CIUDAD DEL VATICANO, 8 octubre 2001 (ZENIT.org).- El diario de la Santa Sede abre su edición del 9 de octubre con el deseo de que los ataques anglo-estadounidenses contra Afganistán no constituyan un motivo ulterior de divisiones en el mundo.
«Hasta el final se había esperado que el recurso a la acción militar pudiera evitarse –confiesa «L´Osservatore Romano»–; que la crisis pudiera resolverse de manera pacífica con la entrega a la justicia internacional de los responsables de los ataques terroristas del 11 de septiembre contra Nueva York y Washington. Ataques aterradores –es un deber recordarlo– que provocaron la muerte de más de seis mil civiles indefensos».
No es una guerra
«La reacción militar contra las centrales del terror ha comenzado –continúa constatando un editorial publicado en la edición italiana diaria que este martes estará en los kioscos–. Sin embargo, los responsables políticos de Washington y Londres no hablan de guerra, sino más bien de una operación limitada de policía internacional con objetivos concretos. No se trata ni mucho menos de una guerra contra el pueblo afgano, que no tiene culpas, y cuyos sufrimientos perduran desde hace veinte años».
El diario vaticano sigue diciendo que «no se trata ni mucho menos de una guerra contra el Islam que –como ha reconocido el presidente Bush– es una religión de paz. No es casualidad el que mientras martillean los escondites terroristas, las fuerzas angloamericanas estén efectuando lanzamientos aéreos de víveres para la población».
En estos momentos que califica de «dramáticos», «L´Osservatore Romano» recuerda dos llamamientos de Juan Pablo II tras los atentados contra Nueva York, Washington y Pennsylvania.
El primero lo pronunció el 23 de septiembre en Kazajstán, cuando pidió: «no tenemos que permitir que lo que ha sucedido lleve a una agudización de las divisiones. La religión no debe ser nunca utilizada como motivo de conflicto».
El segundo llamamiento recordado por el diario oficioso vaticano fue pronunciado por el obispo de Roma en Armenia, dos días después: «la paz sólo puede construirse sobre los cimientos del respeto recíproco, de la justicia en las relaciones entre comunidades diferentes, y de la magnanimidad por parte de los fuertes».