Fátima y el atentado al «obispo vestido de blanco», 25 años después (II)

Entrevista a Renzo Allegri, autor del libro «El Papa de Fátima»

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ROMA, viernes, 12 mayo 2006 (ZENIT.org).- Hay un nexo misterioso entre Juan Pablo II y la Virgen de Fátima, por una parte, y la consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María y la caída de los regímenes comunistas, por otra.

Lo afirma el periodista y escritor Renzo Allegri, autor del libro en italiano «El Papa de Fátima» en esta entrevista concedida a Zenit, cuya primera parte fue publicada en el servicio del 11 de mayo.

Este sábado se recordarán los 25 años del atentado contra Juan Pablo II con una procesión de la estatua de la Virgen de Fátima que atravesará la misma plaza de San Pedro en la que el pontífice polaco derramó su sangre.

–¿Cuándo comprendió Juan Pablo II que era el Papa de Fátima y qué hizo después de esta toma de conciencia?

–Allegri: Como ya dije, se considera que el papa Karol Wojtyla tomó conciencia de su propio papel en relación con el mensaje de Fátima, tras el atentado, reflexionando sobre lo que sucedió, la coincidencia entre el atentado y la fecha de las apariciones de Fátima, y leyendo el texto del secreto. Su devoción mariana fue siempre muy grande, desde su juventud. En sus prácticas devocionales, dio prioridad a los santuarios marianos polacos, porque formaban parte de su tradición religiosa, y también porque no podía salir de Polonia. Pero conocía bien la historia de Fátima y la parte del secreto ya revelada por sor Lucía, en la que se habla del tema de Rusia, el comunismo y la persecución de los creyentes.

El atentado le obligó a «centrar» la atención en su propio papel respecto a Fátima. Se quedó muy impresionado por la coincidencia de la fecha del atentado, 13 de mayo, a las 17,17, con la del inicio de las apariciones el 13 de mayo de 1917. Pidió que le llevaran al hospital el documento relativo al famoso secreto y lo leyó, descubriendo, en la parte todavía inédita, detalles relativos a su persona que le impresionaron mucho, hasta el punto de que habla tres veces de ello en su testamento. Y enseguida empezó a empeñarse con ardor en hacer realidad el espíritu de Fátima. Su pensamiento se detuvo sobre todo en la petición de la Virgen de consagrar Rusia a su corazón inmaculado. Y, a pesar, de infinitas dificultades, la realizó.

–Usted sostiene en el libro que existe una relación directa entre la petición de la Virgen María de consagrar Rusia a su Corazón inmaculado y la caída del muro de Berlín. ¿Por qué?

–Allegri: La conexión la sugieren los hechos y las fechas. En 1917, la Virgen había dicho que si las cosas no iban bien, vendría a pedir la consagración de Rusia. En 1919, en una aparición a sor Lucía, hizo la petición, precisando que la consagración de Rusia a su Corazón inmaculado debía ser realizada «por la Iglesia», es decir por el Papa en unión con todos los obispos. Pero antes de que llegara la petición de la Virgen pasaron 14 años. Pío XII, la tomó personalmente en consideración y realizó dos veces la consagración, nombrando explícitamente a Rusia. Pero era una iniciativa privada y no hecha en unión con todos los obispos.

Implicar a toda la Iglesia en esta consagración, nombrando específicamente a un país, Rusia, suponía enormes dificultades ideológicas y políticas, que muchos obispos no tenían la intención de afrontar. De hecho, ni Pío XII, ni Juan XXIII y ni siquiera Pablo VI, lograron realizar la consagración del modo en que lo pidió la Señora. Juan Pablo II afrontó este obstáculo. Pero se vio obligado a recurrir a estratagemas complicadas e indirectas para poder nombrar a Rusia. Envió una carta a todos los obispos de la Iglesia, invitándoles a unirse a él en la solemne consagración del mundo que se realizaría el 25 de marzo de 1984. En la carta, no nombró a Rusia pero citó la fórmula de consagración que leería, basándose en la pronunciada por Pío XII en 1952, que nombraba explícitamente a Rusia. Los obispos, al leer la carta y la fórmula de consagración, comprenderían que era una consagración que correspondía a la solicitada por la Virgen a sor Lucía y que, por tanto, incluía en concreto a Rusia.

Se celebró la ceremonia. Y, como por encanto, en apenas seis años, hubo un drástico cambio del mundo, con el fin de la guerra fría, la caída de varios regímenes comunistas, la caída del muro de Berlín, la disolución del imperio soviético y la vuelta de la libertad religiosa a Rusia y a todos los otros países del antiguo imperio comunista. Y todo se realizó sin derramamiento de sangre. Y no sólo eso sino que hubo detalles, o signos, muy curiosos y enigmáticos.

Observando las fechas de los acontecimientos más importantes de este gran cambio, se constata que tuvieron lugar en fechas de solemnidades católicas. Por ejemplo, la Unión Soviética dejó de existir cuando los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, al final de una reunión, anunciaron formalmente su disolución. Y esto sucedió el 8 de diciembre de 1991. El 8 de diciembre es la fiesta de la Inmaculada Concepción y resulta fácil ligarlo a la consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María.

El signo definitivo que indicaba el fin y la derrota del comunismo soviético se produjo el día en que se arrió la bandera rosa que durante muchas décadas había sido enarbolada en el Kremlin y en su lugar se izó la bandera nacional rusa. Y esto sucedió el 25 de diciembre de 1991, una de las fiestas religiosas más importantes de la Iglesia católica, la Navidad de Jesús.

¿Coincidencias? Ciertamente, probablemente son sólo coincidencias. Pero también podrían ser signos.

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ZENIT Staff

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