Chiara Lubich: El planeta en la encrucijada

Una visión cristiana de la globalización

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ROMA, 3 septiembre 2001 (ZENIT.org).- La globalización en acción, al inicio de este tercer milenio, puede llegar a un nivel de madurez hasta ahora nunca alcanzado por la humanidad. Vivimos en una época de transformación radical de la historia, de difícil gestación de un mundo nuevo.

Pero es necesaria un alma: el amor.

Como dice Juan Pablo II, «La humanidad se encuentra ante una encrucijada. ¿Cuál civilización se impondrá en el futuro del planeta? Depende de nosotros si será la civilización del amor o bien la «incivilización» de los egoísmos erigidos como un sistema».

El amor –lo constato cada vez más, estando en contacto con individuos y grupos de religiones, razas, y culturas diversas– está inscrito en el ADN de cada hombre. Es la fuerza más potente, fecunda y segura que puede unir a toda la humanidad. Pero exige un vuelco total de los corazones, de las mentalidades, de las decisiones.

Por otro lado, ya es parte del sentir común de la vida internacional, la necesidad de volver a interpretar el sentido de la reciprocidad, uno de los puntos fundamentales de las relaciones internacionales.

Estos son tiempos en los que cada pueblo debe ir más allá de sus fronteras y mirar más lejos, hasta amar a la patria del otro como a la propia.

Entonces, la reciprocidad entre los pueblos significará superar antiguas y nuevas lógicas de organización y de producción, estableciendo en su lugar relaciones con todos, tomando la iniciativa sin condiciones ni intereses, porque se ve en el «otro» a «otro sí mismo», parte de la misma humanidad, y según esta línea se programa: el desarme, el desarrollo, la cooperación.

Nacerá así una reciprocidad capaz de hacer de cada pueblo, también el más pobre, un protagonista de la vida internacional, compartiendo su pobreza o su riqueza. No solamente en las emergencias sino en la vida cotidiana.

La identidad y las potencialidades de cada uno se desarrollarán precisamente al ponerlas a disposición con los otros pueblos, en el respeto y el intercambio recíprocos.
Entonces sí, si los individuos y los gobernantes ponemos nuestra parte, podremos soñar con componer una única comunidad planetaria.

¿Una utopía?
El primero en lanzar la globalización fue Jesús cuando dijo «Que todos sean uno». No sólo: nos hizo capaces de ese amor que tiene la fuerza de recomponer la familia humana en la unidad y en la diversidad.

Después, basta abrir los ojos: en el mundo hay diseminados muchos «laboratorios» de esta «humanidad nueva».

¿Será que ha llegado la hora de proyectarlos a escala mundial?

* Chiara Lubich es fundadora del Movimiento de los Focolares.
Puede encontrar más información sobre el pensamiento de la autora y la globalización en la página web http://www.focolare.org

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ZENIT Staff

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