Juan Pablo II: «La vida como vocación»

Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

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CIUDAD DEL VATICANO, 26 nov (ZENIT.org).- Juan Pablo II publicó ayer su mensaje con motivo de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que tendrá lugar el próximo 6 de mayo de 2001.

La Iglesia celebra este día en obediencia a las palabras expresas de Cristo: «Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies».

Al escribir su mensaje, Juan Pablo II piensa sobre todo en los jóvenes «sedientos de valores y muchas veces incapaces de encontrar el camino que a ello conduce».

«Sí: sólo Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida –les dice–. Y es por esto necesario hacerles encontrar al Señor y ayudarles a establecer con Él una relación profunda. Jesús debe entrar en su mundo, asumir su historia y abrirle su corazón, para que se dispongan a conocerlo siempre más, a medida que siguen las huellas de su amor».

Ofrecemos a continuación la traducción del texto en castellano distribuido por la Sala de Prensa de la Santa Sede.

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Tema: «La vida como vocación».

Venerables Hermanos en el Episcopado,
queridos Hermanos y Hermanas de todo el mundo!:

1. La próxima «Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones» que tendrá lugar el 6 de mayo del 2001, a pocos meses, por tanto, del fin del Gran Jubileo, tendrá como motivo «La vida como vocación». En este mensaje deseo detenerme para reflexionar con vosotros sobre el tema que reviste una indudable importancia en la vida cristiana.

La palabra «vocación» cualifica muy bien las relaciones de Dios con cada ser humano en la libertad del amor, porque «cada vida es vocación» (Pablo VI, carta Enc. Populorum progressio, 15). Dios , al fin de la creación, contempla al hombre y «vió ser bueno!» (Cf. Gén. 1,31) lo hizo «a su imagen y semejanza», le puso en sus manos laboriosas el universo y lo ha llamado a una íntima relación de amor.

Vocación es la palabra que introduce a la comprensión de los dinamismos de la revelación de Dios y descubre al hombre la verdad sobre su existencia: «La razón más profunda de la dignidad humana, – leemos en el documento conciliar Gaudium et spes,- está en la vocación del hombre a la comunión de Dios. Ya desde su nacimiento es invitado el hombre al diálogo con Dios: pues, si existe, es porque, habiéndole creado Dios por amor, por amor le conserva siempre, y no vivirá plenamente conforme a la verdad, si no reconoce libremente este amor y si no se entrega a su Creador». (N° 19). Es en este diálogo de amor con Dios que se funda la posibilidad para cada uno de crecer según líneas y características propias, recibidas como don y capaces de » dar sentido» a la historia y a las relaciones fundamentales de su existir cotidiano, mientras se está en camino hacia la plenitud de la vida.

2. Considerar la vida como vocación favorece la libertad interior, estimulando en la persona el deseo de futuro, conjuntamente con el rechazo de una concepción de la existencia pasiva, aburrida y banal. La vida asume así el valor del «don recibido, que tiende por naturaleza a llegar a ser bien dado» (Doc. Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 1997,16, b). El hombre muestra ser renovado en el Espíritu (Cf. Jn. 3, 3.5) cuando aprende a seguir el camino del nuevo mandamiento «que os améis los unos a los otros, como yo os he amado» (Cf. Jn 15,12). Se puede afirmar que, en cierto sentido, el amor es el DNA de los hijos de Dios; es la » la vocación santa» con la que hemos sido llamados «según su propósito y su gracia, gracia que nos fue dada en Cristo Jesús, antes de los tiempos eternos y manifestada en el presente por la aparición de nuestro Salvador, Jesucristo » (2 Tm 1,9.10).

En el origen de todo camino vocacional, está el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Él nos revela que no estamos solos construyendo nuestra vida, porque Dios camina con nosotros en medio de nuestros quehaceres y si nosotros lo queremos, entreteje con cada cual una maravillosa historia de amor, única e irrepetible. Y al mismo tiempo, en armonía con la humanidad y con el mundo entero. Descubrir la presencia de Dios en la propia historia, no sentirse nunca huérfano sino siendo consciente de tener un Padre del que podemos fiarnos totalmente: este es el gran cambio que transforma el horizonte simplemente humano y lleva al hombre a comprender, como afirma la «Gaudium et spes», que no puede » encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo» (N°24). En estas palabras del Concilio Vaticano II está encerrado el secreto de la existencia cristiana y de toda la auténtica realización humana.

