CIUDAD DEL VATICANO, 9 febrero 2002 (ZENIT.org).- Los observadores económicos y sociales no son los únicos que se encuentran divididos en el tema de la globalización. Entre los católicos, las opiniones difieren ampliamente sobre los pros y los contras del asunto. Para guiar esta reflexión, Juan Pablo II ha tocado el tema en algunas ocasiones.
En el documento de 1999, que concluyó los trabajos del Sínodo de América, “La Iglesia en América”, el Papa establecía que en cuanto a la globalización, “las implicaciones éticas pueden ser positivas o negativas” (n. 20). Observaba que el crecimiento en la eficiencia económica y en la producción puede ofrecer mejores servicios a todos. Pero avisaba de que las consecuencias de la globalización serían negativas si se organizaba sólo para lograr los intereses de los poderosos.
Más adelante, Juan Pablo II pidió que se analizase la globalización a la luz de la justicias social (n. 55). Pedía “una auténtica cultura globalizada de la solidaridad”, que coopere tanto en la ayuda a los pobres como en la preservación de los valores de las culturas locales.
El triunfo de los mercados
Uno de los rasgos distintivos más relevantes de la globalización es el crecimiento de los mercados financieros. El 11 de septiembre de 1999, Juan Pablo II se dirigió a los miembros de la Fundación Pro Pontífice Centessimus Annus, tras la conclusión de un encuentro en que el que habían examinado el tema de la ética y las finanzas.
El Papa hacía notar que la esfera financiera ha crecido tanto que ha adquirido su propia autonomía del resto de la economía. Desde un punto de vista ético, afirmaba, esto crea la necesidad de nuevos principios que guíen nuestros juicios. En la economía al viejo estilo había una clara relación entre la cantidad de trabajo hecho y la cantidad de bienes producidos. Pero en los mercados financieros, se pueden ganar enormes sumas sin necesidad de mucho trabajo.
Juan Pablo II establecía que al juzgar este tipo de actividades debemos tener en mente que “la actividad financiera, según sus propias características, debe dirigirse a servicio del bien común de la familia humana”.
El Pontífice hacía notar, sin embargo, que no existe un sistema internacional jurídico o normativo que guíe los mercados financieros. Un primer paso hacia la creación de este sistema ético podría ser la preparación de códigos de conducta para el sector financiero, sugería el Papa. Esto es importante, observaba, porque con ocasión de crisis financieras normalmente es el más débil el que paga el más alto precio.
El Papa tuvo cuidado al afirmar que los mercados globalizados en sí mismos no son malos, y que una condena sumaria de los mismos no tiene justificación.
Los cristianos que trabajan en el sector financiero, continuaba Juan Pablo II, están llamados a aplicar los principios de la justicia social en sus actividades. “El objetivo de toda su actividad en el campo financiero y administrativo debe ser siempre nunca violar la dignidad del hombre y, por esta razón, construir estructuras y sistemas que fomenten la justicia y la solidaridad para el bien de todos”.
La globalización del trabajo
El 1 de mayo del 2000, durante la homilía de una misa en el Jubileo de los Trabajadores, el Papa establecía que la globalización “no debe violar jamás la dignidad y centralidad de la persona humana, ni la libertad y democracia de los pueblos”. Las personas no deben “convertirse en herramientas sino en protagonistas de su futuro”, afirmaba.
Al día siguiente, el Papa tuvo un encuentro líderes italianos empresarios y sindicales. Comentó que la globalización hacía el mundo de trabajo más complejo. Que la globalización sea positiva o negativa depende de algunas decisiones básicas, afirmaba Juan Pablo II. Para ser positiva, la globalización debe regirse por la solidaridad, la participación y la subsidiariedad responsable.
El Pontífice también establecía que “cuanto más global sea el mercado, más debe estar equilibrado con una cultura global de solidaridad, atenta a las necesidades de los más débiles”. Deberíamos evitar también el error de convertir en absolutos los factores económicos, avisaba el Papa. La economía debe siempre “integrarse en el tejido global de las relaciones sociales, del que es un importante, pero no exclusivo, componente”.
En cuanto a la falta de instituciones que regulen la globalización, el Papa en esta ocasión tocó los así llamados códigos de conducta. “La globalización requiere una nueva cultura, nuevas reglas y nuevas instituciones a nivel mundial”, afirmó.
En un discurso a los miembros de la Fundación para la Ética y la Economía, el pasado 11 de julio, Juan Pablo II habló otra vez sobre la cuestión de la distribución de los beneficios de la globalización. El Papa observaba que mientras que la globalización ha creado mucha más crecimiento y riqueza, no hay garantía de que se haya compartido bien.
“El crecimiento económico debe integrase con otros valores, de manera que se convierta en un crecimiento cualitativo”, establecía. En referencia al eslogan de los negocios de “calidad total”, el Papa pedía que el concepto de calidad incluya no solamente al producto “sino, en primer lugar, a aquellos que lo producen”. El crecimiento económico debe incluir también inversiones en persona y en las capacidades creativas de los individuos que son los recursos básicos de la sociedad, afirmaba.
Valores y cultura
Con frecuencia se critica a la globalización porque impone una visión cultural materialista. El pasado 27 de abril el Papa examinaba el papel de los mercados y la cultura. Dirigiéndose a los miembros de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, el Pontífice hacía notar cómo “la economía de mercado parece haber conquistado virtualmente el mundo entero”.
El mercado, hacía notar, “se ha convertido en el medio de la nueva cultura”. Esto ha llevado a algunos a considerar la globalización como “un flujo destructivo que amenaza las normas sociales que les han protegido y los elementos culturales de referencia que les han dirigido en la vida”. El peligro, observaba el Papa, está en que los cambios están teniendo lugar demasiado rápido para que las culturas se adapten a las nuevas condiciones.
Ha habido intentos de guiar la globalización según principios éticos, comentaba el Papa. Pero algunos de estos sistemas éticos se basan en el utilitarismo y son, de hecho, productos de la misma globalización. Y es que los valores éticos no pueden dibujarse desde la economía, insistía el Santo Padre. “Se basan en la propia naturaleza de la persona humana”.
“La ética pide que el sistema se adecue a las necesidades del hombre, y no que el hombre se sacrifique en atención al sistema”, establecía Juan Pablo II. El discernimiento ético se debe basar en dos principios fundamentales: el valor inalienable de la persona humana, y el valor de la cultura humana.
Existen valores humanos universales, anotaba el Papa, y deben usarse para guiar el desarrollo económico. Si esto ocurre, la globalización estará “al servicio de la persona entera y de todos los pueblos”.
El Papa tocó nuevamente la cuestión de la cultura el pasado 8 de noviembre al dirigirse a la Pontificia Academia de Teología Santo Tomás de Aquino.
La globalización crea el riesgo de hacer que la gente se sienta sólo parte “de un mecanismo globalizado sin rostro”, y puede también conducir a un “sincretismo superficial” en el área de la cultura, hacía notar el Pontífice. Nos enfrentamos con el desafío de orientar las elecciones culturales de la comunidad cristiana y de toda la sociedad. Hay necesidad de un diálogo entre fe y cultura, revelación y problemas humanos, de manera que se salvaguarde la dignidad y e
l crecimiento de la persona humana, concluía el Papa.
La globalización debería ser beneficiosa desde un diálogo constructivo en materia de principios éticos. Juan Pablo II ofrece orientaciones sobre cómo lograrlo.