BOGOTÁ, 17 de noviembre de 2002 (ZENIT.org).- Monseñor Jorge Enrique Jiménez, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), y el padre Desiderio Orjuela, párroco de Pacho (Cundinamarca), caminaron casi 30 horas por las montañas, bajo intensos aguaceros, durante los cuatro días que estuvieron secuestrados por guerrilleros.
En declaraciones a la prensa tras su liberación, el padre Orjuela reveló que el martes, a las 7 de la noche, cuando comenzaban a descansar de las dos primeras agotadoras jornadas de cautiverio –el obispo de Zipaquirá tiene 60 años y el sacerdote 65–, los guerrilleros los levantaron a toda velocidad e iniciaron una marcha forzada después de que la radio informó que dos batallones habían iniciado la persecución de los guerrilleros.
«Caminamos hasta las 4 de la mañana con un aguacero terrible, por una brechas inmundas, con precipicios por los que uno no se imagina que pueda andar una persona», relató el sacerdote al diario «El Tiempo».
Entre los secuestradores, pertenecientes según el Ejército las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), había dos mujeres y las edades de los miembros del grupo oscilaban entre los 17 y 19 años, revela el padre Orjuela.
«A veces nos cuidaban cinco, seis, nueve personas… hoy [viernes] había ocho. Habíamos terminado de desayunar, como a las once, cuando llegó el Ejército de sorpresa. Uno no se puede imaginar ese momento. Hay que vivirlo».
Uno de los participantes en la operación de liberación fue el sargento segundo de la Fuerza de Despliegue Rápido (Fudra), Cesar Mejía, quien relata que se acercó al lugar donde estaban los secuestrados con 18 soldados y dos suboficiales.
«Los dividí en grupos de tres combatientes porque había mucha maraña y en cualquier parte podían estar escondidos», revela el militar, quien precisó que al ver a los religiosos les gritó «¡Tírense!», y éstos se lanzaron al suelo por el lado izquierdo.
En ese momento abrió fuego contra el guerrillero que los cuidaba. Los demás rebeldes huyeron, perseguidos por otros efectivos que participaban en la liberación. En la operación murieron dos guerrilleros y otro más fue capturado.
Antes de conocerse la noticia de la liberación, en la catedral de Zipaquirá, unas tres mil personas se habían congregado para la celebración de una misa por los secuestrados.
Cuando el reloj marcaba las 12:45 el capitán de la Policía José Sánchez Villegas se le acercó sigilosamente al padre Emigdio Piñeros, sacerdote que presidía la eucaristía. Transcurrieron cinco o más segundos y el padre, con voz contundente, dijo: «arrodíllense, arrodíllense, monseñor y el padre Desiderio acaban de ser liberados y están sanos y salvos».
Doña Teresa Martínez, una abuela de 65 años, aferrada a su camándula repetía: «Esto es un milagro, Dios escuchó mis súplicas».
La marcha que habían programado por las calles de la población para pedir la liberación de los religiosos, se convirtió en una multitudinaria procesión de agradecimiento en la que más de 10 mil personas se congregaron y ondearon pañuelos blancos y banderas de Colombia.