El Apóstol San Pablo presenta al Salvador del mundo como nuestra paz. Y la paz, como sabemos, es vivir juntos y actuar juntos. Es aceptación recíproca y recíproco reconocimiento, en la igualdad de la dignidad humana. La paz es comunión de los corazones unidos en la conciencia de un único origen y en el esfuerzo establecido para seguir un único destino no sólo ahora, sino más allá del tiempo, en la eternidad.
Hablo de la paz integral, la de los hijos de Dios. Esta es solidaridad fraterna que el Señor ha ganado para nosotros en el trono de la cruz. ¿Y qué puede haber más opuesto a la paz que hacer la guerra para acabar con las guerras? La guerra es la muerte, es la separación: ella no construirá jamás la convivencia y muchos menos todavía la capacidad para trabajar juntos.
La paz es diálogo, es la escucha recíproca y pacientemente reanudada, como nos dice Juan Pablo II en sus Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz, en particular aquel de 1985 que se titula: «Si quieres la paz, ve hacia los pobres».
El diálogo forma parte de la cordura de las naciones y revela el sentido de la historia. Para demostrar cuan fundada está esta afirmación, llamo vuestra atención sobre el documento que he apenas citado.
El Santo Padre hace referencia a los 150 conflictos armados que han tenido lugar después de la gran guerra mundial. Ellos no han traído la justicia y mucho menos la paz. Para hacer la paz, los beligerantes han debido entrar en diálogo. Desde entonces, no hubiera podido haber nada más contrario a la paz que la práxis de la exclusión del adversario y el rechazo del diálogo. Para cuantos quisieran restituir una guerra perpetua, habrá siempre un pretexto contra el adversrio. Sin embargo, países enteros serán condenados al despoblamiento, y las libertades fundamentales serán dejadas en las manos de los más fuertes, poniendo a grandes multitudes en el remolque de la historia.
En un capítulo titulado: «The Wealth of Knowledge», un historiador de la economía escribía: «Ante todo instituciones y cultura, después el dinero, pero a la larga aquel que paga es el conocimiento».
Y aquí tocamos un punto neurálgico de la dignidad de los pueblos como de la Paz mundial. En efecto, la educación condiciona el progreso. Este último es sinónimo de paz. En nombre de los pobres y de las solidaridad evangélica, les ruego, hermanos del mundo «desarrollado» que vengan en nuestra ayuda. Edifiquemos juntos la Paz- Progreso, en la fraternidad solidaria. ¡Gracias!
[Texto original: francés]