El Papa en la mezquita: cristianos y musulmanes pueden vivir en armonía

El cardenal Arinze comenta la visita de Juan Pablo II a Grecia, Siria y Malta

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CIUDAD DEL VATICANO, 15 mayo 2001 (ZENIT.org).- El viaje del Papa a Siria, siguiendo las huellas del apóstol Pablo, ha puesto en el centro de la atención de las cámaras de televisión el desafío del diálogo interreligioso en plena era de la globalización.

El momento simbólico de ese viaje, que sirvió para abrir una era de relaciones entre seguidores del Islma y discípulos de Cristo, fue la visita del pontífice a la mezquita de los Omeyas en Damasco.

Entre los acompañantes de Juan Pablo II, en ese momento, se encontraba el cardenal Francis Arinze, presidente del Pontificio Consejo para el diálogo interreligioso, quien, a su regreso a la Santa Sede, ha hecho una valoración personal ante los micrófonos de Radio Vaticano.

Recibió en el recinto sagrado para el Islam, construido en el siglo VII, el gran muftí de Damasco, con 92 años que ha participado en algunos de los encuentros de diálogo interreligioso organizados por la Comunidad de San Egidio.

Como nota novedosa, hay que destacar que en el séquito del Papa no sólo había cardenales y obispos de la Iglesia Católica, sino también patriarcas y obispos ortodoxos sirios.

«No se podían distinguir las diferencias entre los diversos obispos –comenta el cardenal Arinze– porque predominaba un ambiente de unidad y armonía».

Todos, musulmanes, católicos y ortodoxos escucharon el canto de los 99 nombres de Dios interpretados por un cantor musulmán invidente. Tras el discurso del gran muftí, el Papa, en el suyo, subrayó la necesidad de que los cristianos y los musulmanes, que suman la mitad de la humanidad, colaboren en la búsqueda de la verdad, la defensa de los derechos de los pueblos y la paz basada en la justicia.

«Para quien estaba allí, y para quien lo seguía por televisión, sobraban los comentarios –explica el cardenal Arinze–. Ha sido la primera vez que un Papa ha pisado una mezquita. No hubo una oración común porque ésta se basa en la fe. Si no tenemos el mismo credo, no podemos recitar la misma oración pero esto no impide que elevemos juntos la mente, el alma y el corazón a Dios. ¿Quién nos impide pedir al Señor del universo que nos ayude a vivir mejor en este mundo?».

Según el purpurado nigeriano, en Damasco el Papa y la comunidad musulmana dejaron un mensaje claro: «la religión está favor de la justicia, del respeto del otro y de la paz. Quien invoca el nombre de Dios debe amar al prójimo».

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ZENIT Staff

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