Juan Pablo II hace la radiografía de la paz en el mundo

Llama a retomar la senda del diálogo en Tierra Santa

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CIUDAD DEL VATICANO, 14 enero 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II afrontó los desafíos de la paz entre israelíes y palestinos, así como los polvorines de violencia que todavía hoy siguen estallando en África, Europa, América Latina y Asia, al encontrarse ayer con los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede.

Una ocasión ya tradicional en la que el pontífice suele hacer denuncias poco diplomáticas y propuestas de paz fundadas en el respeto de la dignidad humana.

Al desear feliz año nuevo a los 175 embajadores de países que mantienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede, el pontífice preguntó: «¿Qué es un año feliz para un diplomático?».

«El espectáculo que ofrece el mundo en este mes de enero de 2001 podría hacer dudar de la capacidad de la diplomacia para hacer reinar el orden, la equidad y la paz entre los pueblos», respondió.

«Sin embargo –añadió–, no debemos resignarnos a la fatalidad de la enfermedad, de la pobreza, de la injusticia o de la guerra. Es cierto que, sin la solidaridad social o el recurso al derecho y a los instrumentos de la diplomacia, estas terribles situaciones serían aún más dramáticas y podrían incluso llegar a ser insolubles».

Por este motivo, agradeció a los diplomáticos presentes «su acción y sus esfuerzos constantes en favor del entendimiento y de la cooperación entre los pueblos».

Radiografía de la paz
A la luz del mensaje de paz de Belén, el Papa analizó el estado de la paz en el planeta. Como era de esperar, comenzó con el conflicto de Oriente Medio que ha ensombrecido la Navidad en Tierra Santa.

Oriente Medio
«Nadie debe aceptar, en esta parte del mundo que acogió la revelación de Dios a los hombres, la banalización de un tipo de guerrilla, la persistencia de la injusticia, el desprecio del derecho internacional o la marginación de los Lugares Santos y de las exigencias de las comunidades cristianas», denunció.

«Israelíes y palestinos sólo pueden proyectar su futuro juntos, y cada una de las dos partes debe respetar los derechos y tradiciones de la otra –continuó proponiendo–. Ha llegado la hora de volver a los principios de la legalidad internacional: prohibición de la apropiación de territorios por la fuerza, derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, respeto de las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas y de las Convenciones de Ginebra, por citar sólo los más importantes, Si no es así, todo puede fracasar: desde las iniciativas unilaterales arriesgadas hasta una extensión difícilmente controlable de la violencia».

El continente olvidado
A continuación, el pontífice mencionó las guerras olvidadas de África, «continente en el cual circulan demasiadas armas y donde demasiados países tienen una democracia incierta y una corrupción devastadora, donde el drama argelino y la guerra al sur del Sudán continúan masacrando sin sentido a las poblaciones».

«No puedo olvidar el caos que ha sumido a los países de la región de los Grandes Lagos. Es por ello que se debe acoger con satisfacción el acuerdo de paz alcanzado el pasado mes en Argel entre Etiopía y Eritrea, así como los esfuerzos felizmente concluidos en Somalia con vistas a una vuelta progresiva a la normalidad».

Muerte en España
Al analizar la situación europea, el Papa reconoció: «debo mencionar –y con cuánta tristeza– los atentados terroristas que siembran la muerte en España y que hieren a todo el país y humillan a Europa entera, que está a la búsqueda de su identidad. Es hacia Europa a donde miran tantos pueblos como un modelo en el cual inspirarse. ¡Que Europa no olvide jamás sus raíces cristianas que han hecho fecundo su humanismo! ¡Que sea generosa con quienes –individuos o naciones– llaman a su puerta!».

Egoísmo y ambición en América Latina
Según el sucesor de Pedro, «el egoísmo y la ambición de poder son los peores enemigos del hombre. Están, de diversos modos, en el origen de todos los conflictos. Esto se constata en particular en ciertas zonas de América del sur, donde las desigualdades socioeconómicas y culturales, la violencia armada o la guerrilla, la puesta en tela de juicio de las conquistas democráticas, debilitan el entramado social y hacen perder a las poblaciones la confianza en el futuro».

Y exhortó: «Es preciso ayudar a este inmenso continente para que haga fructificar todo su patrimonio humano y material».

Esperanza en Asia
Ahora bien, «la desconfianza y las luchas, lo mismo que las secuelas de las crisis del pasado, pueden efectivamente ser superadas por la buena voluntad y la solidaridad internacional», aclaró.

«Asia nos aporta la prueba con el diálogo entre las dos Coreas y con el proceso de Timor Oriental hacia la independencia».

Juan Pablo II terminó esta radiografía de la frágil situación de la paz ofreciendo como solución lo que llamó «otra lógica».

«Yo la resumiría en unas palabras que podrían parecer demasiado simples: ¡todo hombre es mi hermano! –concluyó–. Si estamos convencidos de que hemos sido llamados a vivir juntos, de que es bueno conocerse, amarse y ayudarse, el mundo sería radicalmente diferente».

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ZENIT Staff

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