El mandamiento del amor y la felicidad

Comentario al evangelio del Domingo 31° T.O./B

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ROMA, jueves 1 noviembre 2012 (ZENIT.org).-Ofrecemos el comentario al evangelio del próximo domingo de nuestro colaborador padre Jesús Álvarez, paulino.

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Por Jesús Álvarez SSP

Un maestro de la ley que había oído la discusión, viendo que les había contestado bien, se le acercó y le preguntó: –¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús respondió: El primero es: Escucha, Israel: el Señor, Dios nuestro, es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos. El escriba le dijo: –Muy bien, maestro; con razón has dicho que él es uno solo y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios. Jesús, al ver que había respondido tan sabiamente, le dijo: –No estás lejos del reino de Dios”. (Mc 12, 28-34)

No era ociosa la pregunta del escriba al Maestro sobre el principal de los mandamientos, pues ellos tenían 613 mandamientos, entre los cuales se esfumaban los Diez Mandamientos dados por Dios a Moisés. Gran parte de aquel cúmulo de mandatos eran invenciones humanas para evadir el principal mandamiento, que justamente los sintetiza todos, el mandamiento del amor: «Amarás al Señor tu Dios…; amarás a tu prójimo…”.

También hoy la gran parte de los cristianos, después de veinte siglos del Evangelio del amor, seguimos sustituyendo, en la práctica, el primero y máximo mandamiento por un abundante catálogo de normas morales, disciplinares, canónicas, eclesiásticas, civiles, familiares, buenos modales, costumbres, ritos…, ¿quizás con el ingenuo pretexto de que siempre se ha hecho así? Y no se trata de cosas malas, sino que se vuelven inhumanas e idolátricas cuando suplantan la ley del amor, lo cual sucede tan a menudo.

Jesús, con su nacimiento, vida, muerte y resurrección, tuvo un único objetivo: enseñarnos que Dios nos ama y enseñarnos a corresponderle amándolo a él y amándonos unos a otros. Es más: él superó y nos pide que superemos el mandamiento antiguo de «amar al prójimo como a sí mismo», cambiándolo por el suyo: «Ámense los unos a los otros como yo los amo». Él nos reveló su forma de amar: «Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por los que ama».

El verdadero amor a Dios y al prójimo es la única fuente de la felicidad y de la libertad en el tiempo y en la eternidad. Pero la mayoría pretenden beber el agua de la felicidad sin conectarse a su fuente, y buscan todos los charcos contaminados de los placeres: drogas, alcohol, orgías, sensualidad, lujos, poder…, incluso a costa del sufrimiento y de la infelicidad del prójimo. Lo cual sucede también entre gente que se tiene por “muy religiosa”.

Se hace pasar por amor lo que es puro egoísmo, y por felicidad lo que es sólo cosquillas superficiales del sistema nervioso. Son muchas las cosas que gustan, pero que no llenan, porque no son justas, y terminan por llevar a la total infelicidad. Es el pan envenenado de cada día en la sociedad de consumo, que va camino hacia la autodestrucción.

Amar como Cristo Jesús ama, es nuestra vocación, realización, libertad y felicidad en el tiempo y en la eternidad. El amor a Dios y al prójimo no pueden reducirse a un código rígido y moralizador. Es libertad para mejorar las expresiones y experiencias de ternura, de amistad, de dulzura.

El amor es fuego encendido por el Espíritu Santo en el corazón humano, que está hecho a imagen del corazón de Dios-Amor-Cariño-Ternura al infinito. «Si me falta el amor, de nada me sirve…». El mandamiento del amor no es pesado, sino que da alas a toda la vida.

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ZENIT Staff

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