ROMA, 27 febrero 2002 (ZENIT.org).- La Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) visitó este lunes las Torres Gemelas de Nueva York. No es sin embargo la primera vez que se convierte en signo de esperanza en momentos decisivos para la historia.
Un día de 1988 la Cruz de los jóvenes llegó, por medios sorprendentes, a una de las capitales de detrás del telón de acero.
En Bucarest, Rumania, los 30 kilos de madera aparecieron en casa de Alexandru Todea, el obispo «clandestino», hoy cardenal, que tras 13 años de prisión se ocupaba de reorganizar secretamente la comunidad rumana de rito bizantino.
Los cristianos rumanos no supieron cómo había pasado la frontera aquel emblema de la cristiandad. En realidad, el arzobispo Todea reveló más tarde que los tres pedazos de madera llegaron en días diversos dentro del equipaje de personas diferentes.
El gesto valeroso se debe a unos jóvenes. El madero más largo fue expedido como mercancía. Los otros dos trozos los escondieron dos jóvenes rumanos dentro de la mochila y pasaron la frontera en días diferentes, para no llamar la atención de la policía.
Así llegó la Cruz a la casa de monseñor Todea, que se convirtió en meta de peregrinación para los fieles, que iban a llorar y a alegrarse de aquella prueba de cariño de toda la Iglesia y del Papa polaco.
Tras haber dado la vuelta al mundo, Juan Pablo II quiso que se hiciera una copia de la cruz. Una de las cruces fue instalada en el Centro Internacional Juvenil de San Lorenzo en Roma. La otra sigue dando la vuelta al mundo. En estos momentos prepara en Canadá las Jornadas Mundiales de la Juventud de finales de julio en Toronto.
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Feb 27, 2002 00:00