MURCIA, 25 febrero 2002 (ZENIT.org).- Durante tres jornadas, la Universidad Católica San Antonio (UCAM) impulsó, junto con el Consejo Pontificio Cor Unum para la promoción humana y cristiana, uno de los eventos más significativos de los últimos tiempos en lo que se refiere a la promoción del voluntariado y a la reivindicación, nunca suficientemente explicitada —porque no se hace con ese fin— de la acción sociocaritativa que la Iglesia Católica desarrolla en los cinco continentes.
Éste ha sido un congreso en el que se han involucrado miles de personas, tanto por la participación presencial, como por la clausura multitudinaria con los voluntarios de la Hospitalidad de Lourdes, como por la utilización de las últimas tecnologías. La emisión en directo vía internet congregó a unos 600 espectadores de España, Italia, México, Colombia, Costa Rica, EUA, Argentina, Perú, República Dominicana y Perú. A esto hay que unir las adhesiones y comunicaciones llegadas a la UCAM de todo el mundo por correo electrónico.
El Presidente de la UCAM, José Luis Mendoza, ha anunciado como primeros frutos de este congreso, símbolos concretos como una ayuda económica a la Argentina por parte de la Fundación Universitaria, o el impulso, junto con Cor Unum, de un hospicio para niños indigentes en un país ortodoxo.
CONCLUSIONES
1.- El fenómeno del voluntariado se ha desarrollado a nivel mundial en los últimos años de una forma admirable. Ese desarrollo ha tenido lugar especialmente entre los jóvenes, haciendo patente la capacidad de la juventud para conocer, querer y transmitir el bien por todo el mundo. Los jóvenes manifiestan una gran sensibilidad para captar la injusticia, y la fuerza de sus compromisos llega a asombrarnos. Buena prueba de ello es, como se ha dicho en este Congreso, la importancia que el valor de la solidaridad ha adquirido entre las nuevas generaciones, que ven en la ayuda al necesitado un gran bien que debemos rescatar e introducir en la estructura social del mundo.
2.- El voluntariado es fruto de la acción libre de millones de personas que deciden dedicar parte de su tiempo, es decir, de su vida, a mejorar la situación de las personas más desfavorecidas. Es, por lo tanto, un gran testimonio del valor de la gratuidad, que nos alegra profundamente en un mundo en ocasiones extremadamente individualista.
3.- Sin embargo, también se ha hecho manifiesto a través de los testimonios y las ponencias que nos han acompañado, que el trabajo realizado por los voluntarios se ve a veces empañado por la terrible eficacia de la injusticia, de la marginación, del sufrimiento,… en definitiva, del mal. La desesperación aparece, en ocasiones, en los espíritus ante la persistencia del mal, que se muestra muy superior a nuestras fuerzas y cuyas causas parecen tantas y tan difíciles de erradicar. No es extraño que, cuando no encontramos un sentido más elevado a nuestra acción, las dudas sobre su validez nos asalten y la ilusión inicial se extinga.
4.- Sin embargo, el voluntariado cristiano sabe que la victoria del mal es, si acaso, aparente. Lo sabe porque la raíz del esfuerzo del voluntariado cristiano se encuentra en Cristo. Los creyentes conocen la Resurrección del Señor, conocen la profunda positividad que se encuentra en el fondo de la realidad, y que se debe al Amor de Dios manifestado en la creación y en la historia. La profundidad de sentido que se presenta en la base del voluntariado cristiano es su principal fuerza, porque el creyente sabe que está mostrando, con su palabra y con su testimonio, la presencia salvífica del amor divino.
5.- Los pilares de la acción del voluntariado cristiano son, por lo tanto, dos: El amor de Jesús que ha dado su vida por sus hermanos, y lo ha hecho gratuitamente; y la victoria sobre la muerte (mal entre los males) del Amor divino.
6.- Hemos podido comprobar a lo largo de estos tres días cómo la capacidad de donación que Cristo nos mostró, y cuyo ejemplo siguen los creyentes, se ha hecho presente en el mundo a lo largo de la historia. Se nos ha recordado que las primeras comunidades cristianas no presentaban su acción en el mundo con el único móvil de la transformación de las estructuras sociales, sino movidas por una fuerza todavía mayor: la que emana del Evangelio y cuya manifestación hacia los demás es la Caridad. Del mismo modo, hemos podido conocer otras actividades e instituciones que, movidas por esa misma fuerza, han contribuido en todo momento a mostrar, de una manera concreta, que el Redentor del hombre está presente en el pobre y en el que sufre y quiere ser reconocido y amado en cada criatura humana.
