¿Cuánto ha incidido la "Fides et ratio" sobre la vida de la Iglesia?

Un congreso en la Universidad Pontificia Urbaniana hace balance

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ROMA, martes 20 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- El Auditorio Juan Pablo II de la Universidad Pontificia Urbaniana de Roma acogerá una jornada de estudio sobre “El vínculo íntimo entre la sabiduría teológica y el saber filosófico”, el miércoles 11 de noviembre.

El congreso, organizado por la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia Urbaniana, profundizará en la recepción de la encíclica Fides et ratio, a los diez años de su publicación.

Para comprender el sentido y la finalidad de ese congreso, ZENIT ha entrevistado al profesor Aldo Vendemiati, decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia Urbaniana.

–¿Por qué un congreso sobre la encíclica Fides et ratio? ¿Qué objetivos buscan?

Aldo Vendemiati: El 11 de noviembre de 1998, Juan Pablo II vino en persona a la Universidad Pontificia Urbaniana, acompañado del entonces cardenal Josef Ratzinger, para presentar la Fides et ratio.

A los diez años de la publicación de aquella encíclica, ha habido muchas iniciativas de carácter científico y de celebración.

Por nuestra parte, hemos preferido dar un tono de “verificación” a nuestro encuentro: hace diez años, el Papa nos dio un documento, ¿cómo lo hemos utilizado? ¿cuánto ha incidido aquella encíclica sobre nuestro modo de hacer filosofía, teología, misionología y derecho?

El objetivo del congreso es hacer balance de la situación, ver qué se ha hecho, qué se está haciendo y qué falta por hacer al respecto.

–¿No es una paradoja que haya escritores ateos que acusan a la Iglesia de ser “el opio del pueblo”, cuando la Fides et ratio es una encíclica que defiende la razón?

Aldo Vendemiati: Sinceramente, pienso que las acusaciones de este tipo no son fruto de la ignorancia crasa, son expresiones de mala fe ideológica.

No sólo la Fides et ratio ha defendido la razón: la Iglesia lo ha hecho incesablemente en el transcurso de los siglos.

Creer que Jesucristo es el logos encarnado significa cultivar la “lógica” en sentido amplio como la máxima expresión de la persona.

Esto ha llevado a los monjes medievales a constituir escuelas y bibliotecas, ha llevado a los obispos a instituir universidades, ha llevado a tantas personas de Iglesia a dar su contribución capital a la investigación científica (piénsese en Copérnico, Pascal, Redi, Mendel y tantos otros).

El verdadero opio del pueblo son lo que me gusta llamar “atajos mentales”.

Me explico: frente al misterio (la vida, la muerte, el infinito, el amor), la mayor tentación es la de domesticar la angustia que nos asalta reduciendo la realidad a cualquier cosa ya conocida.

“Atajos mentales” son los esquemas prefabricados sobre los que buscamos explicarlo todo, también lo que no conocemos.

De esta manera, evitamos la confrontación con la realidad, que siempre es una confrontación “dura”; evitamos el camino, a veces inquietante, por recorrer junto al objeto que queremos conocer.

Así, quizás evitamos la angustia, pero dejamos de razones y nos dedicamos a la más peligrosa de las actividades mentales humanas: la ideología. La filosofía debe ser el antídoto a la ideología.

¿Pero cómo descuidar la “sorpresa y el pesar” manifestados por Juan Pablo II al señalar que “no pocos teólogos comparten un desinterés por el estudio de la filosofía”?

Es como no sentirse responsable, en cuanto filósofos, del hecho de que, en la base de este desprecio de los teólogos por la filosofía se encuentra, en primer lugar, “la desconfianza en la razón que gran parte de la filosofía contemporánea manifiesta, abandonando en gran parte la búsqueda metafísica sobre las preguntas últimas de la persona, para concentrar la atención en problemas particulares y regionales, a veces incluso puramente formales” (Fides et ratio, n. 61).

– Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI están convencidos de que es imposible llegar a la verdad sin las alas de la fe y de la razón. ¿Qué opina usted sobre esto?

Aldo Vendemiati: La fe constituye un horizonte interpretativo global, capaz de ofrecer a la razón un sentido último a la vida y a la muerte. Con esa valoración, las normas y las motivaciones resultan garantizadas incondicionalmente, concretadas, capaces de crear seguridad espiritual, confianza y esperanza.

Por otra parte, la fe sin la razón no puede subsistir: los animales irracionales no creen. San Agustín dice: Fides nisi cogitatur nulla est (la fe, si no es pensada no es nada).

Cuando la secularización corta el cordón umbilical entre las grandes tradiciones de la fe y la búsqueda racional, o cuando el fundamentalismo excluye la posibilidad de la búsqueda racional misma, los riesgos son evidentes.

El fundamentalismo, cuando no conduce al aislamiento y a la incomunicación, desemboca en el conflicto y en el terrorismo.

El secularismo radical tiende a sustituir la verdad por el consenso, y “qué fragiles son los consensos y cuán rápidamente, en un cierto clima intelectual, grupos separados puede imponerse como los únicos representantes autorizados del progreso y de la responsabilidad ante los ojos de todos nosotros” (J. Ratzinger).

–¿Cómo la fe en el Dios cristiano puede favorecer la ampliación de los horizontes de la razón?

Aldo Vendemiati: Éste es el gran tema de la fides quaerens intellectum, la fe que busca la inteligencia, la provoca, la pone en cuestión para que responda a problemas nuevos y siempre más estimulantes.

Ciertamente, la filosofía no puede “añadir” nada a la Revelación, pero puede ayudarnos a entenderla mejor, a penetrar más profundamente en su significado, haciendo que la razón adquiera fuerza e inteligencia, ampliando precisamente sus horizontes.

Piénsese en un concepto central para la civilización occidental: el de “persona”. Pues bien, nosotros no tendríamos esta noción si no hubiera existido la revelación cristiana y, concretamente, sin las disputas cristológicas y trinitarias del siglo IV.

La fe en Jesucristo y en la Santísima Trinidad ha pedido a los pensadores elaborar conceptos y distinciones que permitieron una formulación idónea del dogma.

Esos conceptos y esas distinciones se han convertido después en patrimonio cultural de todos.

La fe es un maravilloso incentivo para impulsar el conocimiento racional en la búsqueda de la verdad y en la refutación del error.

Un axioma teológico clásico dice: “La gracia no destruye la naturaleza, sino que la presupone y la perfecciona”; en nuestro ámbito esto puede traducirse así: “La fe no destruye la razón, sino que la presupone y la perfecciona”.

[Por Antonio Gaspari, traducción del original italiano por Patricia Navas]

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ZENIT Staff

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