3. Hoy, sin embargo, esta lectura cristiana de la existencia debe hacer el balance de algunos comportamientos de la cultura occidental, en la que Dios es prácticamente marginado del vivir cotidiano. He aquí porqué es necesario un compromiso acorde de toda la comunidad cristiana para «reevangelizar la vida». Conviene a esta fundamental obligación pastoral el testimonio de hombres y mujeres que muestren la fecundidad de una existencia que tiene en Dios su fuente, en la docilidad a la acción del Espíritu su fuerza, en la comunión con Cristo y con la Iglesia la garantía del sentido auténtico de la fatiga cotidiana. Conviene que en la Comunidad cristiana, cada uno descubra su personal vocación y responda con generosidad. Cada vida y vocación y todo creyente es invitado a cooperar en la edificación de la Iglesia. En la «Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, sin embargo, nuestra atención va dirigida especialmente a la necesidad y a la urgencia de los ministros ordenados y de las personas dispuestas a seguir a Cristo en su camino exigente de la vida consagrada con la profesión de los consejos evangélicos.

Hay urgencia de ministros ordenados que sean «garantía permanente de la presencia sacramental de Cristo Redentor en los diversos tiempos y lugares» («Christifideles laici», 55) y, con la predicación de la Palabra y la celebración de la Eucaristía y de los otros Sacramentos guíen a las Comunidades cristianas por los senderos de la vida eterna.

Hay necesidad de hombres y mujeres que con su testimonio mantengan «viva en los bautizados la conciencia de los valores fundamentales del Evangelio» y hagan «avivar continuamente en la conciencia del Pueblo de Dios la exigencia de responder con la santidad de la vida al amor de Dios derramado en los corazones por el Espíritu Santo, reflejando en su conducta la consagración sacramental obrada por Dios en el Bautismo, la Confirmación o el Orden («Vita consecrata», 33).

Que el Espíritu Santo pueda suscitar abundantes vocaciones de especial consagración, para que favorezca en el pueblo cristiano una adhesión siempre más generosa al Evangelio y haga más fácil a todos la comprensión del sentido de la existencia como transparencia de la belleza y de la santidad de Dios.

4. Mi pensamiento se dirige ahora a tantos jóvenes sedientos de valores y las más de las veces incapaces de encontrar el camino que a ello conduce. Si: sólo Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Y es por esto necesario hacerles encontrar al Señor y ayudarlos a establecer con Él una relación profunda. Jesús debe entrar en su mundo, asumir su historia y abrirle su corazón, para que se dispongan a conocerlo siempre más, a medida que siguen las huellas de su amor.

Pienso, con respecto a esto, en el papel importante de los Pastores del Pueblo de Dios. Para ellos evoco las palabras del Concilio Vaticano II: «Preocúpense los Presbíteros, en primer lugar, de poner ante los ojos de los fieles, con el ministerio de la Palabra, y con el testimonio de su propia vida, el espíritu de servicio y el verdadero gozo pascual expandidos abiertamente, la excelencia del Sacerdocio y su necesidad…Para este fin es de máxima utilidad la dirección espiritual sabia y prudente…Sin embargo, esta llamada del Señor no debe esperarse que sea en manera alguna como voz extraordinaria que llegue a oídos
del futuro presbítero. Sino que más bien debe ser entendida e interpretada a través de signos por medio de los cuales cada día la voluntad de Dios se manifiesta a los cristianos prudentes, signos que deben ser considerados atentamente por los presbíteros». (Presbyterorum ordinis, 11)

Pienso también en los consagrados y consagradas llamados a testimoniar que en Cristo está nuestra única esperanza; sólo de Él es posible sacar la energía para vivir sus mismas calidades de vida; sólo con Él, se puede salir al encuentro de las profundas necesidades de salvación de la humanidad. Pueda la presencia y el servicio de las personas consagradas abrir el corazón y la mente de los jóvenes hacia horizontes de esperanza plenos de Dios y los eduquen en la humildad y la gratuidad del amar y del servir. La significatividad eclesial y cultural de su vida consagrada se traduzca siempre más en propuestas pastorales específicas, adaptadas a la forma de educar y formar a los jóvenes y muchachas para la escucha de la llamada del Señor y a la libertad del espíritu para responderle con generosidad e intrepidez.

