CIUDAD DEL VATICANO, 6 diciembre 2001 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación las indicaciones litúrgico-pastorales sobre el ayuno y la oración por la paz en preparación del encuentro de Asís, 24 de enero de 2002, presentadas este jueves por la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.


INDICACIONES LITÚRGICO-PASTORALES
SOBRE EL AYUNO Y LA ORACIÓN POR LA PAZ
EN PREPARACIÓN AL ENCUENTRO DE ASÍS DEL 24 DE ENERO DE 2002


Tras los graves atentados perpetrados el 11 de septiembre 2001 en Estados Unidos de América, el Santo Padre ha manifestado varias veces su reprobación por estos actos terroristas y su preocupación por las consecuencias de la actual intervención militar en Afganistán. La Iglesia ora e invita a actuar para que el amor prevalezca sobre el odio, la paz sobre la guerra, la verdad sobre la mentira, el perdón sobre la venganza.

Más de dos meses después de los atentados del 11 de septiembre, la situación es grave, la tensión grande y la consternación de las conciencias muy difundida. Por eso el Santo Padre, el 18 de noviembre de 2001, en la oración del «Ángelus Domini», ha pedido «a los católicos que el próximo 14 de diciembre se viva como día de ayuno, dedicado a orar con fervor a Dios para que conceda al mundo una paz estable, fundada en el justicia» (1), y ha manifestado la intención de «invitar a los representantes de las religiones del mundo a acudir a Asís el 24 de enero de 2002 para rogar por la superación de las contiendas y por la promoción de la auténtica paz» (2).

En conformidad con la iniciativa pastoral del Santo Padre, esta «Comunicación» quiere ofrecer algunos puntos de reflexión sobre el ayuno cristiano (jornada del 14 de diciembre de 2001), sobre la Vigilia de oración (23 de enero de 2002) y sobre la peregrinación-oración (24 de enero de 2002) además de algunas indicaciones prácticas para que esos días se desarrollen con fruto.

1. EL AYUNO CRISTIANO


1.1 La esencia del ayuno cristiano

En todas las grandes experiencias religiosas el ayuno ocupa un puesto importante. El antiguo Testamento considera el ayuno cómo uno de los más importantes aspectos de la espiritualidad de Israel: «Buena es la oración con ayuno y mejor es la limosna con la justicia», (Tb 12, 8) (3). El ayuno implica una actitud de fe, de humildad, de total dependencia de Dios. Se recurre al ayuno para prepararse para el encuentro con Dios, (cf. Es 34, 28; 1Re 19, 8; Dan 9, 3); antes de afrontar una tarea difícil (cf. Jc 20, 26; Est 4,16) o suplicar el perdón de un culpa (cf.1Re 21, 27); para manifestar el dolor causado por un desdicha doméstica o nacional (cf. 1Sam 7, 6; 2Sam 1, 12; Ba 1, 5); pero el ayuno, inseparable de la oración y de la justicia, está orientado sobre todo a la conversión del corazón, sin la cual, como denunciaban ya los profetas (cf. Is 58,2-1l; Ger 14, 12; Zc7,5-14), no tiene sentido.

Jesús, impulsado por el Espíritu, antes de iniciar su vida pública, ayunó cuarenta días como expresión de abandono confiado al designio salvífico del Padre (cf. Mt 4,1-4); dio indicaciones precisas para que entre sus discípulos la práctica del ayuno no se prestara a formas desviadas de ostentación e hipocresía (cf. Mt 6, 16-18).

Fieles a la tradición bíblica, los Santos Padres han dado gran importancia al ayuno. Según ellos, la práctica del ayuno facilita la apertura del hombre a otro alimento: el de la Palabra de Dios (cf. Mt 4,4) y el del cumplimiento de la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34); está en estrecha conexión con la oración, fortalece la virtud, suscita la misericordia, implora el socorro divino y conduce a la conversión del corazón. Desde este doble aspecto --la súplica de la gracia del Altísimo y la profunda conversión interior-- hay que acoger el invitación de Juan Pablo II al día de ayuno del próximo 14 de diciembre. En efecto, sin la ayuda del Señor será imposible encontrar un solución a la dramática situación en que se encuentra el mundo; sin la conversión de los corazones es difícilmente imaginable el cese radical del terrorismo.

La práctica del ayuno se dirige al pasado, al presente y al futuro: al pasado como reconocimiento de las culpas contra Dios y contra los hermanos, con las cuales cada uno se ha manchado; al presente, para aprender a abrir los ojos hacia los otros y hacia la realidad que nos rodea; al futuro, para acoger en el corazón las realidades divinas y renovar, a partir del don de la misericordia de Dios, la comunión con todos los hombres y con la creación entera, asumiendo responsablemente la tarea que cada uno de nosotros tiene en la historia.

