ROMA, 31 oct (ZENIT.org).- Cien familias del Camino Neocatecumenal han salido de Roma como misioneras para evangelizar los cinco continentes.
Se trata de una de las conclusiones más elocuentes del Jubileo de las familias que reunió a unas 250 mil personas en Roma el pasado 15 de octubre. En ese día, Juan Pablo II confesaba: «En este momento advierto de modo especial que hace falta empeñar todas las fuerzas eclesiales en la nueva evangelización».
Entre los presentes se encontraban también estas familias, casi todas con niños, del Camino, que de este modo quieren responder al llamamiento del Papa. Han partido rumbo a ciudades industrializadas de Australia o a barrios pobres de Haití.
Pero ¿qué es lo que empuja a estas familias a irse de misión? Simone y Mónica, una pareja
de Roma con tres hijos, que se prepara para ir a Estonia, responde: «Nos ha empujado sobre todo la gratitud a Dios. Puedo llevar lo que Dios me ha dado, la fe, la fe en su Palabra. Porque lo que Él dice se realiza».
A quienes les pregunta «¿Pero quién les manda meterse en eso? ¿Por qué partir a Estonia llevándose consigo los hijos?», Mónica explica: «Porque Dios conmigo ha hecho una cosa nueva, es decir me ha hecho una persona nueva y ha dado un nuevo sentido a mi vida. Hay muchísimas otras personas que están en la situación en la que yo me encontraba y que tienen necesidad de una palabra, de alguien que ya sea con las palabras, ya sea con los hechos, demuestre que es posible cambiar de vida, que hay esperanza, que es posible conocer a Jesucristo también a través de los sufrimientos. Hoy puedo decir que tengo un marido, hijos, y este hecho concreto demuestra la presencia de Dios porque si no, no me habría casado y mucho menos habría tenido hijos».
Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, también ha intervenido ante los micrófonos de «Radio Vaticano» para explicar los motivos que han hecho de estas familias misioneros del siglo XXI.
«Estas familias se han movido por la gratitud a Cristo, porque les ha salvado y les ha dado la vida divina –explica–. La vida aflora en el ánimo del cristiano como una luz radiante y bellísima. ¿Por qué no mostrar entonces lo que han recibido, después de haber pasado en su vida por el infierno? ¿Por qué no llevar esta luz radiante a todas las parejas destruidas, a todo lugar donde la familia está destruida?».
«En las zonas más pobres de América Latina, o en tantas otras partes del mundo, donde ya no existe la vida de familia es necesario llevar un testimonio –añade–. Seguramente estas familias representan esta luz radiante. Hay familias en Japón y ahora también en Taiwan. Familias que viven entre la gente de los barrios de favelas de Brasil y entre los «pueblos jóvenes» de Perú. Han fundado muchas comunidades en las que se reza tratando de reconstruir la familia en cuanto tal».
Kiko explica también la manera en que recibió la la inspiración de enviar familias para la nueva evangelización por todo el mundo: «No he sido yo quien ha tenido esta inspiración; ¡yo soy un pecador! Han sido las mismas familias que sentían dentro este impulso».
«Yo estaba en realidad aterrorizado por el pensamiento de que estas parejas con sus niños fueran a lugares tan difíciles, llenos de pobreza y de peligros –confiesa el iniciador del Camino Neocatecumenal–. Han sido las mismas familias las que decían: «¡Mándanos a nosotros! ¡Nosotros nos vamos!». Yo me he dejado llevar poco a poco por los acontecimientos. Los obispos pedían también ayuda en algunas zonas caracterizadas por la presencia de muchísimas sectas y poquísimos católicos. Han sido verdaderamente ellas, las familias, yo no he tenido ninguna iluminación y ninguna inspiración, no tenía y no seguía un proyecto. Sigo sólo las huellas que Dios pone en mi camino».