El Papa en Damasco, cruce de caminos hacia la paz

La visita pontificia será decisiva para el diálogo ecuménico

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DAMASCO, 30 enero 2001 (ZENIT.org).- La Via Recta, donde Pablo de Tarso se encontró con Cristo resucitado, atraviesa Damasco longitudinalmente. La minoría cristiana espera ya con alegría ver llegar a Juan Pablo II que no vendrá a caballo como el apóstol de las gentes sino en helicóptero.

La visita del Papa a Siria fue confirmada por el mismo pontífice el 25 de enero pasado, en la ceremonia ecuménica con la que clausuró la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Se espera que en las próximas semanas la Santa Sede anuncie las fechas de esta peregrinación pontificia.

El padre Paolo Dall´Oglio, que vive en el Monasterio de Deir Mar Musa (S. Moisés), nos explica cómo se prepara la visita papal. Su comunidad monástica y ecuménica, enrocada en un profundo cañón, en el desierto al norte de la capital, está empeñada por vocación en el diálogo con el Islam.

«Todos los cristianos de Medio Oriente –afirma Dall´Oglio– son minoría en una sociedad que quieren construir buscando valores humanos comunes, pero dando valor también al empuje espiritual, religioso y simbólico que el Islam representa para la mayoría de la población. Tenemos una gran simpatía humana por nuestros vecinos y por su mundo simbólico y espiritual».

Las iglesias cristianas en Siria –donde la Constitución garantiza libertad de culto– tienen entre un millón y un millón y medio de miembros (del 10 al 15% de la población). Damasco es sede del Patriarcado Sirio-Ortodoxo, del Melquita y del Greco-Ortodoxo, pero en el país están presentes todas las Iglesias Orientales excepto los coptos.

Hay una presencia reducida de la Iglesia latina e incluso un número exiguo de protestantes, en una tierra que, en el siglo II, vio nacer al Papa Aniceto y en la que, hoy, las comunidades más numerosas son las de los greco-ortodoxos y los armeno-ortodoxos.

Por este motivo, Juan Pablo II en la Basílica de San Pablo Extramuros afirmó que sigue las huellas del apóstol de las gentes para promover la unidad entre los cristianos.

Aunque se puede dar catequesis con libertad, el único enfrentamiento con el Estado se produjo en 1967, tras la nacionalización de las escuelas confesionales, restituidas en parte a principios de los años setenta. La condición de minoría de los árabes cristianos, la antigua convivencia entre culturas y pueblos, ha desarrollado su iniciativa comercial y los intercambios de todo tipo.

Por ello, Damasco ha sido centro propulsor del cristianismo desde los tiempos de Pablo. Este mismo era comerciante, hijo de comerciantes, injertado en dos culturas y bilingüe. La ciudad esta en la ruta del incienso que conectaba el Oriente Medio con el Mediterráneo.

El viaje del Papa, proyectado en el Jubileo, para visitar los lugares de la fe, se concreta ahora en un momento delicado por la tensión entre israelíes y palestinos que desestabiliza toda la zona. Será también una buena prueba para el hijo y sucesor de Assad, el que fuera hombre fuerte en Oriente Medio, y al mismo tiempo una oportunidad de reconocimiento en el ámbito internacional.

«Damasco es símbolo de una integración cultural y plurimilenaria, mediadora entre las culturas del Oriente y el Occidente antiguo», explica Frederick Mario Fales, profesor de Historia del Oriente Próximo Antiguo en la Universidad de Turín, director en Siria de las excavaciones arqueológicas de Qatna y autor de la última guía arqueológica del país. La historia de Damasco se mencionaba ya en las conquistas del faraón Tutmosis, en el siglo XV antes de Cristo y fue conquistada por el rey David en el siglo X antes de Cristo.

¿Qué frutos espera la comunidad creyente de Damasco? «Hay que liberarse del concepto de conflicto entre civilización occidental e islámica –responde el padre Dall´Oglio–. Aunque hubiera motivos históricos y sociológicos, este conflicto no debe aceptarse desde el punto de vista político y cultural. El Islam y el mundo occidental son dos realidades complejas entre las que hay que buscar sintonía. El Papa es un gran símbolo de la sintonía factible que nos libera de llegar a conflictos irreversibles».

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ZENIT Staff

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