1.2. Indicaciones pastorales

1.2.1. Le corresponde al Obispo o a cuantos, a tenor del Derecho, están equiparados: hacer llegar a todos los miembros de la Iglesia particular de la cual es Pastor la invitación del Santo Padre para promover un «día de ayuno», ilustrar su sentido, con la ayuda de los organismos competentes en liturgia, diálogo ecuménico, caridad, justicia y paz; valorar si, en su Iglesia particular, vale la pena extender a los miembros de otras confesiones cristianas, a hombres y mujeres adherentes a otras religiones, la invitación que el Santo Padre, por un sentido de profundo respeto, les ha dirigido solo a los católicos; sin embargo el 14 de diciembre coincide con el final del mes del Ramadán, consagrado al ayuno para los seguidores del Islam; vigilar para que el ayuno se desarrolle en el estilo de discreción querido por Jesús y esté orientado sobre todo a conseguir el don de la paz y la conversión del corazón; suscitar, el mismo 14 de diciembre o en un día próximo a ello, un serio examen de conciencia sobre el compromiso de los cristianos en favor de la paz; ellos siempre han creído firmemente con el Apóstol que «Cristo es nuestra paz» (Ef 2, 14); pero si es cierto que la paz lleva el nombre de Jesucristo, es igualmente cierto que en el curso de la historia los que se han adornado con su nombre no siempre han testimoniado el destino último del hombre en la comunión alrededor del trono del Cordero: sus divisiones son un escándalo y un verdadero antitestimonio.

1.2.2. El «día de ayuno» no debe ser entendido exclusivamente según las formas jurídicas prescritas por los Códigos de Derecho Canónico (CIC 1249-1253; CCEO 882-883), sino en un sentido más vasto, que implique libremente a todos fieles: los niños, que de buena gana hacen renuncias en favor de sus coetáneos pobres; los jóvenes, muy sensibles a la causa de la justicia y la paz; todos los adultos, excepto los enfermos, sin exclusión de los ancianos. La tradición local sugerirá la forma de ayuno a realizar: aquel de una sola comida, aquel «a pan y agua» o aquel en que se espera la puesta del sol para comer.

1.2.3. Además será tarea del Obispo establecer un modo simple y eficaz para que aquello de lo que uno se priva en el ayuno sea destinado a los pobres, "en particular a quien sufre en este momento las consecuencias del terrorismo y la guerra" (4).

2. LA PEREGRINACIÓN Y LA ORACIÓN


2.1. El sentido de la peregrinación y de la oración

En el Antiguo Testamento la conversión es ante todo esto: volver con todo corazón al Señor, volver a caminar por sus sendas. Por tanto, según la tradición y la sugerencia del Santo Padre, el ayuno-conversión del 14 de diciembre de 2001 estará acompañada por la peregrinación y la oración.

La Iglesia reconoce en la peregrinación muchos valores cristianos. En la propuesta del Santo Padre, en vistas a la preparación espiritual del encuentro de Asís, la peregrinación se hace signo del duro camino que cada discípulo de Cristo está llamado a realizar para llegar a la conversión; es ocasión para recorrer en el silencio del corazón los caminos de la historia; para recordar que realmente vamos hacia el Dios «no caminando sino amando, y tendremos a Dios tanto más cercano al corazón cuanto más puro será el mismo amor que nos lleva hacia Él (...) No, por tanto, con los pies, sino con las buenas costumbres se puede ir hacia Él, que está presente por doquier» (5); para redescubrir que cada hombre y cada mujer, imagen de Dios, camina a nuestro lado hacia un único destino: el Reino.

La oración es un momento fundamental para llenar con la escucha de Dios el «vacío» creado en nosotros por el ayuno purificador y por el silencioso peregrinar. Es necesario, en efecto, partir de cada uno de nuestros corazones para construir la paz: en el corazón Dios actúa y juzga, cura y salva. No debemos olvidarlo: no hay posibilidad de paz sin la oración, con la cual somos conscientes de que «la paz va mucho más allá de los esfuerzos humanos, sobre todo en la actual situación del mundo, y que por tanto su fuente y realización deben ser buscadas en aquella Realidad que está por encima de nosotros» (6).

2.2. Indicaciones pastorales

2.2.1. En relación a la peregrinación, corresponde al Pastor de la Iglesia particular:

--explicar, con la colaboración de los organismos diocesanos, el valor y el significado de la peregrinación en orden a la preparación inmediata del encuentro interreligioso que tendrá lugar en Asís el 24 de enero de 2002 y que estará presidido por el Santo Padre;

--establecer algunos lugares, en los cuales los fieles, del 14 de diciembre de 2001 al 24 de enero de 2002, vayan en peregrinación para implorar al Señor Dios el don de la paz y la conversión del corazón;

--organizar, dónde sea posible y se considere oportuno, una peregrinación a nivel de Iglesia particular, presidida por el mismo Obispo.

