CIUDAD DEL VATICANO, 22 febrero 2002 (ZENIT.org).- El carácter misionero del cristianismo es el regalo que ha concedido Dios a la humanidad globalizada, constató este viernes el predicador de los Ejercicios Espirituales que están viviendo esta semana el Papa y sus colaboradores.
La misión no es una violación de la libertad de conciencia, afirmó el cardenal Cláudio Hummes, sino un don ofrecido al hombre posmoderno, que busca la felicidad y le lleva a superar el materialismo y el consumismo, incapaces de satisfacerle.
«La novedad radical de la vida traída por Cristo y vivida por sus discípulos es un don que viene del amor de Dios por nosotros y que nos ofrece una ocasión de plena felicidad y realización», constató el arzobispo de Sao Paulo.
«La Iglesia, por tanto, debe anunciar y testimoniar a Cristo, en el pleno respeto de las conciencias, sin violar la libertad de quien es evangelizado», siguió constatando el purpurado franciscano.
«Las multitudes –explicó el Hummes en italiano con un bello acento brasileiro– tienen el derecho de conocer la riqueza del misterio de Cristo, en la que nosotros creemos que toda la humanidad puede encontrar en plenitud insospechable lo que busca a tientas sobre Dios, sobre el hombre, su destino, sobre la vida, y la muerte».
El cardenal Hummes puso como condición del anuncio del Evangelio la inculturación, que definió como uno de los desafíos actuales.
Por este motivo, constató, el verdadero protagonista de la misión es el Espíritu Santo.
Este Espíritu, concluyó, hoy no sólo actúa entre las personas que se dedican a tiempo completo al anuncio del Evangelio, los misioneros, sino también en muchos laicos, a través de los nuevos movimientos y comunidades eclesiales.