OTTAWA, 25 octubre 2002 (ZENIT.org).- Guy Marchessault, director del Programa de Comunicaciones Sociales de la Universidad Saint-Paul de Ottawa, acaba de publicar un nuevo libro sobre la relación medios de comunicación y la fe: ««Medios y fe cristiana: dos universos a conciliar» («Médias et foi chrétienne: deux univers à concilier», Éditions Fides, 2002).
En esta entrevista concedida a Zenit responde a algunas de las cuestiones que plantea el volumen.
–La reconciliación entre los medios de comunicación y la Iglesia, ¿tiene un precio?
–Guy Marchessault: Yo le diría que sí y que no. Sí, tiene un precio, si se piensa que la relación entre la Iglesia y la sociedad significa una pérdida de poder sobre el derecho de las jerarquías de comunicar la palabra pública: ahora es un privilegio de los medios, según sus intereses propios, que cada vez son más pecuniarios. Lo cual no siempre responde a los intereses de la Iglesia. Podemos no estar de acuerdo, pero esto es un hecho.
Sin embargo, a mí me parece que el desafío es de otro orden. Teniendo en cuenta que los medios son como son, tenemos que preguntarnos: ¿qué podemos hacer para estar presentes en los medios, como fe cristiana, pues sabemos perfectamente que la cultura mediática –que influye en todas las culturas y subculturas del mundo– hace y deshace reputaciones, crea una visibilidad esencial a todo actor social serio, y se ha convertido en el ágora de todas las discusiones y de todos los intercambios de ideas?
No estar presente es desaparecer del mapa, desaparecer de la cultura, desaparecer detrás de las puertas cerradas de los presbiterios o de las sacristías. La ley del «tal y como se percibe» es fundamental en la cultura mediática.
Pero, entonces, ¿cómo hacernos presentes en los medios? Juan Pablo II nos abre una puerta cuando reconoce a los medios de comunicación la cualidad de ser una nueva cultura. Esto implica movimientos de aculturación e inculturación. Es un proceso «misionero» obligado ante los medios, del que a partir de ahora nadie puede escapar.
–Se entiende así también la importancia del lenguaje…
–Guy Marchessault: Exactamente. Uno de los primeros gestos que hay que hacer para inculturar toda cultura es el de esforzarse por comprender sus lenguajes persuasivos y simbólicos.
Este es mi consejo: aprender cuáles son los lenguajes privilegiados de los medios de comunicación y después compararlos con los lenguajes que ha privilegiado durante los últimos siglos la Iglesia.
Esta comparación es instructiva. En este sentido, permite comprender cómo, por ejemplo en la reacción a la Reforma o a la Modernidad, se prestó particular atención en la educación de la fe en la línea de la apologética, de la demostración, de las explicaciones de nociones (catecismos, etc.). Al mismo tiempo, sin embargo, la expresión popular de la fe en términos simbólicos y artísticos desaparecía o perdía su sentido para el común de los mortales.
Los medios de comunicación, que por naturaleza son medios de comunicación «populares», exigen lenguajes apropiados en términos de expresión de la fe. No comprenden teología o dogmática, no prestan mucha atención a los ritos, sino más bien a los testigos, testigos personales y colectivos.
–¿A qué se debe el miedo eclesial a los medios de comunicación?
–Guy Marchessault: La Iglesia ha tenido miedo –y algunos de sus adeptos siguen teniendo medio– a los medios de comunicación por tres motivos:
1) La razón mencionada más frecuentemente es la «inmoralidad» de los medios de comunicación. Somos conscientes de la importancia de la moralización, sobre todo sexual, a lo largo de los dos o tres últimos siglos. Los medios de comunicación han apoyado una cierta libertad de costumbres que ha minado el nivel de la moral. Esto siempre ha dado miedo.
