La Iglesia Caldea en Irak amenazada por la guerra y la crisis económica

Fundados por santo Tomás apóstol, muchos cristianos optan por el éxodo

Share this Entry

BAGDAD, 21 noviembre 2002 (ZENIT.org).-
Las comunidades caldeas de Irak se enfrentan a graves dificultades: tras doce años de embargo, el ambiente prebélico y la fuga de la población marcan una etapa en la que los fieles mantienen su fe con el vigor que les ha caracterizado.

La actividad evangelizadora del apóstol santo Tomás –entre el año 42 y 49— vio sus frutos en la actual Iglesia Patriarcal Católica Caldea, una realidad que se remonta a la época de los primeros cristianos y que ha conservado viva su fe a pesar de que está extendida en países de mayoría musulmán o hindú.

Con objeto de conocer mejor la realidad que vive la Iglesia Caldea en Irak, la agencia Fides entrevistó a monseñor Antonios Aziz Mina –recientemente nombrado por Juan Pablo II jefe de Oficina en la Congregación para las Iglesias Orientales y responsable de la Iglesia Caldea en el mismo Dicasterio.

«En las Iglesias Orientales tenemos cinco “familias”, cada una con sus propios ritos y tradiciones: Alejandrina, Antioquena, Armenia, Caldea y Constantinopolitana. La Iglesia Caldea –cuenta con muchos santos y mártires– se extendió hasta la India dando vida a la Iglesia siro-malabar», explica monseñor Antonios Mina.

«En los primeros siglos del cristianismo –continúa–, estas comunidades florecían enormemente. En Oriente Medio, con la conquista musulmana, el cristianismo experimentó un descenso. La Iglesia de Oriente representa una riqueza que se suma a la espiritualidad de toda la Iglesia».

«Seguimos plenamente la voluntad del Santo Padre, quien siempre ha mostrado la máxima solicitud hacia la Iglesia Caldea», confirma monseñor Antonios Mina. La Congregación para las Iglesias Orientales atiende todo lo que concierne a la vida pastoral. «Además, tenemos constantes encuentros con los obispos y los Patriarcas; conocemos a todos».

Evolución y situación de los fieles de la Iglesia Caldea en Irak
En los últimos veinte años, la situación de la Iglesia Caldea ha cambiado mucho. «Experimenta las mismas dificultades que el resto del pueblo iraquí, que está en la miseria. La pobreza empuja a muchos a abandonar el país, cosa que hacen especialmente las personas cultas, con contactos en el extranjero y cierto bienestar económico», subraya monseñor Antonios Mina.

Como consecuencia de la emigración, se observa un crecimiento de la diáspora caldea, que está constituyendo muchas comunidades fuera de Irak.

«La Iglesia Caldea también ha sufrido un empobrecimiento progresivo –constata monseñor Mina–. La formación de los seminarios deja que desear por la carencia de medios y sacerdotes. En cualquier caso las vocaciones siguen siendo numerosas: en general, cuando una Iglesia sufre y está bajo presión, confía más en Dios».

La fe que tienen los caldeos es profunda y enraizada. «Hoy, en esta etapa de sufrimiento, no ven otra salvación que en la Cruz de Cristo. Siempre me ha impresionado la fe de los católicos iraquíes. Testimonian la fe con su vida en los límites marcados por el Estado», reconoce monseñor Mina.

Relaciones con el gobierno y con la población musulmana
En los países de mayoría islámica es frecuente encontrar leyes que limitan a las minorías religiosas. Sin embargo, en cuanto a la vida de la Iglesia Caldea en el contexto estatal iraquí, se puede considerar que las relaciones con el gobierno son satisfactorias, según monseñor Mina.

«En el gobierno –prosigue– está el viceprimer ministro, Tareq Aziz, que es católico Caldeo. El Patriarca Caldeo Rafael Bidawid es muy querido y respetado por las autoridades civiles y representa, en la sede gubernamental, a toda la comunidad cristiana presente en Irak».

«Irak siempre ha sido un país laico que respeta a las minorías religiosas, como admite la Constitución –aclara en declaraciones concedidas también a Fides monseñor Philip Najim, Procurador de la Iglesia Caldea ante la Santa Sede–. El Islam es la religión del Estado porque el 90% de la población es islámica. La Constitución contempla la libertad de culto y nosotros, los cristianos, siempre hemos sido considerados como una categoría semejante a la de los fieles musulmanes».

