Casa Pontificia –el «teólogo del Papa»– durante 16 años (hasta el 1 de diciembre pasado), el purpurado suizo, de 83 años, compartió en el diario católico «Avvenire» los momentos que más le impactaron del año recién concluido.
Para la Iglesia 2005 «debo decir que ha sido verdaderamente una gran experiencia espiritual», reconoció el teólogo dominico.
«Dos hechos me han impactado sobre todo»: «el primero fue que el Papa Juan Pablo II proclamara el Año de la Eucaristía introduciendo de esta forma un marco de gran intensidad espiritual para la Iglesia, y que en este marco viviera su propia enfermedad y muerte», recordó.
«Me parece que de este modo nos ha dejado una gran herencia espiritual. Y la gente, todos lo han visto, lo ha percibido», señaló.
Pero también le impresionó un segundo hecho: la manera «“pacífica” en que aconteció la sucesión, la elección de Benedicto XVI».
«Después de más de veintiséis años de pontificado habría sido hasta normal que se hubieran registrado problemas, o dificultades; la historia misma nos dice que bien podía determinarse una situación así, de una forma absolutamente natural y comprensible. Sin embargo nada de esto ocurrió», subrayó.
El cardenal Cottier, por su edad –mayor de 80 años–, no se contó entre los purpurados electores, pero sí participó en todas las congregaciones generales de cardenales –que reúnen a la totalidad del Colegio cardenalicio– que precedieron al Cónclave, asambleas en las que afirma que no percibió ninguna angustia ni tensión.
«Se dice siempre que hay que acoger los signos de los tiempos –puntualizó–, pero no el hecho de que frecuentemente es difícil reconocerlos en el momento en que se presentan: pero estos dos hechos que acabo de recordar fueron verdaderamente signos de los tiempos, capaces de hablarnos a nosotros, Iglesia, y también al mundo entero».
Y de qué forma hablaron al mundo «se vio en el gran respeto por la figura del Papa Wojtyla, en el número nunca antes visto de personalidades que vinieron para los funerales, en la manera en que los medios de comunicación siguieron aquellas jornadas», constató.
De acuerdo con el cardenal Cottier, «el mundo es un gran desorden, pero Juan Pablo II fue un roble, un punto de referencia firme», y así como «una cierta cultura no ama el concepto de “paternidad”, aunque la necesidad de “paternidad” en cualquier caso es advertida», «el Papa Wojtyla precisamente colmó esta necesidad».
«Fue un defensor de la paz y de la vida porque él amaba la vida –aclaró el purpurado– y, si se puede decir así, casi obligó a cuantos tienen una visión distinta a plantearse el problema, a reflexionar. A entender que en cualquier caso se trata de una cuestión de respeto hacia la cual no se puede permanecer indiferente. Hizo reflexionar, y lo hizo presentándose desarmado, como ejemplo de pobreza evangélica».
«Un signo de continuidad» ha sido la elección de Benedicto XVI, la cual calificó además el purpurado suizo de «algo muy bello», «también por el testimonio que la Iglesia dio de sí misma».
Se trata «ciertamente de dos personalidades distintas –la del Papa Wojtyla y la de Benedicto XVI–, pero con una evidente, estrechísima, cercanía», describió.
«Hay ante todo dos rasgos que unen a ambos Papas: el hecho de ser dos almas de vida interior y el gran amor a la Iglesia», a los que se añade algo que «verdaderamente les sitúa en estrecha continuidad: su grandísimo sentido de responsabilidad –reveló el cardenal Cottier–. Se toma una decisión y se realiza. Se debe decir una cosa, y se dice, sin equívocos».