"Si hay una tierra hospitalaria es la 'tierra de en medio' que es Milán"

Primera entrevista del nuevo arzobispo de una de las mayores diócesis del mundo

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MILÁN, lunes 22 noviembre 2011 (ZENIT.org).- El cardenal arzobispo de Milán, en su primera entrevista tras su nombramiento, afronta una variedad de temas pastorales y el próximo encuentro mundial de las familias a celebrarse en la capital lombarda en 2012.

En la entrevista concedida por el cardenal Angelo Scola al diario católico italiano Avvenire –la primera tras la vuelta a ‘su’ tierra ambrosiana, el 25 de septiembre- habla de los desafíos y compromisos de la Iglesia, de los creyentes, de la ciudad. El cardenal lidera una de las mayores diócesis del mundo, Milán, con un rito propio, el ambrosiano.

Antes patriarca de Venecia y perteneciente al movimiento Comunión y Liberación, sobre la situación de la diócesis ambrosiana a su llegada, confiesa: “El gusano que roe a la cultura e incluso a muchos bautizados es la objeción por la que Cristo es un hecho del pasado. Sin embargo Cristo es contemporáneo. Para ceñirme a la pregunta le diría que en el pueblo ambrosiano he podido percibir la presencia actual del Señor”.

¿Cómo estar a la altura de este deber? “El punto es el siguiente –responde–: tomar conciencia de que somos, por gracia del Espíritu, el ‘signo’ y el ‘instrumento’, como se lee en la Lumen Gentium, de la contemporaneidad de Cristo. Porque como Kierkegaard afirmó agudamente: sólo quien me es contemporáneo puede salvarme. El no ser conscientes de esto genera un ‘hacer’ cargado de generosidad, pero que, a menudo está fragmentado y, por tanto, es difícilmente comunicable”. “La fragmentación es una trampa muy peligrosa”, asevera.

Milán se prepara para acoger el encuentro mundial de las familias, a finales de mayo de 2012. ¿Qué se puede esperar? “Son tres los aspectos valiosos para mí de este gran evento que tanto quiso el cardenal Tettamanzi –explica su sucesor–. La elección del tema es, en sí mismo, muy feliz: ofrece una ocasión extraordinaria para reconducir a la unidad las dimensiones de la vida común a todo hombre: los afectos, el trabajo, la fiesta. El evento como tal, pondrá a prueba nuestro sentido de la hospitalidad. Muchos miles de familias llegarán de todo el mundo. Si hay una tierra de la hospitalidad es la ‘tierra de en medio’ que es Milán. Podrá sugerir también una forma de mirar desde una perspectiva nueva el problema de la inmigración. Que se afronte de forma equilibrada, siendo magnánima a la vez”.

Y estará el Papa…: “Este es el regalo más grande. El papa Benedicto viene a nosotros, y no como uno que llega de fuera: el sucesor de Pedro es, por su naturaleza, inmanente a toda iglesia particular. Su extraordinaria venida nos ayudará a entender su presencia ordinaria entre nosotros. Se convertirá en una ocasión para redescubrir este factor que da plenitud y sentido cumplido a nuestra Iglesia ambrosiana”.

En Milán, como en otras partes, se proponen otros modos de entender y definir la familia: “Propongo volver a las cosas en sí mismas, llamándolas con su propio nombre. El nombre ‘familia’ se refiere al matrimonio entendido como relación pública, estable, abierto a la vida, entre un hombre y una mujer. Respetamos a todas las personas, no hay una pretensión de juzgar a quien no comparte nuestra visión y piensa poder realizar de otra manera su propia personalidad y su propia esfera afectiva. Estamos abiertos a ver cómo se regulan en términos rigurosos sus peticiones, pero sin que esto, yendo más allá de la esfera de un adecuado derecho privado, altere directa o indirectamente el auténtico concepto de familia”.

