Benedicto XVI a los sacerdotes (IV): no al clericalismo

Diálogo entre el Papa y los presbíteros de todo el mundo

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 17 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Vivir verdaderamente la Eucaristía es el mejor antídoto contra una tentación de la Iglesia desde siempre: el clericalismo, o el vivir alejado de la realidad del mundo y en una “urna protegida” dentro de la Iglesia.

Así respondió el Papa Benedicto XVI a la pregunta planteada, en nombre de los presbíteros de Asia, por el japonés Atsushi Yamashita, durante la vigilia de conclusión del Año Sacerdotal, el pasado 10 de junio en la Plaza de San Pedro de Roma.

“Sabemos que el clericalismo es una tentación de los sacerdotes en todos los siglos, también hoy; tanto más importante es encontrar la forma verdadera de vivir la Eucaristía, que no es cerrarse al mundo, sino precisamente la apertura a las necesidades del mundo”, afirmó el Papa.

La cuestión, explicó, es “cómo vivir la centralidad de la Eucaristía sin perderse en una vida puramente cultual, ajenos a la vida de cada día de las demás personas”.

Para vivir bien la Eucaristía, arguyó Benedicto XVI, “debemos tener presente que en la Eucaristía se realiza este gran drama de Dios que sale de sí mismo”.

En este sentido la Eucaristía “debe considerarse como el entrar en este camino de Dios”: El sacrificio “consiste precisamente en salir de nosotros, en dejarnos atraer a la comunión del único pan, del único Cuerpo, y así entrar en la gran aventura del amor de Dios”.

“Vivir la Eucaristía en su sentido original, en su verdadera profundidad, es una escuela de vida, es la protección más segura contra toda forma de clericalismo”.

“La Eucaristía es, de por sí, un acto de amor, nos obliga a esta realidad del amor por los demás: que el sacrificio de Cristo es la comunión de todos en su Cuerpo. Y por tanto, de esta forma, debemos aprender la Eucaristía, que es además lo contrario del clericalismo, de cerrarse en sí mismos”, añadió.

Puso como ejemplo a la Madre Teresa “de un amor que se deja a sí mismo, que deja todo tipo de clericalismo, de alejamiento del mundo, que va a los más marginados, a los más pobres, a las personas a punto de morir, y que se da totalmente al amor por los pobres, por los marginados”.

“Sin la presencia del amor de Dios que se da no sería posible realizar ese apostolado, no habría sido posible vivir en ese abandono de sí mismos; sólo insertándose en este abandono de sí en Dios, en esta aventura de Dios, en esta humildad de Dios, podían y pueden llevar a cabo este gran acto de amor, esta apertura a todos”, concluyó.

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ZENIT Staff

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