CIUDAD DEL VATICANO, 14 enero 2001 (ZENIT.org).- A inicios del nuevo milenio, la preocupación más profunda del Papa es la constatación de que el hombre se ha convertido en un objeto que puede ser manipulado, comprado o vendido.
Juan Pablo II hizo ayer esta confesión al encontrarse en el Vaticano con los 175 representantes de los países que mantienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede, con motivo de la tradicional audiencia de nuevo año.
«Mientras pensamos en el siglo que ha terminado –explicó–, se impone una consideración a este respecto: pasará a la historia como el siglo que ha visto las mayores conquistas de la ciencia y de la técnica, pero también como el siglo en el que la vida humana ha sido menospreciada de la manera más brutal».
El Santo Padre se refería «sobre todo a las crueles guerras que han surgido en Europa, a los totalitarismos que han dominado a millones de hombres y mujeres, pero también a las leyes que han «legalizado» el aborto o la eutanasia, y además a los modelos culturales que han diseminado la ideología del consumismo y del hedonismo a cualquier precio».
«Si el hombre trastorna los equilibrios de la creación, olvida que es responsable de sus hermanos y no se cuida del entorno que el Creador ha puesto en sus manos, este mundo programado por la sola medida de nuestros proyectos podría llegar a ser irrespirable», alertó.
«Ahora bien, ¿existe algo más común a todos que nuestra naturaleza humana?», preguntó el Papa.
«¡Sí, en este inicio de milenio, salvemos al hombre! –respondió– ¡Salvémoslo todos unidos! A los responsables de la sociedad toca proteger la especie humana, procurando que la ciencia esté al servicio de la persona, que el hombre no sea ya un objeto para cortar, que se compra o se vende, que las leyes no estén jamás condicionadas por el mercantilismo o la reivindicaciones egoístas de grupos minoritarios».
«Cualquier época de la historia de la humanidad no ha escapado a la tentación de que el hombre se encierre en sí mismo con una actitud de autosuficiencia, de dominio, de poder y de orgullo. Pero este riesgo, en nuestros días se ha hecho más peligroso para el corazón de los hombres que, por su esfuerzo científico, creen que pueden llegar a ser dueños de la naturaleza y de la historia», concluyó.