CIUDAD DEL VATICANO, 28 octubre 2001 (ZENIT.org).- Tras hacer un balance del Sínodo de los obispos que acaba de concluir, Juan Pablo II pidió en la mañana de este domingo ahorrar las vidas inocentes de Afganistán y paz «justa y duradera» para Tierra Santa.

El pontífice hizo su llamamiento, a mediodía, desde la ventana de su biblioteca, al dirigir la oración mariana del «Angelus» ante varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

Ofrecemos a continuación las palabras pronunciadas por el Santo Padre.

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¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Ayer se concluyó con la solemne concelebración eucarística en la Basílica de San Pedro, la décima asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos. Durante cuatro semanas, numerosos obispos provenientes de todas las partes del mundo se han confrontado sobre un aspecto esencial de la vida de la Iglesia: el ministerio del obispo, «servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo».

He participado personalmente en las reuniones sinodales, experimentando el clima de comunión que las ha caracterizado y escuchando con gran interés las reflexiones propuestas. En efecto, el Concilio Ecuménico Vaticano II ya había ofrecido gran espacio al tema del Obispo y de su servicio eclesial. Pero esta enseñanza requería ser ulteriormente profundizada y adecuada oportunamente a la evolución de los tiempos y situaciones.

En esta perspectiva, la Asamblea sinodal, la primera del tercer milenio, ha dirigido su mirada hacia el futuro, interrogándose sobre laos desafíos pastorales que plantean los nuevos tiempos a la Iglesia. Los obispos han confirmado la voluntad de «echar las redes», confiando en la palabra de Cristo que les repite: «Duc in altum!» - ¡Boga mar adentro!» (cf. Lucas 5, 4-5).

2. Es sumamente significativo que esta Asamblea se haya celebrado en el mes de octubre, que es el mes misionero. Dando gran importancia a la índole pastoral del servicio episcopal, no ha dejado de subrayar el principal deber del obispo de estimular el espíritu y la acción misionera de toda la comunidad eclesial, y en particular, en los laicos. La misión de la Iglesia exige, de hecho, la participación activa y responsable de todos, según los diferentes dones y estados de vida.

La mies abundante en los campos del mundo tiene necesidad de obreros, de vocaciones misioneras. El Señor nos invita a invocar este don con oración asidua al Dueño de la mies (cf. Mateo 9, 37-38). La familia humana tiene necesidad urgente de misioneros y misioneras que, unidos a Dios y solidarios con los hermanos, lleven por doquier el mensaje del Evangelio, anuncio de salvación para todos los hombres, sin distinción de idioma, pueblo o cultura.

3. Llega ya al final el mes octubre, en el que nuestra devoción mariana se ha expresado con intensidad particular con el rezo del santo Rosario para implorar al Señor la paz. En este momento, confiamos de manera especial a la materna protección de la Virgen Santísima las poblaciones de Afganistán: que puedan ahorrarse vidas inocentes y se dé por parte de la comunidad internacional una ayuda tempestiva y eficaz para tantos refugiados, expuestos a privaciones de todo tipo, mientras ya se acerca la estación inclemente.

No podemos olvidar tampoco a quienes siguen sufriendo violencia y muerte en Tierra Santa, en particular en los Santos Lugares, tan queridos por la fe cristiana. Que María, Reina de la Paz, pueda ayudar a todos a deponer las armas y a emprender finalmente con resolución el camino hacia una paz justa y duradera.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]