¿Jugador solitario? Reflexiones sobre la vida comunitaria

En Estados Unidos, la gente se ha desconectado de sus amigos, vecinos y estructuras sociales, lo que se traduce en una caída peligrosa de los valores sociales, a los que llama «capital social».

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28 abr 2001 (ZENIT.org).- ¿Está la sociedad moderna destinada a un individualismo cada vez mayor? El mes pasado, Robert D. Putnam, profesor de política en la Universidad de Harvard, visitó Inglaterra para promover la publicación de su libro «Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community». Este libro, que se publicó en Estados Unidos el año pasado, argumenta que en este país la gente ha terminado desconectada de sus amigos, vecinos y estructuras sociales, lo que se traduce en una caída peligrosa de los valores sociales, a los que llama «capital social».

La tesis de Putnam se hizo famosa tras la publicación en 1995 de un artículo suyo en una revista académica, en el que expresaba sus ideas sobre la ruptura de los lazos comunitarios. El libro presenta una visión mucho más detallada del tema y es también una réplica a sus críticos. El título «Bowling Alone» invoca la imagen del declive de los tradicionales grupos sociales, tales como los clubes de bolos, que fueran una vez la columna vertebral de la vida comunitaria.

Putnam distingue diferentes tipos de «capital social». Por ejemplo, puede ser tendiendo puentes, lo que facilita la reciprocidad entre grupos, o tejiendo lazos, reforzando las relaciones entre un número limitado de personas. Pero Putnam aduce que en las últimas décadas, las conexiones civiles en Estados Unidos se han debilitado drásticamente. No se trata de nostalgia por los buenos viejos tiempos, afirma el primer capítulo del libro, sino de algo basado en un detallado análisis sociológico respaldado por 80 páginas de apéndices y notas.

Por supuesto, Putnam no es el primero que acomete el tema. Hace algunos años, el comunitarismo disfrutó de una breve fama. Su mucho más conocido impulsor, Amitai Etzioni («The Spirit of Community», 1993) se convirtió en un favorito en la Casa Blanca durante el primer mandato de Clinton. Y antes que él, estuvo Robert Bellah («Habits of the Heart», 1985), que examinó de qué manera el individualismo estaba afectando a la capacidad de compromiso con la comunidad.

Putnam explicaba en el «Sunday Times» (25 de marzo) que había nacido en una ciudad de unas cinco mil personas, Port Clinton, Ohio, donde de niño era miembro de la liga de juego de bolos. Sus padres tomaban parte en grupos locales y en la vida civil. Considera que los años 50, en los que creció, fueron la cumbre del «capital social» en Estados Unidos.

Según el artículo de Putnam en «The Observer» (25 de marzo), la organización de ligas de juego de bolos ha disminuido dos tercios en el último cuarto de siglo. Y lo que es más importante, los estadounidenses hoy es mucho menos probable que participen en reuniones comunitarias, organizaciones locales, asistan a la iglesia, votar, ayuden a organizaciones humanitarias o cumplan con otras responsabilidades cívicas en comparación con lo que sucedía sólo hace unas décadas.

Putnam explicaba que incluso en las familias aumenta el aislamiento social. Hoy en las familias «hay un tercio menos de probabilidades de que sus integrantes cenen juntos, o vayan de vacaciones o incluso vean la televisión juntos. Y no es sorprendente que, en la medida en que nuestras interrelaciones personales decaen, también lo hace nuestra confianza mutua. Estamos perdiendo un lubricante esencial de la cooperación social».

Europa sigue la tendencia al individualismo

Putnam considera que hay signos de que Europa seguirá el modelo estadounidense. Casi todos los países industrializados, partidos políticos, sindicatos e iglesias han experimentado el declive de la participación en la última o dos últimas décadas, «aproximadamente veinte años después de que se iniciara un bajón equivalente en Estados Unidos», comenta Putnam.

En opinión de Putnam, la última vez que tantos de países afrontaron una crisis de «capital social» de esta magnitud, fue tras la puesta en marcha de la Revolución Industrial, ya que un gran número de personas emigraron desde las aldeas hacia las ciudades industriales, dejando detrás a sus amigos y comunidades.