«En Bagdad, sede Patriarcal, tenemos 40 parroquias que viven libremente sus actividades pastorales: no se puede hablar de discriminación –reconoce monseñor Philip Najim–. Vivimos con los hermanos musulmanes de manera amistosa; todos somos iraquíes y todos debemos contribuir al bien de nuestro país, aunque existen individuos fundamentalistas que quieren crear odios y divisiones entre comunidades de distinta fe».

«Las relaciones islamo-cristianas son buenas, aunque de vez en cuando se producen incidentes, especialmente desde la paulatina difusión de una corriente fundamentalista en el mundo árabe. Aunque el común denominador de la pobreza crea solidaridad, existe el riesgo de que aumente el fanatismo alimentado por la ignorancia y la miseria», advierte monseñor Mina.

«Si queremos ayudar a los cristianos que viven en Irak o en los países de mayoría islámica –afirma monseñor Antonios Mina–, hay que ayudar a toda la población a conocer la propia religión y a tener una vida digna».

La vida de la Iglesia Caldea en Irak
«Entre las principales tareas de la Iglesia Caldea, la parroquia juega un papel importantísimo para los cristianos caldeos: es la única realidad en la que pueden practicar y vivir su propia fe –explica monseñor Najim–. La educación y la catequesis constituyen el centro de la misión de esta Iglesia».

Ejemplos de la importancia de la formación se pueden encontrar en Bagdad, donde hay un Seminario Patriarcal y donde hace poco tiempo se fundó el Colegio de Babilonia, un Colegio Patriarcal afiliado a la Pontificia Universidad Urbaniana (Congregación para la Evangelización de los Pueblos): allí se imparten estudios teológicos y filosóficos que forman a seminaristas y laicos que trabajan en esos territorios.

«Como el viernes es el día festivo en el país –según el calendario islámico–, las parroquias hacen ese día encuentros de catecismo para niños, jóvenes y adultos –continúa–. Naturalmente, el domingo es un día laborable, así que se celebra la Santa Misa temprano y por la noche, al final de la jornada de trabajo».

La comunidad caldea practica además fervientemente la caridad y ayuda a numerosas familias pobres, cristianas y musulmanas, en su supervivencia, distribuyendo para ello alimento, vestidos y aportaciones de distintos tipos todos los meses.

La posibilidad de una guerra
La población, y con ella los católicos, vive en estos momentos bajo el temor ante la posible operación militar contra Irak.. «La comunidad caldea vive este período en medio de una intensa oración. Todas las comunidades cristianas rezan por la paz, también con las comunidades musulmanas, y confían en alejar el fantasma de la guerra», observa monseñor Philip Najim.

Como constata monseñor Antonios Mina, «la posibilidad de una guerra se considera una absoluta injusticia. El pueblo iraquí contempla los efectos del embargo sobre las familias, sobre los niños. Faltan bienes de primera necesidad, en especial medicinas. Por un lado hay mucho sufrimiento; por otro, el pueblo sufre un tipo de adoctrinamiento que imputa sólo al exterior la responsabilidad de todas las injusticias».

«Hay gran miedo en el corazón del iraquí, quien vive con ansiedad la inminencia de la guerra –añade monseñor Najim–. El pueblo desconoce su futuro, no puede programar ni producir, de manera que aumenta la emigración, un fenómeno nuevo, de los últimos 15 años».

«El Patriarca, muy preocupado por esta situación, ha visitado recientemente nuestras comunidades en el extranjero para unir la comunidad de Irak con la de la diáspora. Es el Padre de nuestra Iglesia, el representante d
e la fe cristiana en Oriente Medio. Una guerra sería mortífera también para la presencia de los cristianos en esta región», recuerda monseñor Philip Najim.

La guerra de 1991 produjo daños económicos y morales. Irak era un país rico bajo todos los puntos de vista: económico, histórico, cultural, con una identidad propia en el ámbito de la comunidad internacional. «El embargo impuesto hace más de 12 años pesa especialmente sobre la población, que paga el precio de su existencia», subraya.

Además, se corre el riesgo de intensificar los daños sobre la ya probada población. «Sin embargo, la guerra no resuelve los problemas porque atropella la dignidad y los derechos del hombre. La población sufre muchísimo». Finalmente, monseñor Philip Najim hace un llamamiento: «Como Iglesia Caldea, pedimos la ayuda y la protección de la comunidad internacional».

Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación

@media only screen and (max-width: 600px) { .printfriendly { display: none !important; } }