SARAJEVO, 5 octubre 2001 (ZENIT.org).- La escuela católica de Sarajevo, situada muy cerca del Seminario y de la catedral, es la prueba de que la convivencia entre los creyentes de diferentes religiones se puede aprender desde el colegio.
Acoge a 1.200 niños, desde primaria a hasta enseñanza superior y cuenta también con una Escuela de Enfermería. Algo menos de la mitad son católicos. Los musulmanes, constituyen el 20% (en la ciudad son el 70% de un total de medio millón de habitantes). Los demás son hijos de no creyentes o de matrimonios mixtos.
La escuela no es sólo multirreligiosa sino también multiétnica. Entre los pupitres se sientan también unos veinte extranjeros de países como Corea, Japón, Palestina, Alemania… Son hijos de diplomáticos que viven en la capital de Bosnia-Herzegovina.
«La escuela es gratuita y abierta a todos. Hay niños de todas las clases sociales. Las peticiones son muchas y lamentablemente no podemos aceptar a todos», dice sor Davorka Saric, secretaria, catequista para los católicos y profesora de historia de las religiones en primaria y secundaria. El centro es el único que imparte esta materia en toda Bosnia.
Pero el conocimiento de las diversas confesiones no se limita a las clases. Al final y al inicio del año se celebra un momento de acción de gracias a Dios. Y para las principales fiestas cristianas e islámicas se festeja en familia.
Con naturalidad, la curiosidad lleva a asistir a las liturgias de los otros. Sin proselitismo. «A veces los niños islámicos me han dicho: venimos a misa para ver como rezáis vosotros», explica la religiosa.
Los niños de mayor edad estudian en este colegio a causa de la tragedia que sacudió al país en la década de los noventa.
«Los padres preferían que vinieran aquí porque estaban más seguros», comenta la profesora. Y también más protegidos por un edificio sólido. «Había electricidad y una comida caliente todos los días», recuerda.
Muchos alumnos tras el diploma, reconocido legalmente, se fueron a estudiar fuera del país. Decían que en Sarajevo no se podía vivir. Pero ahora están regresando.
«Cuando vuelven, dicen todos: esta es nuestra segunda familia. En particular los que ya estaban en bachillerato recuerdan bien la dureza de aquellos días. Quieren olvidar todo. Tantas veces
he llorado con ellos, les he consolado», añade la religiosa.
El centro cuenta con mobiliario nuevo e incluso una moderna aula informática, gracias a la solidaridad de las Iglesias católicas del mundo. Y con el apoyo del Estado, que cubre el salario de los profesores.
La religiosa todavía no se explica la guerra civil que enfrentó a bosnios contra serbios: «No nos lo explicamos –confiesa–. Habíamos durante siglos. De un día para otro, los vecinos dejaron de saludarse».
«Con estos niños, jóvenes y sus familias se puede vivir en amistad –concluye la religiosa–. Tenemos que seguir trabajando con quienes quieren vivir juntos para construir la nueva Bosnia».