Este déficit fue superado por una generación de reforma social, con la creación de instituciones de voluntariado, sindicatos y otros grupos sociales que desde el siglo XIX han acumulado «capital social».

En su libro, Putnam ofrece diversos modos de restaurar las relaciones sociales que se han erosionado en los últimos tiempos. Comienza insistiendo en la necesidad de educar a la joven generación en una mayor participación en actividades sociales, desde equipos deportivos a servicios comunitarios. En cuanto a los que ya están en el mundo laboral, a Putnam le gustaría que tuvieran un ambiente familiar-amistoso y orientado comunitariamente, que ofreciera mayor flexibilidad a los empleados, de modo que pudieran atender sus responsabilidades familiares y civiles.

También pide un despertar espiritual, e indica que, en el pasado, la religión desempeñó un papel clave en la creación de «capital social». Prefiere las religiones ecuménicas y «socialmente comprometidas». En su artículo, Putnam da la bienvenida a la iniciativa del presidente de Estados Unidos, Bush, que apoya los programas de acción social confesionales. «Las organizaciones confesionales tienen una probada habilidad para reconstruir los fundamentos de comunidades en peligro, y merecen el apoyo del Gobierno y las fundaciones», dijo.

Cómo curar el individualismo

En su reseña sobre el libro, la revista «The Public Interest» (Primavera 2001) concluye que Putnam ofrece un conjunto de datos sólidos y convincentes para apoyar su argumentación sobre el rápido colapso del compromiso civil. En este sentido, el trabajo es «un hito con el que cualquier futuro escritor sobre el tema de la comunidad tendrá que contar».

Sin embargo, la reseña considera que aunque la ciencia social ha sido útil en la identificación del problema, el «capital social» no puede ser reconstruido basándose en los análisis sociológicos de los estudiosos contemporáneos.

De hecho el libro de Putnam logra describir mejor el fenómeno que ofrecer remedios a la pérdida de las relaciones sociales. Quizá debido a las limitaciones de afrontar un problema sólo desde el punto de vista sociológico, que considera las consecuencias externas de la conducta y carece de los instrumentos para analizar las motivaciones fundamentales de las acciones humanas. De hecho Putnam apunta a ésto en la conclusión de su obra, cuando exhorta a reconstruir la vida comunitaria no porque sea buena para Estados Unidos, «sino porque es buena para nosotros mismos».

La dimensión interna o moral de una actividad cívica, ha sido, por supuesto, frecuentemente comentada por Juan Pablo II usando el término de solidaridad. En su encíclica «Sollicitudo rei socialis» (par. 26), el Papa habla de una «radical interdependencia», así como de la necesidad de transferir esta solidaridad «al plano moral».

La interdependencia entre las personas no es sólo un asunto social, explica el Papa, sino que debe ser elevada a una categoría moral y, en este sentido, la solidaridad puede ser considerada como una virtud (par. 38). Consiste en «una firme y perseverante determinación de dedicarse personalmente al bien común; es decir, al bien de todos y de cada uno, ya que todos somos verdaderamente responsables de todos».

Por otra parte, el bien común se basa en el reconocer a los demás como personas, no como objetos que pueden ser utilizados. El paso siguiente sería la personalización del bien común, de manera que un individuo busca la plenitud no sólo en recibir de los otros, sino que incluye el bien común como parte de sus objetivos personales.

Lograr este modo de actuar no es algo que pueda crearse con medidas políticas. Como explica la encíclica (par. 40), la solidaridad es una virtud relacionada con los conceptos cristianos de «gratu
idad total, perdón y reconciliación». Nuestro prójimo debe ser amado de modo genuinamente cristiano y el modelo de solidaridad es la unidad, demostrada en los lazos que unen a las tres Personas de la Santísima Trinidad.

La resolución de los problemas del individualismo pasa también por la conversión personal y la práctica de las virtudes. Una tarea ardua y exigente, pero sólo así se encuentran soluciones de raíz a los problemas sociales

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ZENIT Staff

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