Juan Pablo II: La paz en Oriente Medio es posible

Cincuenta mil peregrinos en la misa celebrada en el estadio de Damasco

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DAMASCO, 6 mayo 2001 (ZENIT.org).- En momentos decisivos para la paz en Oriente Medio, Juan Pablo II exigió en la mañana de este domingo que cristianos, musulmanes y judíos trabajen juntos para que llegue el día «en el que cada pueblo vea sus legítimos derechos respetados».

El calor, y el cansancio de este maratón que le está llevando tras las huellas de san Pablo por Grecia, Siria y Malta no quitaron emoción ni entusiasmo al pontífice, que en este mes cumple 81 años. En el estadio de la capital siria, «Abbassyine», 50 mil personas, en su mayoría jóvenes, le dispensaron una acogida desbordante, en un país compuesto por un 90% de fieles islámicos.

De hecho, entre los presentes no faltaban los musulmanes, que asistían por primera vez en su vida a una misa.

La liturgia dominical fue ante todo un homenaje a Saulo de Tarso, quien en su camino a Damasco pasó de ser el perseguidor de los cristianos al gran apóstol de los Gentiles. Este regreso a los orígenes del cristianismo, que en estas tierras fue cuna de las primeras comunidades, ofreció al pontífice la oportunidad para afrontar el compromiso que en estos momentos deben afrontar los discípulos de Cristo en la región.

«Con todos vuestros compatriotas sin distinción, continuad sin descanso vuestros esfuerzos de cara a la edificación de una sociedad fraterna, justa y solidaria en la que cada quien sea reconocido plenamente en su dignidad y en sus derechos fundamentales», afirmó el Papa durante la homilía, en la que en varias ocasiones fue interrumpido por los aplausos de los fieles que abarrotaban el estadio.

Banderas de Siria y del Vaticano ondeaban desde horas antes de la llegada del pontífice agitados por chicos y chicas que dispensaron al pontífice una acogida típica del entusiasmo árabe.

«Sobre esta tierra santa –añadió el primer obispo de Roma que visita el país–, cristianos, musulmanes y judíos están llamados a trabajar juntos con confianza y audacia para hacer que llegue sin tardanza el día en el que a cada pueblo se le respeten sus legítimos derechos y pueda vivir en la paz y el entendimiento mutuo».

Para los cristianos, este objetivo no es una utopía, pues según explicó hablando en francés, «el Evangelio es un potente factor de transformación del mundo. ¡Que con vuestro testimonio de vida los hombres de hoy puedan descubrir la respuesta a sus aspiraciones más profundas y a los fundamentos de la convivencia en el seno de la sociedad!».

Escuchaban al pontífice peregrinos de varios países de la región, sobre todo del Líbano. Plagaban el estadio carteles de bienvenida escritos en varios idiomas. La misa fue celebrada en árabe y en francés. Las oraciones de los fieles se elevaron en armenio, arameo, caldeo, sirio, árabe e inglés. Los católicos presentes pertenecían a varios de los ritos de la Iglesia católica. El pontífice fue acogido por el patriarca de Antioquía de los griegos melquitas, Grégoire III Lahām.

«¡Estad orgullos de las grandes tradiciones litúrgicas y espirituales de vuestras Iglesias de Oriente!», exclamó el Papa arrancando sonoros aplausos entre los presentes. «Pertenecen al patrimonio de la única Iglesia de Cristo y constituyen puentes entre las diferentes sensibilidades».

En la liturgia participaron también representantes de las Iglesias ortodoxas presentes en Siria. El pontífice agradeció su presencia, testimonio de las «relaciones fraternas» que se dan en este país entre los cristianos de las diferentes confesiones. En total, no llegan al 10% de la población. De este modo, volvió a pronunciar un sentido llamamiento a favor de la unidad perdida.

La buena nueva del Evangelio, explicó el Papa, «debe incitar a los discípulos de Cristo a buscar ardientemente los caminos de unidad para que, haciendo suya la oración del Señor –«Que todos sean uno»–, den un testimonio más auténtico y creíble».

El Papa invitó a las familias a la fidelidad y la apertura, les alentó a defender «siempre» el derecho a la vida desde su concepción, y les recordó la importancia de la oración y de la formación cristiana de los hijos. Por último, animó a los sirios a abrirse al mundo con lucidez y sin temor.

Al final de la eucaristía, el Papa almorzó en el Patriarcado greco-católico con los patriarcas y obispos sirios. En particular, apreció el que en estas tierras los católicos vivan en armonía con la comunidad ortodoxa y musulmana.

Constató también con tristeza el drama de la emigración, que afecta a los jóvenes de las familias cristianas que en el país no tienen un porvenir. El índice de desempleo supera el 30%. Por ello, pidió a patriarcas y obispos que luchen para que todos los ciudadanos gocen de los mismos derechos.

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ZENIT Staff

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