CIUDAD DEL VATICANO, 13 febrero 2001 (ZENIT.org).- La iniciativa que Juan Pablo II lanzó en Pentecostés de 1998 al proponer la unidad y comunión entre los nuevos movimientos y comunidades eclesiales como senda para su plena integración en el seno de la Iglesia ha dado un nuevo paso en Roma.
El 9 de febrero, se reunieron fundadores y líderes de algunas de estas realidades más extendidas en el mundo con un orden del día muy concreto en sus agendas: ¿qué hacer para que al ver las comunidades cristianas cualquier persona pueda exclamar: «¡Mirad cómo se quieren!»?
En el encuentro se encontraban presentes Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares; Andrea Riccardi, iniciador de la Comunidad de San Egidio; Frances Ruppert, coordinadora general de los Cursillos de Cristiandad; Jesús Carrascosa, director del Centro Internacional de Comunión y Liberación; Salvatore Martínez, coordinador en Italia de la Renovación Carismática, y el padre Marcial Maciel, director general del Movimiento «Regnum Christi».
De este modo, en Centro de Estudios Superiores de los Legionarios de Cristo, sede de la cita, se encontraban representados carismas que animan la vida de unos 70 millones de cristianos en el mundo.
En la agenda del encuentro, que continúa con otros ya celebrados en el pasado, había una propuesta: colaborar con humildad y sencillez «en el florecimiento de la caridad de Cristo, tal y como la vivieron los cristianos del primer siglo de la historia de la Iglesia».
Los líderes de estos movimientos y comunidades, signos de «la nueva primavera de la Iglesia» surgida tras el Concilio Vaticano II, como ha explicado Juan Pablo II en varias ocasiones (Cf. Zenit, 31 de mayo de 1998), respondían al mismo tiempo a una sugerencia muy concreta presentada por el mismo Papa en la carta apostólica «Novo Millennio Ineunte» con la que clausuró el Jubileo del año 2000.
«Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo», decía el Santo Padre, «nuestra programación pastoral se inspirará en el «mandamiento nuevo» que él nos dio: «Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (n. 43).
En pocas palabras, se trata de promover la «espiritualidad de la comunión». Las propuestas de los presentes fueron sumamente interesantes.
El padre Marcial Maciel, quien es también fundador de los Legionarios de Cristo, propuso, en este sentido, como respuesta, la caridad cristiana en pensamientos, palabras y obras, que implica el esfuerzo por alejar la crítica, la maledicencia, la división, y de manera muy particular la calumnia, a veces presente.
Andrea Riccardi, de la Comunidad San Egidio, consideró que al afrontar este compromiso no se trata de hacer una especie de frente común, sino de ser «levadura». No se trata, agregó, de crear estructuras, se trata de vivir en la práctica, en el mundo, el amor del Evangelio.
Un amor que, como constató Jesús Carrascosa, de Comunión y Liberación, permite a cada realidad abrirse y sorprenderse ante los carismas que han recibido los otros y las demás realidades de la Iglesia. Hasta el punto de que los logros y los avances de los demás se llegan a experimentar como propios.
Chirara Lubich, de los Focolares, expresó con experiencias muy concretas las sendas por las que puede discurrir este amor mutuo. En concreto, expuso a los presentes algunas de las vivencias de amor no sólo entre cristianos, sino también con hindúes y miembros de otras religiones, que ha podido constatar en su viaje de enero pasado a India, donde recibió uno de los galardones más prestigiosos de las asociaciones hindúes del país.
Salvatore Martínez, de la Renovación Carismática, recordó que el amor es ante todo gracia y, por tanto, insistió en la necesidad de que los cristianos, y en especial sus pastores, así como los superiores de los nuevos movimientos y comunidades, eleven su corazón a Dios Padre de todos para pedir esta gracia de las gracias.
Frances Rupert, de los Cursillos de Cristiandad, sugirió que este compromiso que surgió del encuentro se convierta en algo concreto en los diferentes apostolados con los que anuncian el Evangelio estas nuevas comunidades.
La síntesis final se encontró también en la «Novo Millennio Ineunte»: «Muchas cosas serán necesarias para el camino histórico de la Iglesia también en este nuevo siglo; pero si faltara la caridad (ágape) todo sería inútil».