KIGALI, 8 feb 2001 (ZENIT.org–FIDES).- El cardenal Roger Etchegaray presidió esta mañana en esta ciudad las celebraciones del primer centenario de la evangelización en Ruanda, una oportunidad que el legado especial del Papa aprovechó para dar un impulso decisivo a la reconciliación nacional seis años después del genocidio.
La celebración fue imponente. La celebración eucarística tuvo lugar en el estadio Amahoro, que tiene capacidad para 30 mil personas. Dado que llegó mucha gente de todas las partes del país, para asegurarse un sitio la gente comenzó a llegar a partir de las 7 de la mañana, después de haber participado en una caminata de 15 kilómetros, desde el centro de Kigali hasta el estadio
La jornada fue declarada por el gobierno fiesta nacional. La radio y TV transmitieron a todo el país la ceremonia. Con el Card. Etchegaray concelebraron 23 obispos (además de los de Ruanda, han estado presentes prelados de Burundi y Tanzania, así como representantes de Bélgica, Alemania e Italia) y más de 100 sacerdotes, numerosos religiosos, religiosas y asociaciones locales, así como representantes de las comunidades protestante y musulmana.
Asistieron también autoridades del gobierno, ministros, diputados y la esposa del presidente de la República, Paul Kagame, éste último se encontraba de viaje en el extranjero.
El cardenal Etchegaray recordó que visitó Ruanda en junio de 1994, como enviado especial del Papa, en pleno conflicto entre hutus y tutsis, que para un intento de pacificación: «Vi entonces todo lo imaginable, escuché lo increíble –confesó en la homilía–… Entre las víctimas de todo tipo, entre los refugiados de toda edad, fue en esta tierra martirizada donde comprendí todo el sentido de la fraternidad y el sinsentido de su negación; fue aquí donde comprendí cómo no puede haber paz duradera allí donde la vida en común es sufrida por necesidad y no saboreada por el gusto de la hermandad».
En su visita durante el genocidio, que tuvo lugar entre el 23 y el 29 de junio de 1994, el purpurado vasco-francés participó en la sepultura de tres obispos ruandeses asesinados y sepultados en la basílica de Kabgayi. El Papa le pidió viajar a ese país africano para confortar a la Iglesia local, debilitada y decapitada de algunos de sus pastores..
Un año antes, también a petición del Papa, había llegado en misión de paz a Ruanda, con el objetivo de tratar de poner fin a la guerra civil.
«Hoy el Santo Padre me manda de nuevo entre vosotros para compartir la inmensa, invencible esperanza que testimoniáis desde la salida de una prueba abismal que había hecho de vosotros, según vuestra propia expresión, «muertos vivientes»», dijo el cardenal en la homilía.
Pidió que la memoria de tantas masacres, que no puede borrarse de golpe, no se convierta en obsesiva: «Nadie puede permanecer prisionero del proprio pasado, por oprimente que sea… Sólo Dios puede interrumpir la lógica del mal y ayudarnos a salir del círculo vicioso de la sospecha, venganza, violencia, porque para Él el perdón no es una actitud pasajera, táctica: es su misma naturaleza».
En 1994 el avión en que viajaba el presidente Juvenal Habyarimana junto con el presidente de Burundi fue derribado y murieron ambos en el acto. Este hecho desencadenó una violenta represión por parte del ejército contra la población tutsi, y comenzó así una de las guerras civiles más sangrientas de la historia de la humanidad, en la que se ha superado el millón de muertos.
La catástrofe ruandesa ha colocado a este pequeño Estado en el centro de la atención mundial durante los últimos años. La ONU se ha visto obligada a mediar en una guerra civil entre hutus y tutsi que ha obligado a huir a más de un millón de ruandeses, que se han refugiado en los países vecinos, en gigantescos campos como el de Goma (Zaire), donde la falta de alimentos y medicinas ha ocasionado una gran tragedia. La guerra terminó en el verano de 1994 con la victoria del Frente Patriótico Ruandés, que ha establecido un gobierno de unidad nacional.