LIMA, 25 feb 2001 (ZENIT.org).- El inesperado y repentino fallecimiento a los 43 años de edad de Germán Doig Klinge, reconocido pensador latinoamericano y vicario general del Sodalicio de Vida Cristiana --una sociedad de vida apostólica de derecho pontificio nacida en Perú--, ha suscitado profunda conmoción entre muchos cristianos y líderes de la Iglesia católica en todo el mundo.

En efecto, Germán Doig, que también era coordinador del Movimiento de Vida Cristiana, ha sido descrito, por ejemplo, por el cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo de Ciudad de México, como un «apóstol de la nueva evangelización, dotado de una gran sabiduría cristiana».

Por su parte, el arzobispo de Denver (Estados Unidos), monseñor Charles Chaput, al conocer la triste noticia de su convocación a la Casa del Padre, se ha referido a él como «un hombre de profunda fe, enorme caridad y cualidades que eran muy difíciles de reemplazar».

Desde su partida, numerosos miembros de la jerarquía de la Iglesia en América y el Vaticano, así como intelectuales, dirigentes de movimientos eclesiales y otros fieles, han expresado su reconocimiento a la vida de Germán Doig y su aporte a la nueva evangelización.

Pero, ¿quién fue Germán Doig?
Luis Germán José Doig Klinge nació en Lima (Perú) el 22 de mayo de 1957, estudió en la Escuela Inmaculado Corazón y luego en el Colegio Santa María de esta ciudad, y posteriormente cursó estudios de Filosofía en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, así como de Derecho en la Universidad San Martín de Porres.

Ha sido el miembro más destacado y activo de la generación que en torno al fundador, Luis Fernando Figari, plasmó el deseo de servir al Señor en el Sodalicio de Vida Cristiana, nacido en 1971, y del que fue el segundo profeso perpetuo, después del mismo Figari.

Su celo apostólico se proyectó luego hacia 1984, en la creación del Movimiento de Vida Cristiana (extendido hoy en muchos países de América y Europa; y su inquietud intelectual lo llevó a ser iniciador y director del Instituto «Vida y Espiritualidad» y de la revista «VE».

Infatigable colaborador de la Comisión Episcopal de Laicos de la Conferencia Episcopal Peruana, Germán trabajó en la coordinación de los diversos movimientos eclesiales y en la promoción del laicado según las enseñanzas del Concilio Vaticano II.

Fue también autor de numerosas obras, entre ellas «Juan Pablo II y la cultura en América Latina», «Los derechos humanos y la Enseñanza Social de la Iglesia», el «Diccionario de Río, Medellín, Puebla y Santo Domingo», así como «El Desafío de la Tecnología: Más allá de Ícaro y Dédalo». Esta última, publicada el año pasado, ha significado un importante aporte a la reflexión sobre el lugar que ocupa la tecnología y las tecnologías en la cultura y su relación con la persona humana.

Como invitado especial del Papa Juan Pablo II, Germán Doig participó en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, en 1992. Años después, en abril de 1996, fue nombrado por el Santo Padre miembro del Pontificio Consejo para los Laicos. Asimismo, participó como auditor en la Asamblea Especial para el Sínodo de América celebrada en Roma del 16 de noviembre al 12 de diciembre de 1997.

En aquella ocasión, hablando durante la XIV Congregación general, señaló que «la gran perspectiva que se nos ofrece para asumir la intuición profética del vicario de Cristo y mirar con realismo hacia los desafíos para la evangelización en el tercer milenio ha de ser una eclesiología de comunión. Dentro de ella se descubre una exigencia: la reconciliación. No puede haber verdadera comunión si antes no hay una auténtica reconciliación».

Pero lo más importante en Germán Doig, según los testimonios de pastores y simples católicos hechos llegar en estos días, fue el haber vivido a plenitud su convicción de que los laicos estaban llamados a la santidad; y específicamente, a una santidad como la de María: sobria, discreta, sin aspavientos, pero al mismo tiempo activa y evangelizadora, conciliando la fe y la vida cotidiana, la oración con la acción.

Monseñor Fernando Antonio de Figueiredo, Obispo de Santo Amaro (Brasil), que conoció a Germán cuando era presidente de la Comisión de Cultura del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), recuerda su primer encuentro con él. En particular, le impresionó «su fisonomía jovial y su mirar profundo de hombre de Dios y Hombre de Iglesia».

«El tiempo me permitiría confirmar esta intuición primera, a través de sus escritos y de sus cualidades puestas al servicio del amor a Dios y del amor al prójimo --añade el prelado brasileño--. Su aspiración íntima lo conducía a sobrepasar los obstáculos puestos por la vida y lo hacía caminar por la vía de la perfección y la unión con Dios».

Una de las cosas que más llamaba la atención de Germán era su conciencia de que debía seguir el plan de Dios sin reticencias, consciente de que la vida era corta. En los últimos años, sus reflexiones sobre el sentido cristiano de la muerte fueron siendo cada vez más ricas y profundas. En una de ellas escribiría, casi como una anticipación: «Nuestra conciencia de la muerte no será ni el temor paralizante que genera la incertidumbre del "cuándo llegará", ni la ilusión de que nunca nos llegará. Nuestra actitud de vigilia es también actitud de oración, de escucha reverente de la Palabra, es silencio que acoge el designio divino para ponerlo por obra. Esto no es otra cosa que vivir en una permanente presencia del Señor».

German Doig falleció inesperadamente el 13 de febrero pasado, mientras descansaba en la noche.