Dios actúa en la vida del hombre «entre bastidores», afirma el Papa

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Llama a la esperanza al meditar en un Cántico de Isaías (capítulo 45)

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CIUDAD DEL VATICANO, 31 octubre 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II tomó prestado este miércoles el lenguaje de su pasión de juventud, el teatro, para presentar a Dios como «director misterioso e invisible» que actúa en la historia humana «entre bastidores».

«La certeza de la acción providencial de Dios es fuente de esperanza para el creyente, que sabe que puede contar con su presencia constante», aseguró el Santo Padre ofreciendo así un mensaje de esperanza en estos momentos de tensión y miedo.

Escuchaban las palabras del pontífice los doce mil peregrinos que participaron en la tradicional audiencia de los miércoles, celebrada en la plaza de San Pedro, y que fue consagrada al Cántico del capítulo 45 del libro de Isaías, continuando con la serie de meditaciones sobre los Salmos y Cánticos de la «Liturgia de las Horas» que ofrece este año.

Dios escondido
La reflexión comenzó con la constatación de que Dios «se revela, a pesar de que permanece escondido en la impenetrabilidad de su misterio».

«Él es por definición el «Dios escondido –añadió el Santo Padre–«. No lo puede abarcar ningún pensamiento. El hombre sólo puede contemplar su presencia en el universo, siguiendo sus huellas y postrándose en adoración y en alabanza».

«Dios obra en la historia, aunque no aparezca en primer plano –aseguró–. Se diría que está «entre bastidores». Él es el director misterioso e invisible, que respeta la libertad de sus criaturas, pero al mismo tiempo que tiene en sus manos los hilos de las vicisitudes del mundo».

El mundo no va a la deriva
Aquí, radica la esperanza del creyente, constató. De hecho, «el acto creador no es un episodio que se pierde en la noche de los tiempos, como si el mundo, tras aquel inicio, hubiera quedado abandonado a su propia suerte. Dios da continuamente el ser a la creación salida de sus manos».

La idolatría hoy
Por consiguiente, siguió aclarando, «Dios es por definición el Único. Nada se le puede comparar. Todo le está subordinado. De aquí se deriva el rechazo de la idolatría»

Una idolatría que en nuestro tiempo, concluyó, se hace real «en las actitudes con las que los hombres y cosas son considerados como valores absolutos, que llegan a sustituir al mismo Dios».

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ZENIT Staff

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