Las aventuras de Pablo de Tarso en Malta

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Una página inolvidable de los Hechos de los Apóstoles

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LA VALETTA, 8 mayo 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II llegó en la tarde de este miércoles a Malta, en su peregrinación tras las huellas de san Pablo. En esta isla, que hoy tiene menos de 400 mil habitantes, el apóstol de los Gentiles vivió anécdotas que muestran la manera en que fue anunciado el Evangelio en los orígenes del cristianismo.

San Lucas, en los capítulos 27 y 28 de los Hechos de los Apóstoles, lo cuenta con lujo de detalles. El barco en el que Pablo era llevado por el Adriático prisionero a Roma encalló. El resto de la historia lo cuenta el mismo cronista tal y como aquí la presentamos.

* * *

Los soldados entonces resolvieron matar a los presos, no fuera que alguno se escapase a nado; pero el centurión, que quería salvar a Pablo, se opuso a su designio y dio orden de que los que supieran nadar se arrojasen los primeros al agua y ganasen la orilla; y los demás saliesen unos sobre tablones, otros sobre los despojos de la nave. De esta forma todos llegamos a tierra sanos y salvos.

Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. Los nativos nos mostraron una humanidad poco común; encendieron una hoguera a causa de la lluvia que caía y del frío, y nos acogieron a todos.

Pablo había reunido una brazada de ramas secas; al ponerla sobre la hoguera, una víbora que salía huyendo del calor, hizo presa en su mano.

Los nativos, cuando vieron el animal colgado de su mano, se dijeron unos a otros: «Este hombre es seguramente un asesino; ha escapado del mar, pero la justicia divina no le deja vivir.»

Pero él sacudió el animal sobre el fuego y no sufrió daño alguno. Ellos estaban esperando que se hincharía o que caería muerto de repente; pero después de esperar largo tiempo y viendo que no le ocurría nada anormal, cambiaron de parecer y empezaron a decir que era un dios.

En las cercanías de aquel lugar tenía unas propiedades el principal de la isla llamado Publio, quien nos recibió y nos dio amablemente hospedaje durante tres días. Precisamente el padre de Publio se hallaba en cama atacado de fiebres y disentería. Pablo entró a verle, hizo oración, le impuso las manos y le curó.

Después de este suceso los otros enfermos de la isla acudieron y fueron curados. Tuvieron para con nosotros toda suerte de consideraciones y a nuestra partida nos proveyeron de lo necesario.

Transcurridos tres meses nos hicimos a la mar en una nave alejandrina que había invernado en la isla y llevaba por enseña los Dióscuros.

Hechos de los Apóstoles 27, 42-44 y 28, 1-11

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ZENIT Staff

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