2) Una razón aducida también en muchas ocasiones la mencionaba antes: la Iglesia ha perdido el derecho a comunicar la palabra pública, de la que tuvo el monopolio interpretativo del sentido del mundo. Ahora, su visión del mundo se ha convertido en una más entre otras muchas. Esto la pone en competencia con todas las ideologías imaginables, al mismo nivel, en la misma feria mundial de visiones del mundo.
3) La tercera razón es más difícil de formular y sólo se está comenzando configurarse ahora: la necesidad de una nueva inculturación de la fe para hoy.
Al perder su monopolio sobre la palabra simbólica pública, la Iglesia se sintió de repente sin instrumentos para anunciar la fe. A nuevas culturas, vinos nuevos. Los mejores términos teológicos y catequísticos recibidos de las generaciones anteriores de repente parecían que no servían de nada. O se han defendido durante demasiado tiempo ciertas antiguas expresiones surgidas de las cultura humanista cristiana (originadas en la Edad Media).
Afrontar nuevas culturas es un paso totalmente nuevo (al menos en Occidente, a diferencia de la experiencia vivida por los países conocidos con el nombre de «misión»).
Replantear con palabras y gestos pertinentes la fe para los jóvenes de hoy, en Occidente, constituye una apuesta increíblemente difícil: los abuelos utilizan palabras rechazadas por sus propios hijos y totalmente incomprensibles para sus nietos; los padres ni siquiera se atreven a hablar de fe con sus hijos, pues no cuentan con los instrumentos adecuados de lenguaje para sentirse a gusto; los niños son educados cada vez más como auténticos «increyentes».
Esto explica su búsqueda desenfrenada de sentido a la vida a través de todas las experiencias corporales: sexualidad, drogas, sensaciones fuertes, etc.
Me parece que en este campo todo está por hacer: es necesario forjar un lenguaje nocional-simbólico nuevo, que permita encontrar las palabras para transmitir hoy la fe. Entonces los medios de comunicación podrán retransmitir estos mensajes de sabor inédito.
–La relación entre fe y medios de comunicación, ¿estará marcada siempre por el conflicto?
–Guy Marchessault: Siempre habrá conflicto entre fe y medios de comunicación. Pero, desde mi punto de vista, este conflicto no se expresa ante todo en esas situaciones en las que solemos pensar: inmoralidad, tratamiento agresivo de las instituciones religiosas, deformaciones de intervenciones de las autoridades, etc.
El conflicto está más bien en lo que yo llamaría el miedo a la molestia profética. ¿Qué quiero decir? Los medios, para ganar más dinero, trabajan con procedimientos de mercadotecnia, ajustando sin cesar sus productos a las expectativas (conscientes o inconscientes, verdaderas o supuestas) del público al que se dirigen. Por este motivo, se ven obligados a no contradecir nunca a su público, so pena de perderle… y con él sus entradas económicas.
La Iglesia no puede ponerse a jugar sin grave riesgo a la mercadotecnia. Ante todo, porque la Iglesia defiende ciertos principios. Pero, además, porque en el mismo nombre de la fe cristiana tiene el deber de replantear y denunciar actitudes inaceptables, a pesar de que estén sumamente extendidas. Es el primer paso de la profecía.
El segundo paso es el de individuar las fuerzas vivas que pueden aportar un sentido positivo a la vida.
El tercer paso, a partir de la denuncia y de la acción de la fuerzas vivas, consiste en pasar a una acción transformadora.
Ahora bien, la mayoría de la gente no está dispuesta a aceptar este tipo de mensaje (incluidos los cristianos «apoltronados» en su fe). Por tanto, será más difícil que pueda pasar en los medios de comunicación.
Cuando el público no está de acuerdo, cancela su suscripción… o cambia de canal. Una presencia contestataria y profética de la Iglesia es al mismo tiempo fuente de sorpresa, pero también de miedo para el público popul
ar, que es el de los medios de comunicación.
Por este motivo, las relaciones entre medios de comunicación y fe seguirán siendo siempre problemáticas, de una forma u otra.