PEKIN, 21 feb 2001 (ZENIT.org).- Cuando llegaron ayer a Pekín los 17 miembros de la delegación de la Comisión de Valoración del Comité Olímpico Internacional (COI), que debe examinar la candidatura de la capital china como sede de los juegos olímpicos de 2008, ha surgido una esperada polémica.
La pregunta es clara: ¿puede un país denunciado por no respetar los derechos humanos fundamentales ser sede de los Juegos Olímpicos? La pregunta ha provocado la reacción de organizaciones civiles, religiosas y políticas.
Con el recuerdo amargo de haber perdido por un solo voto las Olimpiadas del año 2000, el alcalde de Pekín, sabiendo lo que influyó en una visita similar, en el año 1993, el recuerdo de la matanza de la plaza de Tiananmen, no ha querido correr riesgos. Simplemente ha prohibido cualquier manifestación pública.
Algunos analistas piensan que la adjudicación de las Olimpiadas podría retardar todavía más la apertura política del régimen chino y el consiguiente progreso de los derechos humanos. Otros, piensan en cambio que los embargos de cualquier tipo sólo producen aislamiento, mientras que manifestaciones internacionales como ésta son una ocasión para mostrar las contradicciones del régimen chino.
El debate, por tanto, está abierto.
Como quiera que sea, grupos como Falung Gong, el movimiento religioso acusado de ser «una secta nociva» por parte del régimen chino, han expresado su oposición a los juegos en China, hasta que no haya un verdadero progreso en la defensa de los derechos humanos.
La denominada «secta funesta» por el régimen chino ha sufrido una brutal represión, así como otro grupo denominado Zhong Gong, cuyos dirigentes han pedido a la delegación del COI que intervenga a favor de los más de 600 seguidores (incluido un diputado) que están en la cárcel.
Según el Gobierno chino, estas asociaciones «perjudican al pueblo y ponen en peligro la seguridad social» porque instigan a los ciudadanos a «ejercer prácticas anticientíficas».
Pero la represión de las llamadas «sectas» no es la única denuncia presentada contra el régimen chino. Cristianos y budistas acusan también al gobierno de ser víctimas de la represión.
El lama de 15 años, Thinley Dorje, que escapó de China cuando las autoridades lo preparaban para ser el sucesor del actual Dalai Lama, considerado la reencarnación de uno de los más venerados lamas del budismo, ha declarado en estos días que huyó de China, a través de las montañas, para reunirse con el Dalai Lama en Dharmsala y estudiar con él, ya que el Gobierno no deja entrar al máximo líder espiritual del budismo tibetano.
La situación de los cristianos es más complicada todavía. El director de la agencia misionera de la Santa Sede, Fides, Bernardo Cervellera, denunciaba hoy desde las páginas del diario de los católicos italianos, «Avvenire», que en el año 2000 el régimen ha emprendido una nueva estrategia: la persecución de la misma Asociación Católica Patriótica, controlada por el mismo régimen, para oponerse a la Iglesia fiel al Papa.
La ordenación de cinco obispos de esta Iglesia, el 6 de enero de 2000, se produjo engañando a los obispos y encerrándolos durante una semana en un curso de adoctrinamiento, denuncia Cervellera. La reacción de los 130 seminaristas del Seminario Nacional de Pekín, que no se presentaron a la ceremonia en la catedral, fue saldada con la expulsión de al menos 70 estudiantes del Seminario y de dos profesores. Pero antes, durante dos meses, seminaristas y profesores tuvieron que sufrir un metódico lavado de cerebro para convencerles de que es mejor obedecer al Partido que al Papa.
La persecución contra la Asociación Patriótica Católica (Iglesia «oficial») se ha hecho más dura todavía después de que el Papa canonizara a 120 mártires de China, el 1 de octubre de 2000. Las autoridades han lanzado una fuerte persecución de obispos, sacerdotes y laicos oficiales, explica el director de Fides. Muchos obispos fueron controlados durante meses y no pudieron encontrarse con sus fieles. Homilías y publicaciones fueron censuradas.
«Todo ello, para salvaguardar la peculiar interpretación de la historia hecha por el Partido único, según la cual los misioneros son siervos del imperialismo y la fe cristiana ha sido difundida en China a base de cañonazos», explica el director de Fides.
El régimen se ha servido del juego sucio y de la asociación patriótica en su persecución contra la Iglesia clandestina a causa de su fidelidad al Papa, añade el artículo de «Avvenire». El año pasado en Hebei, Jiangxi, Zhejian, Fujian, Lianing, miembros de las asociaciones patrióticos han arrestado a obispos subterráneos para convencerles bajo presión a formar parte de la Iglesia patriótica del régimen.
Algunos prelados, como monseñor Zhen Jingmu, monseñor Han Dingxiang, monseñor Lin Xili han sido secuestrados durante meses y más tarde confinados en arresto domiciliario, en régimen de aislamiento total. Otros, como los venerables Su Zhimin y An Shuxin, obispo ordinario y auxiliar respectivamente de Baoding, se encuentran detenidos desde hace más de cuatro años --contra las mismas leyes chinas--, acusados de no someter su actividad pastoral al control de la policía.
Pero los perseguidos no sólo son obispos y sacerdotes. Cervellera revela que también los laicos están siendo castigados. Los católicos que no pasan a la Asociación patriótica pierden el trabajo; sus hijos son expulsados de la escuela, y los más reticentes son encarcelados.
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Feb 21, 2001 00:00