ROMA, 31 enero 2001 (ZENIT.org).- En los dos lados de la mesa del Palacio de Congresos de Roma se sentaban ayer Bill Gates, el hombre más rico del mundo, y François Xavier Nguyên Van Thuân, un obispo vietnamita que fue perseguido por el comunismo. Los dos afrontaron el mismo argumento, el futuro de la globalización. Las propuestas, sin embargo, diametralmente opuestas.
Junto a otros personajes de la vida política y social italiana, el fundador de Microsoft y el presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz, respondían a una invitación presentada por la patronal de empresarios italianos (Confindustria) a responder a una pregunta: «¿Qué es lo que quedará de la net-economy?» («Cosa resterà della net economy?»).
En el centro de la atención del auditorio, obviamente, estaba la estrella del encuentro, el «guru del software», que a 45 años se ha convertido en un auténtico modelo para millones de jóvenes que sueñan en un futuro millonario. A un lado, discreto, se encontraba un asiático de 72 años, con clergyman, que el próximo 21 de febrero se convertirá en príncipe de la Iglesia. El primero no quiso descender de la tarima hasta que salieron los dos mil invitados al encuentro; el segundo comenzó narrando los 13 años que pasó bajó el régimen comunista.
Al afrontar el debate del futuro de la globalización, los dos coincidieron en puntos decisivos, como, por ejemplo, en el hecho de que se puede mejorar la condición de la persona humana. Pero el significado de «mejor» es muy diferente para el estadounidense y para el vietnamita.
La clave del futuro, según Bill Gates, está en la informática: un paradigma capaz de cambiar el trabajo, el tiempo libre, la vida en su globalidad de los ciudadanos.
«La informática –explicó– es el mejor instrumento de la historia para liberar la creatividad del hombre». Si se tiene en cuenta que los ordenadores se convierten en instrumentos cada vez más potentes y baratos, entonces, se podrán acercar a los países y a sus ciudadanos.
En definitiva, se trata de superar las barreras de la injusticia social con la tecnología. «Medio millón de indios ganan 40 mil dólares desarrollando programas para las empresas estadounidenses», explica el magnate de la informática. Un éxito posible gracias a la óptima preparación escolar que se da en India».
El otro paradigma de éxito en el futuro, según Gates, está en el «talento». «La prioridad para cada país tiene que ser la inversión en la universidad y en la escuela».
Por el contrario, para monseñor François Xavier Nguyên Van Thuân el paradigma del hombre tiene que ser el mismo hombre, la persona y su dignidad.
El prelado no hablaba de oídas, para él el trabajo ha sido un realidad en el Vietnam comunista, incluso sin sueldo. Explicó que fue «carpintero por lo que pude hacer esta cruz que fabriqué y que escondí durante años en un trozo de jabón. Y después, campesino, artesano, profesor de idiomas de mis carceleros».
El problema, según Van Thuân no está en cómo será el trabajo del futuro, sino en la pregunta «¿cómo serán los hombres y las mujeres sobre los que queremos construir el trabajo futuro?».
«No puede ser el «homo faber» que produce y consume cada vez más –respondió–. El trabajo no es un fin en sí mismo. La producción material no puede ser infinita, no podemos continuar así sin preocuparnos de quién fabrica los productos que nos llegan a precio bajo».
Es necesario, por tanto, concluyó el cardenal designado, «cambiar completamente la cultura: volver a poner a la persona como sujeto de la economía y del trabajo».