Los minusválidos y discapacitados, maestros de ecumenismo

Jean Vanier narra la experiencia de ecumenismo vivo en el Arca

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ROMA, 23 nov (ZENIT.org).- El servicio a los últimos, a los más pobres, a los discapacitados es un terreno privilegiado para el diálogo ecuménico. Lo afirma uno de los profetas del cristianismo este momento de transición de milenio, Jean Vanier.

Este laico canadiense, de 72 años, hijo del último gobernador general de Canadá, conoció en Francia, en 1964, a Raphaël Simi y Philippe Seux, dos hombres con profundas deficiencias mentales, a quienes acogió en su casa para sacarles del abandono de un hospital psiquiátrico. Con ellos fundó la comunidad del Arca, una comunidad en la que hombres y mujeres de toda procedencia social, conviven con personas con minusvalía (algunos tienen el síndrome de Down otros proceden de centros psiquiátricos, etc.).

A partir de aquella pequeña comunidad francesa, poco ha poco han ido surgiendo 103 comunidades en todo el mundo, en 26 países de los cinco continentes, con más de dos mil miembros.

En el contacto con el abandono y con el dolor de muchas de estas personas necesitadas, Jean Vanier ha descubierto las heridas, complejos, angustias… del hombre contemporáneo. Heridas profundas, del alma, que sólo pueden ser curadas por la experiencia del amor y del perdón de Dios. Con esta convicción, Vanier se ha convertido también en el inspirador de las nuevas comunidades eclesiales «Fe y Luz» y recorre el mundo predicando retiros espirituales.

Se publica ahora en Italia un nuevo libro de Jean Vanier, que lleva por título «Hacia una tierra de unidad. Reflexiones sobre el ecumenismo» («Verso una terra di unità. Riflessioni sull´ecumenismo», publicado en Italia por Ediciones Paulinas), en el que recoge escritos y conferencias sobre el ecumenismo.

El argumento al que Juan Pablo II ha querido dedicar sus intervenciones de los miércoles en esta recta final del Jubileo.

Para Vanier, en el ecumenismo, hay un diálogo que es el de los congresos, las publicaciones, los «expertos». Y hay otro que nace de abajo, del servicio a los pobres, a los que sufren, a los indefensos. Que implica a toda la persona en un camino de amor.

Ecumenismo de vida
«Comenzamos a caminar en el ecumenismo –dice Vanier al revelar su experiencia personal– para responder a las necesidades de las personas con minusvalía acogidas en nuestras comunidades y que pertenecen a diferentes tradiciones cristianas y religiosas».

«Estas personas –añade– nos han estimulado a descubrir cómo podemos ayudarles a integrarse plenamente en la vida comunitaria, profundizando en su tradición personal, y a descubrir también cómo celebrar algunas fiestas todos juntos, como una sola familia. En este camino nos hemos dado cuenta a menudo de nuestros límites y hemos cometido errores, pero hemos descubierto también la alegría de caminar juntos como peregrinos hacia la tierra de la unidad».

El dolor de la desunión
Vanier reconoce que el camino no es fácil: «Es doloroso que anglicanos y protestantes no puedan recibir la comunión en el momento de la Eucaristía católica u ortodoxa, sobre todo porque sus Iglesias acogen a todos los creyentes en la mesa del Señor. Es doloroso para los católicos y ortodoxos ver que su Iglesia rechaza la comunión a personas con las que están unidos por lazos de amistad y de comunión de corazones».

«Puede ser muy doloroso lanzar puentes entre las Iglesias», añade, y pude ser, además un motivo de críticas, incluso dentro de la propia Iglesia.

También Cristo sufre
Ahora bien, se pregunta: «¿No es acaso importante vivir este sufrimiento? ¿Acaso no es el mismo sufrimiento que sienten el Padre y Jesús cuando ven nuestras separaciones? Muchos entre nosotros ignoran este tipo de sufrimiento y viven encerrados en sus Iglesias, en sus comunidades, inconscientes del escándalo de estas divisiones».

«Vivir las dificultades del ecumenismo, sentir el luto de la seguridad afectiva, ¿no es quizá un modo de participar en el sufrimiento del corazón de Dios?», continúa preguntándose.

«Si este camino hacia la unidad –añade Vanier– es doloroso, inseguro, lleno de incertidumbre, de momentos de duda y de soledad, es también un camino muy hermoso cuando vemos a personas pertenecientes a diversas confesiones cristianas reencontrarse, rezar juntas, buscar juntas a Jesús y su Evangelio de paz».

Cuenta su experiencia vivida en «Fe y Luz» y el «Arca» en la cual, dice, «los pobres gritan por la unidad».

«No debemos olvidar nunca –subraya– el sufrimiento de las personas que tienen una minusvalía mental y son incapaces de comprender nuestras divisiones en torno a la Eucaristía».

El grito de los últimos
Para ilustrar sus palabras cita el caso de «Nick, un hombre con una minusvalía mental, que vivía con otros en un pequeño apartamento del Arca en Londres. Se sentía herido por el hecho de que todos los domingos cada uno iba a una iglesia diversa. Un domingo en que le tocaba preparar la cena, Nick puso sobre la mesa pan y un vaso de agua. Cuando todos se sentaron, bendijo el pan y al agua y lo pasó a cada uno. Era su modo de gritar: «Que seamos uno como el Padre y Jesús son uno»».

Senda hacia la resurrección
Vanier se muestra convencido de que el vivir la separación con sufrimiento es lo que nos puede conducir a recuperar la unidad perdida: «Poco a poco podemos descubrir que juntos, en una comunión de corazones en Jesús y con Jesús, vivimos ya esta unidad. Si no podemos participar todos en la misma mesa eucarística, podemos comer juntos en la misma mesa de los pobres, los lisiados, las personas con minusvalía, los ciegos, y recibir así la bendición de Dios. Si no podemos beber todos en el mismo cáliz eucarístico, podemos beber el mismo cáliz de sufrimiento de tantas personas golpeadas o «heridas» de nuestro mundo. Juntos podemos permanecer en pie bajo la cruz y descubrir que todos nosotros estamos llamados a la resurrección, ¡invitados al banquete de bodas del Reino de Dios! Podemos vivir el sufrimiento en la esperanza de la resurrección».

Explica Vanier que la historia del «Arca» y de «Fe y Luz» está hecha de «pasos a tientas» y de confianza. «Al principio no teníamos ningún proyecto para un camino ecuménico. A menudo no sabíamos dónde ir. Hemos querido trabajar en estrecho contacto con las Iglesias, compartir con ellas lo que estábamos a punto de vivir y de descubrir en nuestra vida con personas minusválidas. Deseábamos permanecer arraigados en lo esencial: es decir Jesús presente en el pobre y en el débil. Teníamos confianza en el hecho de que Jesús y su Espíritu Santo nos habrían mostrado lo que querían de nosotros a través de los más pobres y los más débiles».

«Ellos nos han conducido hacia nuevas realidades, nuevos modos de actuar, nuevos lugares», concluye Jean Vanier.

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ZENIT Staff

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