CASTEL GANDOLFO, 1 septiembre 2002 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció Juan Pablo II este domingo a mediodía antes de rezar la oración mariana del «Angelus» con los peregrinos reunidos en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
1. En muchos países, el mes de septiembre marca la reanudación de las actividades laborales y escolares, tras la pausa veraniega que espero haya sido serena y provechosa para todos. Algunos han aprovechado el verano para participar en encuentros de oración, de formación espiritual, de trabajo y de servicio. Ahora es el momento de compartir las experiencias hechas en familia, con los amigos, con las comunidades y asociaciones, llevando a la vida de todos los días entusiasmo, serenidad y alegría. Esta es la manera de ser «sal y luz» de la tierra, como recordaba a los jóvenes reunidos en Toronto para la Jornada Mundial de la Juventud.
2. Desde el punto de vista psicológico, el regreso a la vida ordinaria no siempre es fácil, es más, a veces puede ocasionar dificultades de readaptación a los compromisos cotidianos. Sin embargo, en la vida ordinaria Dios nos llama a alcanzar esa madurez de la vida espiritual que permite vivir precisamente de manera extraordinaria lo ordinario.
La santidad, de hecho, se logra siguiendo a Jesús, sin evadirse de la realidad y sus pruebas, sino afrontándolas con la luz y la fuerza de su Espíritu. Todo esto encuentra su profunda explicación en el misterio de la Cruz, como subraya la Liturgia de este domingo. Jesús invita a los creyentes a cargar todos los días con su cruz y a seguirle (Cf. Mateo 16, 24), imitándole hasta la entrega total de sí mismo a Dios y a los hermanos.
[A continuación, Juan Pablo II saludó a los peregrinos presentes en francés, inglés, alemán, castellano, portugués e italiano. En castellano, dijo]
Me es grato saludar a los peregrinos de lengua española. Que el Señor os conceda abundantes gracias y bendiciones para cumplir su voluntad cada día de vuestra vida.
[Al final, concluyó en italiano]
4. Que la Virgen María nos enseñe a hacer de nuestra existencia un humilde y gozoso canto de alabanza a Dios, para cuyos ojos un acto de amor vale más que grandiosas empresas. Que María nos apoye en nuestro compromiso cotidiano para que –como exhorta hoy el apóstol– no nos acomodemos a la mentalidad del mundo, sino que renovemos nuestra mente para «poder discernir la voluntad de Dios» (Romanos 12, 2).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]