5. Me dirijo ahora a vosotros, queridos padres cristianos, para exhortaros a estar cerca de vuestros hijos. No los dejéis solos frente a las grandes opciones de la adolescencia y de la juventud. Ayudadlos a no dejarse arrollar por la búsqueda afanosa del bienestar y guiadlos hacia el gozo auténtico, como lo es el del espíritu. Haced resonar en sus corazones, a veces llenos de miedo por el futuro, el gozo liberador de la fe. Educadlos, como escribía mi venerado predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, «apreciando simplemente los múltiples gozos humanos que el Creador pone ya en su camino: alegría entusiasta de la existencia y de la vida; gozo del amor casto y santificado; júbilo pacificante de la naturaleza y del silencio; regocijo, a veces austero, del trabajo esmerado; felicidad y satisfacción del deber cumplido; contento transparente de la pureza, del servicio, de la participación: satisfacción exigente del sacrificio». (Gaudete in Domino, I).

A la acción de la familia sirva de apoyo la de los catequistas y de los docentes cristianos, llamados de forma particular a promover el sentido de la vocación en los jóvenes. Su tarea es guiar a las nuevas generaciones hacia el descubrimiento del proyecto de Dios sobre sí mismo, cultivando en ellos la disponibilidad de hacer de la propia vida, cuando Dios llama, un don para la misión. Esto se verificará a través de ocasiones progresivas que preparen al «sí» pleno, por el que la entera existencia es puesta al servicio del Evangelio. Queridos catequistas y docentes: para obtener esto, ayudad a los jóvenes confiados a vosotros a mirar hacia lo alto, a huir de la tentación constante del compromiso. Educadlos en la confianza en Dios que es Padre y muestra la extraordinaria grandeza de su amor, confiando a cada uno un deber personal al servicio de la gran misión de «renovar la faz de la tierra».

6. Leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles que los primeros cristianos «perseveraban en oir la enseñanza de los apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración» (2, 42). Cada encuentro con la Palabra de Dios es un momento feliz para la propuesta vocacional. La frecuentación de la Sagrada Escritura ayuda a comprender el estilo y los gestos con los que Dios elige, llama, educa y hace partícipe de su amor.

La celebración de la Eucaristía y la oración hacen entender mejor las palabras de Jesús: «La mies es mucha y los obreros pocos! Roguemos, pues, al amo, mande obreros a su mies» (Mat.9, 37-38. Cf. Lc 10, 2). Rogando por las vocaciones se dispone uno a mirar con sabiduría evangélica al mundo y a las necesidades de la vida y salvación de cada ser humano; se vive, además, la caridad y la solidaridad de Cristo hacia la humanidad y se cuenta con la gracia de poder decir, siguiendo el ejemplo de la Virgen: «He aquí la sierva del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc. 1,38)

Invito a todos a implorar conmigo al Señor, para que no falten obreros en su mies:

Padre santo: fuente perenne de la existencia y del amor,
que en el hombre viviente muestras el esplendor de tu gloria,
y pones en su corazón la simiente de tu llamada,
haz que, ninguno, por negligencia nuestra, ignore este don o lo pierda,
sino que todos con plena generosidad, puedan caminar
hacia la realización de tu Amor.
Señor Jesús, que en tu peregrinar por los caminos de Palestina,
has elegido y llamado a tus apóstoles y les has confiado la tarea
de predicar el Evangelio, apacentar a los fieles, celebrar el culto divino,
haz que hoy no falten a tu Iglesia
numerosos y santos Sacerdotes, que lleven a todos
los frutos de tu muerte y de tu resurrección.
Espíritu Santo: que santificas a la Iglesia
con la constante dádiva de tus dones,
introduce en el corazón de los llamados a la vida consagrada
una íntima y fuerte pasión por el Reino,
para que con un sí generoso e incondicional,
pongan su existencia al servicio del Evangelio.
Virgen Santísima, que sin dudar
te has ofrecido al Omnipotente
para la actuación de su designio de salvación,
infunde confianza en el corazón de los jóvenes
para que haya siempre pastores celosos,
que guíen al pueblo cristiano por el camino de la vida,
y almas consagradas que sepan testimoniar
en la castidad, en la pobreza y en la obediencia,
la presencia liberadora de tu Hijo resucitado.
Amén.

Vaticano, 14 de septiembre del 2000
IOANNES PAULUS II

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ZENIT Staff

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