EREVAN, 26 septiembre 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II renovó este miércoles a los cristianos de las distintas confesiones su propuesta de reflexionar sobre el ejercicio del ministerio del obispo de Roma, argumento que hoy día separa en particular a la Iglesia católica de Iglesias de Oriente.

El pontífice hizo pública su proposición en la celebración ecuménica, en la que participó junto al patriarca Karekin II, líder de la Iglesia apostólica armenia que en los últimos cinco años ha superado las diferencias teológicas que le separaron de Roma hace 1.500 años y que ahora sólo le queda reconocer la autoridad del Papa para entrar a formar parte de la plena comunión católica.

La celebración tuvo lugar en la nueva catedral apostólica de San Gregorio el Iluminador, en la capital, Erevan, edificada con motivo del 1.700 aniversario de la proclamación del cristianismo como religión oficial de Armenia y consagrada en días pasados.

«Mi visita testimonia hoy nuestro compartido anhelo de llegar a la plena unidad que el Señor ha querido para sus discípulos», constató el Papa durante la homilía que pronunció tras una intervención de Karekin II.

«Existe una real e íntima unidad entre la Iglesia católica y la Iglesia armenia, dado que las dos han preservado la sucesión apostólica y mantienen válidos sacramentos, de manea particular el Bautismo y la Eucaristía», añadió el Papa, en presencia también del presidente de la República Robert Kotcharian.

«Esta conciencia nos debe inspirar a trabajar aún más incesantemente para reforzar nuestro diálogo ecuménico. En este diálogo de fe y de amor, ninguna cuestión, por más difícil que sea debe ser dejada a un lado», siguió diciendo el Papa Wojtyla.

La cuestión del primado
De este modo, planteó la cuestión fundamental que hoy día separa a Roma de Etchmiadzin, lugar símbolo del cristianismo armenio: el reconocimiento del primado del Papa.

«Consciente de la importancia del ministerio del obispo de Roma en la búsqueda de la unidad de los cristianos --continuó proponiendo-- en mi encíclica «Ut unum sint» (n.95) he pedido que los obispos y los teólogos de nuestras Iglesias reflexionen sobre "las formas con las que este ministerio pueda realizar un servicio de fe y de amor reconocido por unos y otros"».

Un compromiso urgente
Juan Pablo II, que en el pasado ha dicho que la división es el mayor escándalo de la historia del cristianismo, consideró que esta propuesta es urgente para proclamar el evangelio a los hombres y mujeres de inicios de milenio.

«Después de haber experimentado el vacío espiritual del comunismo y del materialismo --constató--, tratan de buscar el sendero de la vida y de la felicidad: están sedientos del Evangelio. Hemos contraído con ellos una gran responsabilidad y esperan de nosotros un testimonio convincente de unidad en la fe y en el recíproco amor».

«Nunca más debe haber cristianos contra cristianos --concluyó el pontífice--. Nunca mas debe haber Iglesia contra Iglesia. Caminemos más bien juntos, de la mano, para que el mundo del siglo XXI y del nuevo milenio pueda creer».