José María Rubio, «padre de los pobres» y formador de laicos, a los altares

Habla el padre Paolo Molinari, postulador de la Causa de canonización

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ROMA, 30 abril 2003 (ZENIT.org).- El próximo domingo, Juan Pablo II canonizará en la capital española a cinco beatos españoles, entre ellos al sacerdote jesuita José María Rubio, «un hombre de Dios» que destacó por su labor entre los necesitados y por subrayar la misión de los laicos en la Iglesia.

José María Rubio y Peralta nació el 22 de julio de 1864 en Dalías, en la provincia española de Almería. A los 23 años de edad fue ordenado sacerdote en Madrid. Posteriormente experimentó una fuerte inclinación a la vida religiosa en la Compañía de Jesús, vocación que pudo ver realizada veinte años después.

En 1908 pronunció sus votos religiosos y desarrolló su ministerio en la residencia de los Padres Jesuitas en Madrid, donde permaneció hasta su muerte en Aranjuez el 2 de mayo de 1929.

El padre Rubio se distinguió por su dedicación al confesionario, a la predicación, a los ejercicios espirituales y al apostolado de la oración de todos los fieles.

También –y sobre todo– es conocido porque ejerció su ministerio pastoral con una dimensión social en los barrios más pobres de Madrid, singularmente en el de La Ventilla, donde los movimientos revolucionarios encendían a la clase obrera.

Fundó escuelas, predicó la Palabra de Dios y fue formador de muchos cristianos que morirían mártires durante la persecución religiosa en España.

Sacerdote ejemplar y de profunda vida espiritual, el padre Rubio ejerció de tal manera su ministerio pastoral que el arzobispo de Madrid le llamó «el apóstol» de la ciudad.

Dos son los rasgos característicos de este «hombre de Dios», según explica el postulador de la Causa de canonización, el padre Paolo Molinari, a los micrófonos de Radio Vaticana: «El primero es su opción por los pobres».

«Estos términos –“opción preferencial por los pobres”– no eran habituales en su tiempo; en los años veinte, cuando él se encontraba en Madrid, de hecho vivía para los pobres, muy cercano a ellos, y ayudaba a innumerables cristianos, hombres y mujeres laicos, a vivir su cristianismo fundiendo el amor de Dios con el amor al prójimo, por lo tanto, el amor a los más necesitados», explicó el padre Molinari.

La formación de los laicos es el segundo rasgo fundamental en el padre Rubio, que realizó «gracias a la atracción que ejercía sobre la gente, no por dotes particulares sino por aquello que emanaba de su vida, de su ser: un hombre que en la adoración del Santísimo Sacramento y en la contemplación del Corazón de Cristo hizo suyos los sentimientos del Señor».

«Verdaderamente, como dice San Pablo, el padre Rubio se había conformado a Cristo –continúa el padre Molinari–. La gente percibía la presencia de Dios en él –atraída precisamente por su unión con Dios, por su santidad– y por ello acudían a escucharle. Se abandonaban a esa formación que él sabía dar».

Aunque en la época no se hablaba aún en estos términos, «el padre Rubio reconoció la misión de los laicos en la Iglesia y supo formar a hombres y mujeres para compartir en el sentido más pleno la misión que la Iglesia lleva a cabo, especialmente con los más necesitados», concluye.

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ZENIT Staff

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