Juan Pablo II: El mundo globalizado no puede vivir sin los misioneros

70 mil participantes en la cumbre misionera más grande de la historia

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CIUDAD DEL VATICANO, 22 oct (ZENIT.org).- Juan Pablo II celebró este domingo su vigesimosegundo aniversario del inicio solemne de su pontificado presidiendo en la plaza de San Pedro del Vaticano la cumbre misionera más grande de la historia.

La columnata de Bernini abrazó a unas setenta mil personas –son datos de la Agencia Romana para el Jubileo, institución estatal italiana–, en representación de 124 naciones, que vinieron a Roma para celebrar el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND) del Jubileo.

El encuentro había sido precedido por el Congreso Misionero Mundial, en el que participaron en la semana pasada 1.200 representantes de todos los países del mundo, entre los que se encontraban 47 obispos y más de 300 sacerdotes (Cf. «La mayor cumbre misionera de la historia»).

Fiesta misionera
El Jubileo de las misiones, como ha venido a llamarse, comenzó esta mañana, mientras los presentes esperaban la llegada del Papa, con una fiesta salpicada de cantos, testimonios, gestos simbólicos ricos de significado: danzas interpretadas por hombres y mujeres con vestidos tradicionales que trajeron a Roma experiencias y sabores lejanos.

Un bosque colorido de banderas testimoniaba gráficamente la presencia de delegaciones de prácticamente todos los rincones del mundo. Un espléndido sol veraniego acariciaba la fachada de la basílica vaticana, haciendo más alegre la mañana.

Juan Pablo II concelebró después la eucaristía junto al cardenal eslovaco Jozef Tomko, prefecto de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos y superior de los territorios de misión en el mundo; con el cardenal vasco-francés, Roger Etchegaray, presidente del Comité para el Gran Jubileo; así como con 50 obispos, algunos responsables de organismos misioneros y 700 sacerdotes, en representación de todos los continentes.

La misión: entrega hasta dar la vida
El Santo Padre dedicó la homilía a analizar el «sentido y el estilo» de la misión cristiana. Recordando el ejemplo de Cristo, los sintetizo en cuatro palabras: «el servicio, la pobreza, la humildad y la cruz».

Así como Jesús «no vino a ser servido, sino a servir y dar la vida por los demás», aclaró, así «la entrega de sí a todos los hombres constituye el imperativo fundamental para la Iglesia y, al mismo tiempo, una indicación del método que ha de seguir para su misión».

Entrega que significa, ante todo, «reconocer al otro en su valor y en sus necesidades» y respetar «todo aquello que en él ha hecho el Espíritu Santo, que sopla donde quiere».

Con el compromiso misionero, al que están llamados todos los cristianos, continuó diciendo el obispo de Roma, la Iglesia «se acerca a la persona humana con la discreción y el respeto de quien tiene un servicio que cumplir».

No hay nada más lejos del espíritu de Cristo, añadió citando el pasaje evangélico que meditaron los católicos en la liturgia de ese domingo, que «el espíritu de rivalidad y de competición».

«La palabra de Cristo traza una línea neta de división entre el espíritu de dominio y el de servicio –aclaró–. Para un discípulo de Cristo ser el primero significa ser «siervo de todos»».

Misiones y misioneros hoy
A continuación, el pensamiento del Papa se dirigió a «todos los misioneros que, día a día, en silencio y sin el apoyo de ninguna potencia humana, anuncian y, antes aún, testimonian su amor por Jesús, con frecuencia hasta entregar la propia vida, como ha sucedido recientemente». No entró en detalles, pero en este mes de octubre han muerto ya cinco misioneros extranjeros, sacerdotes, laicos y religiosas en diferentes países de África.

Para el pontífice, la sociedad actual no puede vivir sin este testimonio. «No tenemos que perder nunca la esperanza de hacer nacer un mundo más fraterno –constató–. La competición sin reglas, el deseo de dominio sobre los demás a toda costa, la discriminación ejercida por algunos que se creen superiores a los demás, la desenfrenada búsqueda de la riqueza, constituyen el origen de injusticias, violencia y guerras».

El Papa concluyó su intervención recordando las palabras que pronunció hace 22 años en esa misma plaza: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!».

Durante la oración de los fieles se elevaron súplicas en chino para que los misioneros «sean entre los pueblos presencia de consuelo y esperanza, promoviendo la vida y el progreso, trabajando por la defensa de los derechos humanos, el respeto de las minorías, el diálogo con las culturas y las religiones».

En árabe se rezó para que las comunidades cristianas «sientan la urgencia» de anunciar el Evangelio y «escuchen la voz de todas las Iglesias hermanas».

Nuevos misioneros
Al final de la misa, Juan Pablo II confirió oficialmente el «mandato» a doce misioneros que saldrán a evangelizar países de varios continentes entregándoles el crucifijo. Algunos misioneros trajeron al Papa tierra de los cinco continentes en una maceta, en la que el sucesor de Pedro plantó un olivo. Él mismo comentó este gesto con estas palabras: «En esta «tierra de todas las tierras» es plantado un olivo, símbolo de la paz, en recuerdo de esta jornada jubilar. El Evangelio de Cristo, de hecho, es Evangelio de la paz. Que todo pueblo pueda abrirse a Cristo y encontrar el camino de la paz».

Antes de despedirse de los fieles, en el momento de la oración mariana, a mediodía, Juan Pablo II recordó de nuevo los inicios de su pontificado, afirmando: «Y para recordar el primer «Angelus» del 22 de octubre de 1978, repito a los jóvenes: «Sois la esperanza de la Iglesia. ¡Sois mi esperanza! Que así sea también hoy»».

La fiesta de las misiones concluyó liberando en el aire centenares de globos de colores, blancos, rojos, amarillos, verdes y azules, como símbolos de los cinco continentes.

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ZENIT Staff

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