Falta formación permanente en los obispos, constata el Sínodo

Confesiones del cardenal Simonis y del obispo de Texcoco

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CIUDAD DEL VATICANO, 3 octubre 2001 (ZENIT.org).- Sucede con frecuencia que buenos sacerdotes, párrocos brillantes, eruditos profesores, o misioneros entregados son ordenados obispos. Tras el primer entusiasmo, llega la preocupación ante una tarea tremendamente exigente, sumamente diferente a las antes desempañadas.

Precisamente por este motivo, con una cierta frecuencia, varios obispos están tomando la palabra ante la asamblea del Sínodo, que del 30 de septiembre al 27 de octubre se celebra en el Vaticano, para pedir que se estudie seriamente la manera en que el obispo puede continuar su formación tras la consagración episcopal.

El tema fue mencionado ya desde la relación inicial del secretario general del Sínodo, el cardenal Jan P. Schotte, quien agradeció la celebración del primer encuentro de la historia de jóvenes obispos que organizó con este objetivo la Congregación vaticana para los Obispos, entre junio y julio, en el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum».

Hoy día la gente, incluso quienes no son cristianos, piden al obispo tener gran capacidad comunicativa, liderazgo, y don de gentes; debe trabajar a un ritmo intenso de trabajo, conocer los vericuetos del Derecho Canónico, y al mismo tiempo ser un padre espiritual para los cristianos de sus diócesis. Problemas de bioética, de justicia social exigen de él una preparación teológica y filosófica de primer nivel.

En definitiva, algunos exigen obispos «superman» y además no existen «escuelas» para ser obispo.

Dos padres sinodales consagraron su intervención a este tema: monseñor Carlos Aguiar Retes, obispo de Texcoco (México); y el cardenal Johannes Adrianus Simonis, arzobispo de Utrecht y presidente de la Conferencia Episcopal de los Países Bajos.

«Vivimos un cambio de época donde las referencias tradicionales (culturales, morales, religiosas) para el dinamismo social quedan frecuentemente relegadas, marginadas o incluso rechazadas», constató el obispo mexicano. We are living a change in times where traditional references (cultural, moral and religious) for social dynamism frequently remain banished, put aside or even rejected.

Ante esta situación, reconoció, «con humildad debemos aceptar que los obispos tenemos necesidad de una formación permanente para reavivar el don de Dios que nos fue conferido en la ordenación episcopal». We must humbly accept that Bishops need permanent formation in order to revive the gift of God which was entrusted to us in Episcopal Ordination

Sobre este mismo tema, el cardenal Simonis confesó: «Cuando hace treinta años me nombraron obispo era joven e inexperto. Al volver a pensar en aquellos tiempos, me doy cuenta de la importancia de la formación, pero también constato lo difícil que es encontrar un puesto para ella en una agenda que ya de por sí está llena».

Por este motivo, consideró, «sería deseable dar un estímulo exterior que, por ejemplo, indique líneas de orientación para integrar la formación permanente en nuestra vida de obispos».

Con palabras parecidas a las del obispo mexicano, añadió: «con toda honestidad tenemos que admitir que no siempre estamos suficientemente preparados para nuestra tarea misionera».

El arzobispo de Utrecht indicó cuatro temas que han de ser profundizados en la formación permanente de los obispos. Los enunciamos textualmente, tal y como él los expuso a la Asamblea.

1 – El desarrollo de una espiritualidad de atención y de capacidad para maravillarse. El obispo debe estar abierto a los signos de esperanza en el mundo. El Espíritu de Dios actúa incluso a través de las personas que están en búsqueda.

2 – La adquisición de las capacidades necesarias para ser testigos en estos tiempos. El obispo debe estar bien al tanto del desarrollo de la sociedad. Debe aprender también a encontrar las palabras justas y utilizar el tono adecuado, basándose en una fe auténtica. De este modo, el obispo logra una gran estima cuando interviene en la vida pública.

3 – Debe estar al día con el desarrollo de las ciencias teológicas. Éstas evolucionan de una manera tal que sería irresponsable no estar al día.

4 – Aprender a colaborar. La colaboración con sus sacerdotes y diáconos y ciertamente con los fieles laicos, hombres y mujeres, es un enriquecimiento para el obispo y al mismo tiempo es un proceso continuo de aprendizaje.

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ZENIT Staff

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