2.2.2. En relación a la Vigilia del 23 de enero, corresponde al Obispo:

--informar a la Diócesis del sentido de la Vigilia misma: la preparación espiritual inmediata del encuentro de Asís;

--organizar a nivel de Iglesia particular, una Vigilia presidida por él mismo e invitar a los miembros de las otras confesiones cristianas; y, teniendo en cuenta todas las circunstancias, ver si procede invitar también a los seguidores de otras religiones, evitando todo peligro de sincretismo.

--procurar que en la Vigilia, celebrada a ser posible al anochecer, se siga sustancialmente el tema propuesto por el Octavario para la unión de los cristianos ("En ti está el manantial de la vida"); consistirá en una Celebración de la Palabra, en la cual lecturas bíblicas y eclesiales, salmos y textos de oración, momentos de silencio y momentos de canto se sucedan según los esquemas propios de cada ritual litúrgico;

--esmerarse para que tal Vigilia tenga lugar, a ser posible, en todas las parroquias y comunidades religiosas de la Diócesis;

--exhortar a los fieles porque con la oración y a través de los medios de comunicación sigan el desarrollo del encuentro de Asís, en comunión orante con el Santo Padre.

3. ADVIENTO - NAVIDAD: TIEMPO DE PAZ


El período indicado por el Santo Padre (14 de diciembre de 2001- 24 de enero de 2002) coincide en gran parte con el tiempo de Adviento-Navidad: tiempo en que repetidamente Cristo es celebrado como «Príncipe de la paz» y «Rey de justicia y paz».

Será pues fácil, sin introducir cambios en el desarrollo del ciclo litúrgico, destacar, en sintonía con las intenciones del Santo Padre, el tema de la paz, paz universal, paz fruto de la justicia. En todas las Iglesias cristianas del orbe, en plena noche de Navidad, resuena el canto de los Ángeles: «Gloria a Dios en las alturas y paz en tierra a los hombres que ama el Señor» (Lc 2,14). No sin motivo Pablo VI dispuso que el 1º de enero, Octava de la Navidad, se celebrase también la Jornada Mundial de la Paz: una disposición que el 1º de enero de 2002, teniendo en cuenta la dramática situación del momento y la actualidad del mensaje del Santo Padre «No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón», tendrá que ser realizada con particular interés.

El l de enero se celebra la solemnidad de la Virgen Maria Madre de Dios, Madre de Aquel que «es nuestra paz» (Ef 2, 14) y que justamente el pueblo cristiano invoca como «Reina de la paz», a la cual el Santo Padre ha confiado «desde ahora estas iniciativas(...) rogándole que aliente nuestros esfuerzos y aquellos de toda la humanidad en el camino de la paz» (7).

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NOTAS
(1) Juan Pablo II, Alocución en el «Angelus Domini» (18 de noviembre de 2001), 2, en «L’Osservatore Romano» (19-20 de noviembre de 2001), p.1.

(2) Ibid.

(3) Desde hace muchos siglos la Liturgia romana, el miércoles de Ceniza, al comienzo de la Cuaresma, proclama Mt 6, 1-6.16-18, que propone la enseñanza de Jesús sobre la limosna (misericordia), la oración y el ayuno. Ellos son inseparables. "Estas tres cosas, oración, ayuno, misericordia son una cosa sola, y reciben vida la una de la otra. El ayuno es el alma de la oración y la misericordia la vida del ayuno. Nadie los divida, porque no logran estar separadas", San Pedro Crisólogo, «Discurso 43»: PL 52, 320).

(4) Alocución en el «Angelus Domini», 2, en «L‘Osservatore Romano», (19-20 de noviembre de 2001), p. 1. "Damos en limosna cuanto ahorramos ayunando y absteniéndonos de las usuales comidas", (San Agustín, Discurso 209, 2: NBA XXX/l, p.162).

(5) San Agustín, Carta 155, 4, 13: NBA XXII, p. 574.

(6) Juan Pablo II, Discurso conclusivo de la Jornada mundial de oración por la paz (27 de octubre de 1986), en «Insegnamenti di Giovanni Paolo» II IX/2, P. 1267.

(7) Juan Pablo II, Alocución en el «Angelus Domini», 3, en «L‘Osservatore Romano», (19-20 de noviembre de 2001), p. 1.

[Traducción del original italiano distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede]