CIUDAD DEL VATICANO, 18 febrero 2002 (ZENIT.org).- La libertad de investigación del teólogo pierde su objetivo final cuando se sale de la «comunión de la Iglesia», afirmó este sábado Juan Pablo II al encontrarse con los miembros de la Academia Pontificia de Teología.
En el encuentro con 42 académicos, el pontífice recordó el principio fundamental que orienta la relación entre los teólogos y la comunidad cristiana: «Cuando se trata de la comunión en la fe, se impone el principio de la unidad en la verdad; cuando se trata de divergencias de opiniones, vale el principio de la unidad en la caridad».
«La comunión eclesial, en vez de ser un límite, es en realidad el lugar que vivifica la reflexión teológica, apoyando su audacia y premiando su profecía», aclaró el pontífice.
La Academia Pontificia de Teología, que fue fundada en 1695, celebró en esta semana pasada su primer Fórum desde que en 1999 Juan Pablo II aprobara sus nuevos estatutos.
El tema del encuentro, presidido por el cardenal Paul Poupard, prefecto del Consejo Pontificio para la Cultura, fue «Jesucristo, camino, verdad y vida. Por una relectura de la «Dominus Iesus»».
Esa Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe (6 de agosto de 200) recordaba el carácter único y universal de la salvación traída por Cristo a través de su Iglesia.
«La libre investigación del teólogo se ejerce, de hecho, dentro de la fe y de la comunión de la Iglesia –explicó el sumo pontífice–. En la Iglesia, sal de la tierra y luz del mundo, la reflexión teológica desempeña su tarea de responder a la voluntad salvífica universal de Dios, quien quiere que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2,4)».
«De este modo, la ciencia teológica, al tener una comprensión cada vez más profunda de la verdad revelada, se convierte en un servicio a todo el Pueblo de Dios, sostiene su esperanza y refuerza su comunión», añadió.
«La adhesión a Cristo Verdad, manifestada por los teólogos en la obediencia al magisterio de la Iglesia, es una poderosa fuerza que unifica y edifica», constató el Santo Padre.
Por eso, añadió, «el teólogo católico es consciente de que el magisterio no es una realidad intrínseca a la verdad y a la fe, sino por el contrario, como elemento constitutivo de la Iglesia».
La función del magisterio de la Iglesia, explicó, consiste en ponerse «al servicio de la Palabra de verdad, que salvaguarda de desviaciones y deformaciones, garantizando al Pueblo de Dios vivir siempre en la historia guiado y sostenido por Cristo-Verdad».
«La relación entre magisterio y trabajo teológico se rige, por tanto, por el principio de armonía –concluyó el Santo Padre–. Estando ambos al servicio de la divina Revelación, ambos redescubren nuevos aspectos y profundizaciones de la verdad revelada».