ROMA, viernes, 27 abril 2007 (ZENIT.org).- El arte y la arquitectura actuales carecen de «encanto». Está convencido de ello el escultor, pintor e historiador de arte cristiano Rodolfo Papa.
Nacido en 1964, y natural de Roma, Rodolfo Papa ha hablado con Zenit del significado del arte actual, coincidiendo con el Congreso de Poética y Cristianismo, celebrado en Roma, en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz.
Respecto a la arquitectura contemporánea, Papa señala que «con la evolución de las tecnologías, la arquitectura ha perdido progresivamente de vista el conjunto: la relación con el tejido urbano, con la historia y, sobre todo, con la identidad del lugar».
«A menudo da la impresión (y a veces no es sólo una impresión) de que algunas de estas arquitecturas han sido realizadas por un invasor, venido quién sabe de dónde, que quiere imponer su propia lengua y sus propias leyes, con el único resultado de borrar arbitrariamente el pasado en una especie de ‘damnatio memoriae’ de los vencidos, observa.
«Una cultura, en cambio, si quiere ser verdaderamente grande, debe basarse en las profundas raíces, capaces de alimentarse de todos los estratos del terreno en el que está plantada y por necesidad propia debe ser humanística, es decir debe contribuir a ‘cultivar’ integralmente al hombre», añade.
Casado, con tres hijos, académico ordinario de la Pontificia Insigne Academia de Bellas Artes y Letras de los Virtuosos del Panteón por nombramiento pontificio de 10 de marzo de 2000, y miembro del Consejo Académico, Rodolfo Papa auspicia un arte capaz de recuperar el aspecto contemplativo.
Entre los problemas que afligen a la arquitectura y el arte actuales, señala «la pérdida del sentido de la tradición y al mismo tiempo su abuso.
«La cuestión del arte y de la arquitectura contemporáneos está toda en este oxímoron. Todo, en efecto, se ha hecho contradictorio», explica.
«Con la excusa de liberar al hombre, al final nos estamos librando incluso de él. Para devolver un alma al arte y a la arquitectura, habría que pensar en el hombre en términos diversos de aquellos de los de las ideologías políticas y económicas del siglo XX y de la cultura del consumo de masas», comenta.
«Antes debería ser reintroducido en su justos términos el concepto de ‘hombre’ en el debate público, y sólo después sería posible pensar en un arte capaz de representarlo», añade Rodolfo Papa, que es también Medalla de Plata por méritos culturales de la Soberana Orden de Malta y Medalla por méritos culturales de los Caballeros de San Jorge.
«En ciertos aspectos, en este momento, el mundo globalizado no ha producido una menor distancia entre las grandes culturas del planeta, sino más bien un aislamiento dentro de una misma realidad urbana: lugares que viven totalmente separados, ignaros e inconscientes de los otros», subraya.
«En consecuencia, se asiste a la teorización de un arte incapaz de hablar una lengua universal, que prefiere lenguajes tribales, egocéntricos y egotistas; un arte que habla del “yo” y no de Dios», añade.
«Por tanto, para pensar el futuro debemos estudiar seriamente nuestro pasado para comprenderlo y encontrar los instrumentos perdidos –subraya–. Esto es lo que trato de hacer, ya desde hace muchos años, como historiador del arte y como artista».
Sobre la aportación a la cultura contemporánea de Antoni Gaudí, el autor de la Sagrada Familia de Barcelona, Papa afirma que «mirar a un maestro como Gaudí significa enfrentarse a una montaña, que aparece a menudo demasiado grande para escalarla».
«Pero, si se recorre un tramo, se puede llegar a la cima, aunque la empresa sea ardua, y desde allí ver el mundo», afirma.
«Este punto de vista nos permitirá tomar conciencia del proceso interior necesario para pensar el arte», añade.
Según Papa, «Gaudí es uno de los pocos artistas contemporáneos que ha tenido el valor de pensar en el hombre, devolviéndole una mirada encantada ante la Creación».
«Lo que progresivamente ha perdido el hombre tecnológico y consumista, en el curso del último siglo, es justo el estupor –observa–. El arte, en cambio, debe volver a ser el lugar de la contemplación».
El pintor y escultor romano afirma poder definir la Belleza como «un conocimiento agradable relativo a la vista, que es el sentido más cognoscitivo», y recuerda en este sentido las palabras de santo Tomás, según el cual la Belleza «es aquello que visto place».
«Añadiría, luego, con Leonardo, que debe ser ‘conforme’ a la naturaleza, es decir, no debe ser innatural. Y luego, como recordó Juan Pablo II, que la Belleza ‘salvará al mundo’, y que, por tanto, es manifestación de la revelación de Dios al hombre».
«Y por último, como nos ha indicado Benedicto XVI, es ‘una fe capaz de ver’», concluye.