CIUDAD DEL VATICANO, 26 feb 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II abandonó ayer los muros vaticanos para vivir una mañana como la de tantos párrocos y obispos de todo el mundo celebrando la eucaristía en la parroquia y encontrándose con los niños, los jóvenes, los ancianos, y las familias.

Ha sido la parroquia número 292 que visita el pontífice desde el inicio de su pontificado. Se trataba de un templo que acaba de construirse a las afueras de Roma (se inauguró en abril del año pasado), la iglesia de la Natividad de María, en la Vía Bravetta. Hasta hace poco tiempo, los fieles de este barrio tenían que reunirse en un garaje.

La figura blanca llegó a las 9:30 de la mañana, y lo primero que hizo fue saludar a la gente que se había reunido a la entrada, vestida de fiesta, y soportando una ligera lluvia de finales de febrero.

Los más contentos eran los niños, que no dejaban de cantar ni aunque se lo pidieran. Mónica, de doce años, fue la encargada de saludar al final al pontífice en nombre de todos, recordando que en ese día «el sueño de los jóvenes parroquianos se hacía realidad», pues Juan Pablo II ha bendecido la «nueva casa» de esta comunidad, donde, concluyó, se respira «el calor de la fe».

Durante la homilía de la eucaristía, el obispo de Roma entregó a esta parroquia el mensaje que pocos días antes había enviado a su diócesis con motivo del final del Jubileo del año 2000, un año inolvidable para esa ciudad. En el texto invita a las parroquias a «salir de sí mismas» y a afrontar los sufrimientos de su gente, ofreciendo ayuda concreta.

«Seguid adelante por este camino --exhortó ayer a la parroquia-- privilegiando en primer lugar la atención a las familias, que con frecuencia no son capaces de asegurar una formación cristiana adecuada a sus hijos».

Luego, el pensamiento del Santo Padre se dirigió a los pequeños, pues, reconoció, «hay niños y adolescentes que tienen necesidad de alguien que les ayude a crecer en la fe».

Una misión particular que esta reservada a los jóvenes, a quienes confió la tarea de «ser los primeros evangelizadores de sus coetáneos».