Respecto a la presencia en nuestra sociedad de los cristianos de hoy, apunta el cardenal Scola, “al camino del testimonio que viene de la experiencia de relaciones profundas, constitutivas, que exaltan la libertad y pasan a través de un modo de transmitirse en el día a día casi incontenible y abierto a todos. Ahí está el verdadero motivo que nos hace ponernos en marcha cada mañana. Somos unos apasionados de la misión, es decir de comunicar llenos de gratitud lo que gratuitamente se nos ha dado”.

Sobre cómo se regeneran las relaciones a veces irrecuperables, incluso en la comunidad cristiana, el arzobispo de Milán señala que “el hombre sólo se mueve verdaderamente por convicciones. Preguntémonos por un instante: ¿qué me persuade verdaderamente? Me persuade verdaderamente el percibir con claridad que el seguir a Cristo me ‘conviene’, que seguir a Cristo me hace completamente hombre”. “Que este es el camino nos lo testifican los mártires”, añade. “Más que nunca, en el actual marco histórico de transición rápida y no sin traumas, los cristianos están llamados a pasar de una fe por convención a una fe por convicción”, subraya.

¿Y cómo se da esto en ‘su’ Milán? “En el milanés, por ejemplo, se puede experimentar todavía el gusto por el trabajo del que habla Péguy: es el trabajo el sí el que se debe hacer bien, más allá de su valor de mercado. Se percibe que esto produce una trama de relaciones tendencialmente buenas con los demás y con la creación. Pero si el trabajo se vive separadamente de los afectos, puede también asumir una fisonomía paroxística (el ‘trabajo’ un defecto muy milanés). La persona necesita un centro: si existe, todas las dimensiones vitales se desarrollan armónicamente e incluso cuando entran en tensión, no destruyen nunca la unidad del yo”.

“En el pueblo italiano queda una tradición cristiana –comenta–. No es una mera cuestión de iglesias más o menos llenas, sino de reconocer que gran parte de nuestro pueblo está vinculada con la gran tradición cristiana. El punto es el de cómo acompañar las distintas modalidades de participación en una pertenencia plena en la Iglesia: la del que se compromete más allá de la misa de los domingos”. “Estoy convencido de que esta acción eclesial tiene una influencia benéfica sobre la sociedad civil. En la historia de Milán ha sido siempre así. Es necesario volver a entender que no es una ley para convertir a un ciudadano sino que se trata de la virtud. Santo Tomás decía que el objetivo de la ley es educar a vivir según la virtud”.

En la homilía de su entrada en Milán habló del “oficio de vivir” que aplasta a los hombres y mujeres de las generaciones intermedias: “Me preocupa que las generaciones intermedias –responde–, de los 20 a los 60 años, hayan desaparecido de la vida eclesial y a menudo de la civil, porque están presionadas por el afán de la vida cotidiana, de los ritmos de trabajo, por las heridas afectivas”.

“Estas personas no son contrarias a la fe –explica–, pero no ven que haya una relación de su existencia con esta. Esta es la razón por la que la acción de la Iglesia debe realizarse en los ambientes de vida, entre las personas. La parroquia es el eje central, porque es la ‘iglesia’ entre las casas, pero no podemos esperar a que las personas llamen a nuestra puerta”.

Quien más se resiente por la perspectiva a corto plazo de esta sociedad son los jóvenes, inquietos, ‘indignados’ y a veces incluso enfadados. “Cuando me reúno con ellos –concluye el cardenal Scola–, me ha sucedido muchas veces en un periodo breve de tiempo, destaco cómo todos les dicen que son ‘el futuro’, pero esto no será posible si no son el presente. Esto exige educación, que consiste en la transmisión a los jóvenes del sentido cumplido del vivir. Pienso que la escuela y la universidad deben ser consideradas en términos no sólo de reforma estructural, sino de concepción. La relación con el mundo laboral, por tanto, no puede ser puramente instrumental: la educación está dotada de un valor en sí misma, que está antes de la funcionalidad del resultado escolástico. Aparte de este amplio horizonte, todos los discursos dirigidos a los jóvenes suenan demagógicos”.

[Síntesis elaborada por ZENIT, con la traducción del italiano de Carmen Álvarez]

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ZENIT Staff

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