DAMASCO, 6 mayo 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II quiere que su visita a Siria, tierra de ecumenismo, dé un decidido impulso a la unidad entre los cristianos y ha propuesto alcanzar un acuerdo para cristianos de oriente y occidente celebren la Pascua en la misma fecha.

El momento ecuménico más significativo del primer viaje de un obispo de Roma a Siria, de cuatro días, tuvo lugar en la tarde del sábado, cuando participó en un encuentro los representantes de todas las comunidades cristianas presentes en el país. El histórico acontecimiento tuvo lugar en la catedral greco-ortodoxa de la Dormición de la Virgen María, de la que se tiene noticia desde el siglo II.

Entre los presentes se encontraban patriarcas y obispos de comunidades cristianas que hunden sus raíces en la predicación de los apóstoles. El patriarca greco-ortodoxo de Antioquía (con sede actual en Siria) y de todo el Oriente, Ignace I Hazim, fue el encargado de dirigir las cálidas palabras de bienvenida. Estaban también presentes el patriarca sirio-ortodoxo de Antioquía y jefe supremo de la Iglesia siro-ortodoxa universal, Ignatius Zākka I Iwās, así como el patriarca greco-melquita (católico) Grégoire III Lahām.

Los cristianos presentes representaban antiguos ritos de estupenda riqueza. Rezan en árabe, griego o arameo, la lengua que Jesús hablaba hace dos mil años. En este país de mayoría islámica, en el que no constituyen ni siquiera el 10% de la población, los discípulos de Jesús han dejado a un lado sus diferencias de siglos para ofrecer una sorprendente bienvenida al obispo de Roma. No hay que olvidar que el apóstol Pedro, antes de ir a la Ciudad Eterna, había tenido en Antioquía su sede episcopal.

Algunas de las comunidades cristianas, que tienen ahora su sede en Siria, llegaron a este país huyendo de persecuciones, particularmente a inicios del siglo XX. Los barrios cristianos de Damas, Aleppo y Homs se convirtieron para ellos en rincones de acogida.

Desde el momento en que el avión del Papa aterrizó en el aeropuerto de Damasco, en la mañana del sábado, todos los líderes cristianos sirios ya habían manifestado su cercanía con su presencia y aplausos. El pontífice pudo comprobar al bajar la escalerilla del avión que en esta tierra el ambiente ecuménico en es muy diferente al que había afrontado en su anterior escala, Atenas.

Las palabras del patriarca greco-ortodoxo, al acoger al Papa en su sede, fueron conmovedoras: «Yo os abrazo con el sínodo que me rodea --sacerdotes, monjes y fieles-- en el amor por Jesucristo nuestro Señor», afirmó Ignatius IV Hazim.

Una nueva era ecuménica
Por su parte, el Papa estimuló en Siria «el proceso de acercamiento ecuménico» que en este país tiene lugar desde hace años «en el marco de un proceso más amplio de reunión entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas».

«En virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía unen de hecho con lazos muy estrechos nuestras Iglesias particulares, que se llaman y les gusta llamarse Iglesias hermanas», reconoció el Papa.

«Ahora, después de un largo período de división e incomprensión recíproca, el Señor nos concede redescubrirnos como Iglesias hermanas, a pesar de los obstáculos que en el pasado se interpusieron entre nosotros. Si hoy, a las puertas del tercer milenio, buscamos el restablecimiento de la plena comunión, debemos tender a la realización de este objetivo y debemos hacer referencia al mismo», aclaró.

Un signo de voluntad ecuménica
A continuación, Juan Pablo II volvió a relanzar una iniciativa que viene proponiendo desde hace años: la celebración en la misma fecha de la Pascua de Resurrección por parte de cristianos de oriente y occidente, como signo visible de esta búsqueda de la unidad plena.

La diferencia de fechas en la celebración de la Pascua surgió con motivo de la reforma del calendario litúrgico realizada por el Papa Gregorio XIII en 1582. Los cristianos de oriente, en su mayoría ortodoxos, sin embargo, siguen calculando la fecha de la Pascua según el antiguo calendario Juliano, establecido por Julio César, en el año 46 antes de Cristo. En ocasiones, sin embargo, el día de Pascua en estos dos calendarios coincide, como sucedió en el año 2001.

«Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia católica se ha declarado favorable a todo intento capaz de restablecer la celebración común de la fiesta pascual. Este proceso parece sin embargo más difícil de lo previsto». Ante esta constatación el pontífice lanzó un hipótesis: «¿Podrían vislumbrarse etapas intermedias o diferenciadas para preparar los espíritus y los corazones a la aplicación de un cómputo aceptable para todos los cristianos de oriente y occidente?».

Una pregunta, concluyó, que debería encontrar una respuesta y apoyo por parte de los patriarcas y obispos cristianos de Oriente Medio, concluyó el Santo Padre.