NAIROBI, 17 octubre 2001 (ZENIT.org).- Doce nuevos misioneros keniatas fueron enviados a evangelizar en diversas partes del mundo, en una vibrante ceremonia en el Santuario de la Consolación en Nairobi.
Dos hermanas, dos hermanos y ocho sacerdotes recibieron el mandato de difundir el Evangelio en países como Corea, Guinea Bissau, Tanzania y Colombia, según informa CISA.
La celebración, presidida por el recién ordenado obispo de Maralal, monseñor Virgilio Pante, marcó la conclusión de las celebraciones del centenario de la fundación de los misioneros de la Consolación.
Fundados en 1901 por el beato Giuseppe Allamano, en Turín (Italia), los padres de la Consolata llegaron a Kenia en 1902, donde empezaron oficialmente su ministerio en Kikuyu, el 29 de junio. Su trabajo, caracterizado por una equilibrada combinación entre evangelio y promoción humana, ha dado nacimiento a ocho nuevas diócesis en Kenia, la primera Nyeri y la última Maralal.
En la fiesta en Nairobi, que reunió a los cuatro obispos de la congregación –Ambrose Ravasi de Marsabit, Peter Kihara de Murangía, Anthony Ireri auxiliar de Nairobi, y Virgilio Pante de Maralal–, tuvo lugar también la ordenación del padre Joseph Otieno de la parroquia de Kahawa West en Nairobi.
El padre Otieno es uno de los varios nuevos misioneros de la Consolación ordenados en este año centenario. Kenia es ahora una de las mayores fuentes de nuevas vocaciones para la congregación misionera. El 15% del total de mil misioneros que integran la congregación son keniatas.
De los doce nuevos misioneros, sólo tres permanecerán en Kenia. Todos los demás serán enviados a otros países. Hay ya más de 250 misioneros keniatas en todo el mundo de los que más de 70 son hermanos, hermanas y padres de la Consolación.
La novedad de esta expedición es que dos de ellos serán enviados a Corea. Son de los primeros misioneros africanos en ser enviados al continente asiático, en un desafío que quiere ser un signo profético de la universalidad de la Iglesia y de los misteriosos caminos de Dios.
Su misión no será fácil y no sólo a causa de la lengua, que les ha costado tres años aprender, sino debido a las barreras raciales y psicológicas que les esperan.