CIUDAD DEL VATICANO, 20 mayo 2001 (ZENIT.org).- El consistorio de los cardenales de la Iglesia católica comienza este lunes sin secretos: Juan Pablo II, en el tradicional encuentro del domingo a mediodía con varios miles de peregrinos, planteó con claridad sus objetivos: analizar «las perspectivas de la Iglesia y de su misión en el mundo».
El temario, añadió el pontífice, se encuentra detallado en la carta apostólica Novo millennio ineunte con la que clausuró el Jubileo y relanzó a la Iglesia a inicios de siglo.
El cardenal francés Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, revelaba este domingo en declaraciones a la televisión pública italiana que en el último consistorio el Santo Padre confesó que «no está bien que los cardenales se reúnan sólo cuando no hay Papa». Con ello, quería recordar que el obispo de Roma no gobierna solo la Iglesia; lo hace en comunión con los demás obispos. Esto explica el que haya convocado ya seis consistorios extraordinarios de cardenales a lo largo de su pontificado.
Tras el Jubileo…
Precisamente este consistorio no se entiende sin regresar a la última reunión de cardenales de este tipo convocada entre el 14 y el 15 de junio de 1994. De aquel encuentro surgiría después la carta apostólica del Papa «Tertio millennio adveniente» (10 de noviembre de 1994) con la que preparó el gran Jubileo del año 2000.
El año santo se propuso estrechar filas en la Iglesia en torno a lo esencial del cristianismo, el amor a Cristo, recuperando una unidad que había sufrido el desgaste de las difíciles décadas de finales del siglo XX.
De hecho, este lunes por la mañana, la asamblea comenzará con las ponencias de balance del año 2000 del cardenal Roger Etchegaray y del cardenal Crescenzio Sepe, quienes han sido respectivamente presidente y secretario del Comité para el gran Jubileo.
El gran desafío está por tanto en la manera en que los cristianos deben anunciar y testimoniar la esencia de su fe, es decir, Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, salvador único y universal, como lo ha recordado la declaración «Dominus Iesus». Una propuesta que, en una sociedad multicultural y multirreligiosa adquiere candente actualidad.
Es significativo en este sentido que el consistorio comience pocos días después de que se haya cumplido uno de los hitos de la historia del diálogo interreligioso: la entrada del obispo de Roma, por primera vez, en una mezquita, la de Damasco. Precisamente ese gesto contiene ya todos los elementos que quiere plantear el consistorio. El diálogo entre los creyentes de las diferentes religiones no quita fuerza al impulso misionero de la Iglesia. Al contrario, como explica la misma la «Novo millennio ineunte» el «diálogo no puede basarse en la indiferencia religiosa» (n. 56).
El Vaticano II, «brújula segura»
Para dar este impulso a la Iglesia, el Papa considera que todavía no hay llegado el momento de convocar un Vaticano III. De hecho, constata, el Concilio Vaticano II es «una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza» (n. 57).
El Papa, que ha insistido en el Jubileo en el examen de conciencia, la penitencia, la petición de perdón, la purificación de la memoria, relanza la revolución que trajo aquella histórica reunión de todos los obispos católicos del mundo de inicios de los sesenta: la santidad, que no es monopolio de sacerdotes o religiosos, sino de todo cristiano.
La Iglesia evangelizará, el mundo podrá cambiar, sólo si los cristianos dan testimonio heroico de amor, como los cristianos de inicios del primer milenio.
Ante este desafío, el Papa y con él el consistorio, estudiarán la manera en que las parroquias pueden convertirse en «escuelas de oración», de escucha de la Palabra de Dios, y que el domingo se convierta en la celebración del Resucitado, en una respuesta a la «crisis» de la práctica religiosa o de esa «religiosidad ambiental» que tiene connotaciones típicas como las de la «New Age» (cf. carta apostólica de Juan Pablo II Dies Domini, 31 de mayo de 1998).
Comunión
Para perseguir estos objetivos, que podrían parecer demasiado ambiciosos, la «Novo millennio ineunte» evoca en su última parte, «testigos del amor», un programa pastoral que quiere hacer de «la Iglesia la casa y la escuela de la comunión» (n. 43). De hecho, constata, éste «es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza».
En concreto, el Papa invita a poner en práctica «las grandes directrices del Concilio Vaticano II» que «sirven para asegurar y garantizar la comunión» (n. 44). Y cita instrumentos concretos como «la reforma de la Curia romana, la organización de los Sínodos y el funcionamiento de las Conferencias Episcopales».
En este sentido reconoce: «queda ciertamente aún mucho por hacer para expresar de la mejor manera las potencialidades de estos instrumentos de la comunión» (n. 44). Abre así un tema apasionante para la reflexión de los cardenales.
Ecumenismo
Dado que precisamente algunos de estos temas constituyeron motivos de los grandes cismas de la historia, el pontífice pone en el tapete de la discusión la cuestión de la reconciliación entre los cristianos para restablecer la unidad perdida.
En varias ocasiones, ha insistido en que la división de los discípulos de Cristo quita credibilidad a su mensaje. El Papa propone, por lo que se refiere a las Iglesias ortodoxas, «caminar juntos, en la unidad de la fe y en el respeto de las legítimas diferencias, acogiéndose y apoyándose mutuamente como miembros del único Cuerpo de Cristo» (n. 48).
Al referirse al otro gran cisma de la cristiandad, el de Occidente, el obispo de Roma sugiere a la Comunión anglicana y de las Comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, una «confrontación teológica sobre puntos esenciales de la fe y de la moral cristiana, la colaboración en la caridad y, sobre todo, el gran ecumenismo de la santidad» (n. 48).
La apuesta por la caridad
El consistorio no es sin embargo una discusión de hombres con sotana sobre temas que sólo interesa a una especie de Senado de la Iglesia católica. Afecta a la vida de los mil millones de católicos. Por eso, tras confirmar la opción preferencial por los pobres (n. 49), planteará propuestas concretas que analizarán los cardenales también están servidas: la «globalización de la solidaridad».
Un compromiso que implica superar el «desequilibrio ecológico», «la pesadilla de guerras catastróficas», el «vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños», «el respeto a la vida de cada ser humano desde la concepción hasta su ocaso natural», y recordar las «exigencias fundamentales de la ética» que deben tener presentes «cuantos se valen de las nuevas potencialidades de la ciencia, especialmente en el terreno de las biotecnologías» (n. 51).
Iglesia y medios
En la mesa discusión del consistorio está presente, por último, un tema decisivo: la relación de la Iglesia con los medios de comunicación. Tras el Jubileo más mediático de la historia, la Iglesia debe interrogarse sobre su capacidad para comunicar en este nuevo «areópago». Se trata de una cuestión de lenguaje, una cuestión de medios, pero sobre todo de una cuestión de personas y de formación.
Si bien el consistorio no hará milagros, ciertamente de esta reunión de cardenales se podrá otear de manera más clara el futuro de la Iglesia en un nuevo milenio de cambios vertiginosos que ahora comenzamos.