CIUDAD DEL VATICANO, 25 feb 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II está convencido de que la Iglesia de nuestros tiempos, para ser fiel a su misión, tiene necesidad de mártires. Y los primeros que deben dar el ejemplo son los 44 cardenales que acaba de crear.
Al encontrarse este mediodía con más de 10 mil peregrinos en la plaza de San Pedro del Vaticano, que como todos los domingos se congregaron para rezar con la oración mariana del «Angelus», Juan Pablo II respondió a una pregunta que hoy día se hacen muchos cristianos: «¿cómo puede mantenerse fiel la Iglesia a su vocación, en un tiempo en el que la cultura dominante parece ir con frecuencia contra la lógica exigente del Evangelio?».
A este interrogante el Papa respondió precisamente haciendo alusión al «color rojo de las ropas de los cardenales».
Juan Pablo II se había escapado esta misma mañana para visitar como un obispo más la parroquia la Natividad de María, situada en un barrio a las afueras de Roma, la comunidad parroquial de la Ciudad Eterna número 292 visitada desde el inicio de su pontificado.
«Como es sabido –explicó–, recuerda la sangre de los mártires, testigos de Cristo hasta el sacrificio supremo. Los purpurados tienen que hacer visible con su vida un amor a Cristo que no se detiene ante ningún sacrificio. Su ejemplo será para todos los cristianos un aliento para servir generosamente al divino Maestro, sintiéndose miembros vivos de su único Cuerpo místico, la Iglesia».
«Condición necesaria para esta tarea comprometedora es la contemplación asidua del rostro del Señor –aclaró–. Lo he escrito en la carta apostólica «Novo millennio ineunte», y en varias ocasiones he tenido oportunidad de confirmarlo. Si no se escucha la palabra de Dios, si se debilita la oración y el contacto interior con el Señor, es fácil caer en un activismo estéril, que constituye un riesgo por desgracia frecuente, sobre todo en nuestros días».
Según el obispo de Roma, «el reciente consistorio de creación de 44 nuevos cardenales, pocas semanas después de la conclusión del año santo, permanecerá seguramente como un acontecimiento memorable para los anales de la Iglesia».
«Se podría decir que un soplo de nueva esperanza ha azotado al pueblo cristiano –continuó diciendo–. A lo largo del Jubileo y también en estos días ha resonado con potencia la invitación a dirigir la mirada al futuro. La Iglesia mira hacia delante y quiere «remar mar adentro», alentada por el dinamismo espiritual suscitado en su seno por la experiencia jubilar».
Para el Papa, la creación de nuevos cardenales enriquece y consolida por decir así «el código genético de la comunidad eclesial», definido con cuatro palabras: «su unidad, santidad, catolicidad, y apostolicidad ».
«El incremento del colegio cardenalicio –concluyó–, al poner de manifiesto la unidad del cuerpo eclesial en torno al sucesor de Pedro, subraya al mismo tiempo la dimensión católica, reflejada en la procedencia de los purpurados de todas las partes del mundo».