ROMA, 20 septiembre 2001 (ZENIT.org).- La diplomacia internacional ha comenzado a pensar en una especie de «Plan Marshall» que prevenga el fermento en el que crece el terrorismo, la marginación. No se sabe qué forma tomará, pero entre las posibilidades que se barajan están la cancelación de la deuda, las ayudas a los países que dejen de dar cobertura al terrorismo y una tasa al tráfico de armas.
Una de las primeras voces que se ha lanzado en este sentido ha sido la de los obispos de la Unión Europea, al final de su reunión en Bruselas, preparatoria del consejo de ministros que se celebra el 21 de septiembre.
Los obispos europeos han reconocido en un comunicado, a propósito del atentado en Estados Unidos, que se ha hecho una injusticia sin precedentes pero, añadían: «La injusticia existe en el mundo; es la fuente de muchos conflictos sociales y políticos. El mundo está dividido en ricos y pobres, y no en religiones y culturas. El presente desafío reposa en una nueva política de desarrollo para los países pobres».
La diplomacia internacional, según han informado a Zenit representantes de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, está trabajando sobre la idea básica de reconstruir un sistema de relaciones y «contrapesos» internacionales que sustituyan la anarquía creada tras la caída del Muro de Berlín, que echó por tierra el equilibrio de la «guerra fría». Un nuevo sistema en el que el terrorismo pierda el humus que lo hace crecer.
El fundamentalismo islámico se alimenta con la pobreza y la degradación en que viven todavía millones de personas. Por ello, se está estudiando un programa de ayudas a los países que se disocien abierta y definitivamente del terrorismo.
Hay precedentes. En 1991, para apoyar la adhesión de las tropas egipcias al contingente de la «Tormenta del Desierto», el presidente Bush padre canceló en un instante la ingente deuda -miles de millones de dólares– de Egipto con EE.UU.
Hoy, la vía podría ser la misma o pasar por formas que intervengan sobre el levantamiento de la deuda internacional.
Michel Camdessus, economista francés, ex director del Fondo Monetario Internacional (FMI), miembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz, apunta en la misma dirección para luchar a la vez contra la guerra y la pobreza.
En una entrevista a la agencia APIC, señala como una de las medidas indispensables en la renovación de las instituciones de crédito internacionales, «escuchar el grito de los pueblos más pobres», como pedía Juan Pablo II a la reunión de los países más industrializados (G-8) de julio pasado en Génova.
Camdessu considera que esto implica hacerse una pregunta: «¿es posible crear una institución en la que estos países ricos se sientan representantes legítimos de los más pobres, una especie de G-24?». De hecho, 17 países se sientan en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Respecto a la deuda externa, Camdessus cree fundamental una reducción «adicional» que «se una a otras formas de ayuda al desarrollo».
Cree también que es necesaria una lucha contra la guerra, como arranque de un desarrollo global más justo.
Se muestra de acuerdo con Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, que afirma que «la guerra es la madre de todas las pobrezas».
«Si no impedimos el tráfico de armas y emprendemos una acción seria de preservación de la paz, no habrá desarrollo», indica Camdessus.
Por último, Camdessus considera que es «irrealizable» la tasa Tobin («Tobin tax»), un impuesto a las transacciones monetarias para desalentar la especulación y financiar el desarrollo de los países pobres.
Considera más eficaz una tasa «sobre la exportación de armas, más fácil de aplicar que la tasa Tobin porque la ONU tiene ya un registro en el que todos los países deben declarar el destino de las armas, la cantidad y la naturaleza de sus ventas».