Margarita Moro, hija de Tomás, la mujer más culta de Inglaterra en el siglo XVI

Un libro del español Eugenio Olivares rescata su figura

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JAÉN, domingo, 13 enero 2008 (ZENIT.org).- Margarita Moro Roper, primera mujer humanista de Inglaterra e hija mayor de Tomás Moro, fue una figura de primera línea como intelectual, además de esposa y madre. Sin embargo, es desconocida.

La primogénita del santo patrón de los políticos era una mujer admirada por el mismo Erasmo de Róterdam, tal y como cuenta a Zenit Eugenio Olivares Merino, profesor de Literatura Inglesa Medieval y Renacentista en la Universidad de Jaén, autor de un perfil biográfico y epistolario de esta mujer, «Padre mío bueno», editado en España por Rialp (www.rialp.com).

Olivares, casado y padre de seis hijos, es miembro del consejo de administración de la Asociación Internacional de Amigos de Tomás Moro.

–¿Por qué no se conoce más a la primogénita de Tomás Moro?

–Olivares: Efectivamente, resulta curioso comprobar que la hija mayor de Tomás Moro no sea más conocida hoy en día. A mi juicio hay dos motivos. En primer lugar, son muy pocos los datos que sobre ella han llegado hasta nosotros.

En todas las biografías sobre su padre, ella ocupa un lugar destacado, pero incluso en la primera de todas, escrita por el esposo de Margarita, no es mucho lo que se nos dice sobre ella. Por tanto, el investigador que encara la tarea de narrar su vida se encuentra con grandes lagunas, que difícilmente se pueden rellenar.

En otro orden de cosas, la crítica feminista no ha reivindicado a Margarita (tanto como a otras mujeres del XVI menos valiosas desde un punto de vista intelectual) porque no encuentra en ella el perfil apropiado para proponerla como modelo de «protofeminista». Margarita era, como tantas otras mujeres de antes y de ahora, hija, esposa y madre.

Esos papeles, que para ciertas tendencias del feminismo radical enmascaran la subordinación al hombre, daban sentido y plenitud a su vida. Eso es algo que para la ideología de género es imperdonable.

–Erasmo de Róterdam dijo de Margarita Moro Roper que era «el orgullo de Inglaterra». Viniendo del padre del humanismo no es un piropo banal…

–Olivares: Estoy totalmente de acuerdo. Erasmo era una persona difícil, con un carácter un tanto taciturno y para nada dado al elogio gratuito.

El hecho de que admirara al padre de Margarita no conlleva necesariamente que fuera a sentir por ella lo mismo. Erasmo, como el español Vives, veían en la familia del inglés un modelo de hogar cristiano, pero ambos sentían predilección especial por Meg (nombre con el que Tomás Moro llamaba cariñosamente a su hija, ndr.).

¿El motivo? Entiendo que ella era la demostración más palpable de que las ideas de Moro sobre el derecho de la mujer a recibir una educación de altura -como los hombres- no eran algo descabellado.

Eso es algo que Vives compartía con Moro desde el principio, pero que Erasmo tardó en aceptar. Magarita, sin duda, contribuyó a esto. Habría que mencionar también que Margarita tradujo al inglés la «Precatio Dominica» del de Róterdam. –¿Qué tenía esta mujer además de una fuerte piedad y gran dosis de sabiduría?

–Olivares: Yo destacaría dos virtudes: su sentido común y su fortaleza. En esto, lo sé, ella es como tantas otras mujeres de entonces y de ahora. Como cuenta uno de los primeros biógrafos de Moro, por casa de Meg pasaron personas muy conocidas (cuyos nombres el autor no revela por pudor) a pedir el consejo de ésta. Cuando su padre fue ejecutado, no lo olvidemos, por la acusación de alta traición, ella vio como todo su mundo se desmoronaba, y no sólo por la muerte de su padre. Toda su familia fue investigada, su marido fue a prisión una temporada y muchos otros católicos próximos a la familia fueron también ejecutados.

En medio de la tormenta, ella procuró que sus hijos e hijas recibieran una buena educación. Unos oficiales del rey fueron a su casa un día a husmear y la encontraron, como diríamos hoy, «haciendo los deberes» con sus hijos.

Y luego está el episodio, no sé si cierto o no, de que se las ingenió para recuperar la cabeza de su padre cuando iba a ser arrojada a las aguas del Támesis. En cualquier caso, insisto, la fortaleza de Meg se mostró, sobre todo, en seguir con su vida día a día, en un mundo abiertamente hostil.

–Tomás Moro es conocido por haber sido fiel a su conciencia y no a los dictámenes reales de su tiempo. ¿Margarita también era así?

–Olivares: Esta pregunta es tan interesante como difícil de responder. Por una parte, he de decir que Margarita había recibido una formación doctrinal esmerada.

Desde el principio, su padre diseñó el tipo de educación que recibieron Margarita, Isabel, Cecilia y Juan. Formó a sus hijos para la vida civil, familiar, pero al tiempo, para el cielo.

A esto hay que añadir que Tomás, en conciencia, veía que no podía acatar -como usted dice- los dictámenes reales, al menos, del modo en el que estaban formulados. Pero gustosamente hubiera escapado del verdugo, si la formulación de los mismos no hubiera planteado problema alguno para su conciencia. No hay más que leer las cartas que mandó a su hija.

Respecto a ella, creo que también se mantuvo fiel a sus principios, tanto si acató los dictámenes reales (como ella parece sugerir en sus cartas a Moro) por no encontrar en ellos oposición alguna a su conciencia, como si lo hizo bajo alguna premisa particular (como sugiere su primo Guillermo Rastell) que hiciera el juramento compatible con sus principios. Más allá no puedo ir…

–¿Podemos situar a Margarita Moro Roper en la historia de las grandes mujeres cristianas, y si así es, por qué casi nadie la cita?

–Olivares: Respecto a su primera pregunta, no me cabe la menor duda de que Margarita fue la mujer más culta de la Inglaterra del siglo XVI.

Si ha de figurar en un elenco de grandes cristianas o no, prefiero dejarla al margen, pues a mí me interesa de ella, muy particularmente, su formación intelectual. Margarita Moro Roper fue una gran humanista y, además, cristiana.

En relación a lo segundo que usted plantea, Margarita es conocida por todos los estudiosos de su padre. Los miembros de la «Asociación Internacional de Amigos de Tomas Moro» (Amici Thomae Mori), a la cual pertenezco, sentimos un gran cariño por ella.

Para el público en general, la figura de Moro es tan imponente que parece ocultar a los que vivían con él. Para ciertos feminismos, como ya he apuntado, Meg no da la talla. Ojalá que mi libro sirviera para espolear el interés por esta gran mujer.

Por Miriam Díez i Bosch

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ZENIT Staff

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