7.- La Caridad es el amor de donación que busca ser reflejo del poderoso Amor de Cristo, de ese, decían los Padres de la Iglesia, «Amor loco» que entrega su vida sin recibir nada a cambio. Por eso la caridad es muy superior a la solidaridad, sin dejar de ser éste un valor de gran importancia. La Caridad dota de sentido a la acción solidaria y la santifica, llenándola de los carismas del Espíritu. La Caridad permite que la solidaridad llegue más allá de la necesidad, más allá de la ayuda concreta. La Caridad establece un lazo personal, baña a las personas y las transforma, establece una conexión entre la acción, las personas, y Dios. En la Carta que el día 5 de diciembre (Día mundial del voluntariado) Su Santidad Juan Pablo II dirigió a los voluntarios de todo el mundo podemos leer estas palabras: «A través del amor a Dios y del amor a los hermanos, el cristianismo libera toda su potencia salvífica. La caridad representa la forma más elocuente de evangelización, pues respondiendo a las necesidades corporales, revela a los hombres el amor de Dios, como Padre atento, siempre solícito para cada uno.» No se trata sólo de cubrir las concretas necesidades materiales de las personas más desfavorecidas, sino de llevarles a experimentar de manera personal la Caridad de Dios. A través del voluntariado el cristiano se convierte en testigo de la caridad divina: la anuncia y la hace tangible en todo momento, en la medida en que él mismo se siente bañado por ella.
8.- No debemos olvidar que la acción caritativa tiene lugar en un momento concreto, en unas determinadas circunstancias, y con unas posibilidades y condicionamientos sociales. Es necesario, entonces, prestar atención a la situación general en la que se desarrolla el voluntariado. Dentro de ese marco general resulta de gran importancia el fenómeno de la globalización, tanto por su naturaleza como por sus efectos. No olvidemos que los orígenes de la Doctrina Social de la Iglesia, cifrada en la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, justificaba la extensión del Magisterio del Romano Pontífice al orden social por la importancia de las nuevas cuestiones que planteaba a la familia cristiana los cambios en las estructuras sociales provocadas por esas «cosas nuevas». Respecto a la globalización, la enseñanza de la Iglesia, como ha quedado patente en este Congreso, remarca tres principios básicos: el reconocimiento de la dignidad de la persona humana, la solidaridad nacida de la fraternidad humana —cuyo origen es que todo hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios— y la subsidiariedad.
9.- El voluntariado contribuye y debe seguir contribuyendo a la creación de una verdadera cultura globalizada de la solidaridad. Es necesario, como dijo Juan Pablo II en un discurso dirigido a Kofi Annan en el marco de las Naciones Unidas, «entretejer de solidaridad las redes de las relaciones recíprocas entre lo económico, político y social, que los procesos de globalización en la actualidad tienden a aumentar.» Junto a esto se hace prioritaria la promoción de órganos internacionales de control y guía válidos, que procuren encaminar la globalización económica, política y social hacia la mejora de las circunstancias vitales de todos los habitantes de la tierra, pero con especial atención a l
os más débiles. La opción preferencial por los pobres se debe hacer manifiesta también en el ámbito de las instituciones internacionales.
10.- El voluntariado hace patente la gran capacidad difusiva del bien, hace patente cómo el amor divino se hace presente en la tierra a través de la gran multitud de creyentes que, movidos desde lo más profundo de su ser por la fuerza de la Caridad, dedican todos sus esfuerzos a entregar su vida por los demás. Todos sabemos que la paz, ese bien tan deseado en los momentos de tensión que vive actualmente el mundo, será posible en la medida en que toda la humanidad sepa redescubrir su originaria vocación a ser una sola familia, en la que la dignidad humana sea reconocida a toda persona sin diferencia de raza, sexo, nivel de desarrollo físico o psicológico y por encima de cualesquiera tipo de intereses económicos, políticos o ideológicos.
UCAM
Murcia, 23 de febrero de 2002.