ROMA, 10 septiembre 2001 (ZENIT.org).- Cuando se habla de Croacia se olvidan las huellas duraderas que deja la guerra. Una de ellas es el impresionante aumento de separaciones y divorcios. Por ello, los carmelitas de la Provincia Croata, entre otros, han renovado su compromiso de pastoral familiar.
«Iniciamos nuestra actividad pastoral inmediatamente después de la guerra», explican el padre Ervin, maestro de novicios y el padre Zdenko, prior del convento de Veglia y profesor del Instituto de Espiritualidad de a Facultad de Teología de Zagreb.
«Entre las consecuencias del conflicto está el abandono de las parroquias, por una crisis de fe –explican–. En los pueblos que fueron arrasados y las familias desmebradas, no quedaba nada, ni siquiera una iglesia como punto de referencia. En estos casos, muchas familias croatas se han abandonado. Da la impresión de que un gran número de familias croatas se han precipitado en una noche oscura».
La guerra en Croacia comenzó después de que esta antigua provincia de la antigua Yugoslavia proclamare en un referéndum la independencia, que fue proclamada oficialmente el 25 de junio de 1991.
La iniciativa provocó el descontento y la desconfianza de la minoría serbia en Croacia y las amenazas por parte del gobierno de Belgrado y el ejército federal, que finalmente se lanzó contra Croacia. Comenzó así una guerra a la que se puso fin en 1992 con la firma de un precario alto el fuego, que posibilitó el reconocimiento de Croacia como Estado independiente por la Unión Europea.
«Nuestro trabajo espiritual consiste sobre todo en ayudar a las familias a hablar una vez más de perdón -añaden los padres carmelitas–. No nos referimos a quienes han perdido a sus seres queridos en los combates, aún en el dolor esto sería todavía aceptable, sino a quienes han asistido a la muerte de sus propios familiares asesinados».
«Hay por tanto dos niveles de ayuda en nuestra actividad de pastoral familiar –aclaran–. El primero, respecto a las familias que han perdido a sus seres queridos en el conflcto, el segundo referido a quien ha perdido mucho a nivel psíquico».
«Todavía hoy de casi dos mil personas desaparecidas no se sabe nada –explican a modo de ejemplo–, sin embargo sus familiares esperan todavía poderlos encontrar».
«Familias que antes del conflicto estaban habituadas a tener de todo, de repente se han encontrado sin nada –constatan–. Esto ha provocado un cambio imprevisto en su seno. Las personas que tenían y ayudaban ahora deben pedir. Ahora que hemos perdido todo, nos está permitido todo, piensan, podemos incluso robar».
Y sin embargo, concluyen, no falta un signo de esperanza: «Sí, vemos un futuro bueno, una alba nueva de signo femenino, en la que las mujeres, madres, como las figuras bíblicas, con su fe lograrán salvar a los propios hijos».